Malditos bastardos, una saga que comienza… por una bastarda

08 Legna

Amigos, amigas,

ante la inminente entrada en las librerías de España del segundo volumen de la Colección hispanocubana (perdonen el término postcolonialista) a manos de una de sus mejores bastardas, Legna Rodríguez, les ofrecemos íntegramente las palabras de presentación del grupo, que su editor realizara en diciembre del pasado año.

Hay una escena de Estrella distante, la excelente novela de Roberto Bolaño, donde aparece una lógica de la evolución literaria que muy bien le vendría a las letras cubanas. Se trata del pasaje donde Raoul Delorme, fundador de la secta o el movimiento de los Escritores Bárbaros, recomienda el método para dar forma a una nueva literatura. Esto se conseguía de una manera harto curiosa: defecando sobre las páginas de Stendhal, sonándose los mocos con las páginas de Víctor Hugo, masturbándose y desparramando el semen sobre las páginas de Gautier o Banville, vomitando sobre las páginas de Daudet, orinándose sobre las páginas de Lamartine, haciéndose cortes con hojas de afeitar y salpicando de sangre las páginas de Balzac o Maupassant. Sometiendo, en fin, a los libros a un proceso de degradación que Delorme llamaba “humanización”.

Pero el asunto va más allá. Imaginemos, por un momento, que escribimos ese libro en Cuba. Imaginemos la literatura cubana contemporánea como uno de esos departamentos llenos de cuerpos destrozados, suciedad y mal olor. A estos diez Malditos bastardos habría que leerlos desde esa habitación. Es posible que ahí esté el secreto de este libro: en la profanación de las letras cubanas. Amputar a Zoé Valdés, a Pedro Juan Gutiérrez, a Leonardo Padura (que juntos suenan como un bufete de abogados implacables). Porque las editoriales extranjeras han contribuido a una especie de autismo insular, como si la literatura cubana fuera una creación de Anagrama, de Tusquets, de Planeta.

Para averiguar qué provoca un volumen como Malditos bastardos tal vez sirva pensar en la pregunta que nos hacemos después de leerlo. Y esa pregunta no es: ¿qué quiere decir?, sino: ¿qué pasó? Es decir: la misma pregunta que nos hacemos después de un crimen, un delito, una infracción. Porque el verdadero escándalo de estos diez narradores antologados consiste en atentar contra el principio de realidad de “lo cubano”. Lisiar la verdadera plaga de balseros, jineteras y Otelos que salen cada día a contagiar a la narrativa como su ébola. Como si la literatura cubana contemporánea fuera un parque temático, una atracción especial, una reserva natural: ¡Visiten este país disfuncional! –dice la copla– ¡Concédanse el estremecimiento de la cuban experience!

Pero a la vez que esto ocurre, comienza a saberse de la existencia de autores que se rebelan, a principios del siglo XXI, contra esa suerte de estética venérea. Nacidos generalmente en los umbrales de la década de los ochenta, para ellos el contexto de “lo cubano” constituye un mero dato anecdótico, un desafío, más que un mecanismo de legitimación. Autores que no pertenecen al panteón de las grandes editoriales, y por esa única razón no figuran en la alfombra roja del mercado mundial. Diez neuróticos gourmet que decidieron fundar una tradición que fuera distinta. Para ellos, esa Cuba de vademécums –como la de las guías turísticas de Christopher P. Baker o la que reproducen los aparatos ideológicos del Estado (AIE)– es el espejo del vampiro: un sitio donde no se ven reflejados, esto es: un no-lugar, un muro. Recordemos aquella película de los Hermanos Marx donde Harpo se mantiene pegado a una pared: “¿Qué haces ahí?” “Sostengo la pared” “¡Te burlas de mí! ¡Sal!” Harpo da un paso a un lado y la pared se desploma. Muchos escritores cubanos han sostenido literatura nacional como Harpo la pared. Estos diez Malditos bastardos prefieren el derrumbe. Malditos bastardos es un libro con esa insoportable verdad; así que léalo en ayunas, de ser posible.

Gilberto Padilla, La Habana, 4 de diciembre de 2014

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