Cuba: la literatura de la desesperanza

Marcial Gala

Clarín.com Revista Ñ

22/04/2022

La literatura cubana contemporánea parece una fragata que flota en el mar de las imposibilidades, resiste o trata de resistir cuando tantas circunstancias, como olas que explotan contra el maderamen, obligan a sus creadores a preguntarse de continuo para qué. Y es que Cuba pocas veces ha atravesado una época tan desesperanzadora como ahora, pocas veces el proyecto nacional cubano fue tan mediocre, tan llamado al fracaso, nunca antes hemos estados tan desencontrados los cubanos. Un ejemplo son esos juicios que no tienen el mínimo amago de justicia y que hacen que el calificativo “kafkiano” haya quedado obsoleto. De cinco a veinte años de privación de libertad por salir con un cartel y gritar dos veces. “Si gritas tres veces te condenan a treinta”, piensa uno. Es vergonzoso ese estado de cosas y deja en el aire la pregunta ¿Cuál es el papel del escritor cubano luego de los sucesos del 11 de julio? Es una interrogante sin respuesta porque el papel del escritor es seguir creando como puede.

Justo ahora hay una pléyade de autores cubanos, tanto de dentro como de afuera del archipiélago, que intenta crear una literatura post castrismo, dejando atrás eso que quedó inconcluso, tambaleante y crujiente y que muchos llamaron la “literatura de la revolución”. Yo pienso que esa nueva literatura está marcada por dos fechas, una por la llegada del ultimo político que fue popular en Cuba, Barack Obama, que muchas veces pareció más presidente del país que los propios Raúl Castro y Díaz Canel, y otra por los sucesos del 11 de julio: la primera vez que el pueblo cubano vio en vivo y a todo color lo que les esperaba a aquellos que se atrevieran a darle la espalda al cacareado proyecto actual, cuyo principal lema es “somos continuidad”. “La orden de combate está dada”, había expresado con tono amenazador el presidente de Cuba y eso significó un estallido de violencia y de represión como nunca se había visto en la isla.

Después de ese 11 de julio algo cambió para la gente en Cuba, incluyendo a autores y artistas. Los juicios de condenas desproporcionadas, del todo ridículas por la falta de valor jurídico (condenas que recuerdan mucho incluso en la palabra empleada “sedición” al despotismo de la España colonial), vinieron a acentuar la sensación generalizada de desesperanza; por tanto, para mí la literatura que escriben ahora mismo los cubanos es una literatura de la desesperanza, del desencanto y la desilusión, y de intentar, aunque sea en la hoja en blanco, que Cuba deje de ser esa nación que cayó al otro lado del espejo con gobernantes que se portan como un engendro del sombrerero loco y la reina de naipes.

Mencionemos algunos nombres que me gustaría que asistieran a esta feria, hagamos una especie de equipos rojo y azul o sea de escritores de adentro y de afuera con la esperanza de que el lector argentino logre leerlos y con la aún más remota ilusión de que algunos de esos libros se encuentren en el, diezmado literariamente pero muy politizado, stand de Cuba y en el pequeño stand que un grupo de intelectuales cubanos residentes en Argentina abrirán durante la feria.

Empecemos por el equipo rojo, narradores , ensayistas y poetas de adentro, donde además de los insumergibles Leonardo Padura, Wendy Guerra y Pedro Juan Gutiérrez, debemos mencionar a la muy talentosa Ena Lucía Portela, Ángel Santisteban, Ahmed Echevarría, que pronto publicará una novela con la editorial Corregidor; Alberto Guerra, José Luis Serrano, Pedro de Jesús, Atilio Caballero, Elaine Vilar Madruga, Rafael Vílchez Proenza, Jámila Medina, Margarita Mateo Palmer, Carlos Esquivel y Alberto Garrandez, Alberto Abreu y Roberto Zurbano entre muchos. A la feria asistirá Julio Travieso cuya novela El polvo y el oro sorprendió a tantos en Cuba por su soberbia calidad.

En el equipo azul yo colocaría a Jorge Arcos, un poeta de primera que vive y trabaja en Bariloche, Antonio José Ponte, Legna Rodríguez, Dayneris Machado Vento, Carlos Manuel Álvarez, Armando Valdés Zamora, Abilio Estévez, Karla Suarez, Ronaldo Menéndez, Susette Cordero, Iván de la Nuez, Enrique del Risco, Rafael Rojas, Amir Valle y algunos más entre ellos a mi amigo Arturo González Dorado, fino novelista y ensayista domiciliado en Gran Bretaña.

Esta es una lista injusta como todas las listas, pero confío que los lectores puedan encontrar libros de estos autores y de otros en la feria y en las librerías.

 

Presentado el cuarto tomo de la Bitácora de cine cubano

La Habana/ Madrid

8 de diciembre de 2020

Cinemateca de Cuba

El martes 8 de diciembre se presentó en La Habana, después de ser postergado durante varios meses por le epidemia de covid19, el cuarto tomo de la Bitácora de cine cubano.

La implicación de la Cinemateca de Cuba y colaboración la Agencia Española de Cooperación Internacional AECID, ha servido para sacar a la luz varias obras clave de la cultura cinematográfica cubana, muy especialmente la denominada Bitácora de cine cubano, obra de referencia de todo el patrimonio fílmico insular en 5 tomos.

Estos volúmenes constituyen la única referencia de su tipo sobre la producción fílmica cubana, desde el cine silente en 1897 hasta la producida por el ICAIC desde su constitución en 1959 hasta el año 2017. El presente proyecto puede entenderse como el producto de años o décadas de recuperación del patrimonio fílmico cubano, siendo éste la guía o bitácora, entendido como andadura, revisión, ampliación y rectificación.

En la presentación estuvieron los representantes de las embajadas de Francia, Polonia y España, quien, a través de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, ha apoyado, junto a Ediciones Hurón Azul y la Cinemateca Canaria, el proyecto de sistematización del cine cubano.

BITÁCORA DE CINE CUBANO

TOMO IV: PRODUCCIÓN ICAIC (1960 – 2017)

Volumen 4: Cine documental

El cuarto tomo de la Bitácora de cine cubano ahonda en la documentalística insular, compilando todas las obras de la llamada Escuela Documental Cubana. Abarca la vasta producción de cine documental del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), desde su fundación el 24 marzo de 1959 hasta el año 2017.

La Cinemateca de Honduras Enrique Ponce Garay tendrá su propia Bitácora de cine

ANTECEDENTES

 

Hurón Azul consolida su alianza con la Cinemateca de Cuba con la aparición, en 2016, del libro “El cartel cubano llama dos veces”, cofinanciado por la Agencia  Española  de  Cooperación  Internacional  para  el  Desarrollo  AECID  del Ministerio   de  Asuntos   Exteriores   y   Cooperación.  Este   libro   es   un   compendio de la cartelística cubana desde 1915 hasta nuestros días.  Medios tan relevantes como El País celebraron su llegada afirmando que: “Más allá de lo que se muestra en las pantallas, una parte de la historia del cine de cada país se puede contar también a través de los carteles que promocionan sus películas. Un lugar donde tradicionalmente se ha mimado la elaboración de afiches para filmes es Cuba, como demuestra el libro El cartel cubano llama dos veces, en colaboración con la Cinemateca de Cuba y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.”

En 2018, durante la 77 Feria del Libro de Madrid, Ediciones Hurón Azul, con el apoyo de la Filmoteca Canaria, y también la AECID, presentó los 3 primeros tomos de la “Bitácora del cine cubano”, un compendio de todo el patrimonio cinematográfico de creación nacional. El 4º tomo fue editado en 2019, en colaboración también con la AECID.

AMPLIAR LA BITÁCORA DE CINE LATINOAMERICANO

En la actualidad, Ediciones Hurón Azul busca apoyos para lograr una extensión de la labor de recuperación del patrimonio fílmico de la vecina Centroamérica, específicamente la de aquellos países que, como Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua han realizado una labor desigual, tanto en lo artístico como en lo sistémico y curatorial.

En un primer momento, la alianza establecida con la Cinemateca Hondureña “Enrique Ponce Garay”, inmersa en un proceso de mejora y recopilación de su patrimonio fílmico, supone una alianza para un trabajo seguro, siendo el primer foco del proyecto, que dará lugar a la Bitácora de cine centroamericano.

Para llevar a cabo esta expansión enciclopédica con las mejores garantías de rigurosidad académica y apego a la idea original, será la Cinemateca del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica quien, a través de sus especialistas en cine latinoamericano, acojan, orienten y validen la labor de investigación y curadoría del ensanchamiento cinematográfico americano.

BITÁCORA DE CINE DENTROAMERICANO (4 tomos): Recuperar y sistematizar un siglo de producción cinematográfica de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua.

TOMO I (Honduras): Recuperar y sistematizar 80 años de producción cinematográfica hondureña.

 

 

Hablando de cine independiente en Cuba, de gobierno y de mañana

Dean Luis Reyes acaba de publicar ‘El gobierno de mañana. La invención del cine cubano independiente (2001-2015)’

Carlos Quintela
Madrid

Diario de Cuba

Dean Luis Reyes es periodista, profesor, crítico de cine, amante del anime japonés y en temáticas relacionadas con el mundo audiovisual un crack. Conversar con él es un lujo, su capacidad de análisis y lucidez hacen que un chat entre Tarragona y Madrid puedan hacerte el día.

En el caso de Cuba ha sido testigo de la gestación del movimiento de cine independiente y se ha ganado un lugar privilegiado en el corazón de muchos cineastas por asumir la difícil tarea de documentar un fenómeno que floreció —literalmente— entre el marabú.

Conversamos a propósito de su libro El gobierno de mañana. La invención del cine cubano independiente (2001-2015), que recomiendo a todos.

En la presentación online que auspició Rialta Magazine te referiste a El gobierno de mañana… como un libro que le pertenece a todos. ¿Por qué lo crees?

Porque en los asuntos que ahí se resumen yo solo fui testigo. El crítico de cine siempre tiene una porción de parasitismo, y en este caso tuve la suerte de estar en el momento y sitio indicado para presenciar el germen de obras y el crecimiento de realizadores que luego se convirtieron en amigos, colegas, gente querida. En todos ellos, y en los desconocidos también, pensaba al armar la tripa del volumen, que es una recogida de textos escritos al tiempo que vivía los acontecimientos.

La invención de una tradición pasa primeramente por la cabeza del crítico antes de volverse una práctica. ¿Qué valores (estéticos, culturales, políticos) crees que atestigua un crítico que los cineastas o gente cercana al proceso no consigue dilucidar?

Pues primeramente, la distancia. A la hora de examinar el objeto artístico hay multitud de mediaciones de las que el creador no tiene por qué permanecer advertido. Y el trabajo del crítico es insertar la obra en su contexto, ponerla en diálogo con otros territorios, evaluar su función comunicativa, su capacidad alegórica, etc.

El crítico es, al fin y al cabo, parte del sitio adonde va la obra una vez abandonada por el creador, es un espectador privilegiado porque en su impresión queda incluida una parte del revelado de la zona irracional o inconsciente del creador que este no percibe del todo mientras la elabora.

¿Por qué dices que te ves envejecer en el libro?

Porque ahí está el depósito de un tiempo que ya no está. Hay una condición histórica propia del cine independiente cubano en la que todo era muy frágil, que está en las páginas del libro. Cuando yo no me atrevía a adivinar si esos realizadores iban a persistir, si sus obras iban a encontrar su destinatario, si iban a convertirse en una tradición que retomar, o con la cual discutir.

A mediados de los años 2000 las exhibiciones de la Muestra Joven eran a menudo con la sala a la mitad, o apenas con los directores y su familia y amigos. No existían las preguntas que hoy tenemos para hacerle a ese territorio que ahora creció, se convirtió en una tradición, que tiene premios, que ha impactado a audiencias de dentro y fuera de su país.

Para llegar ahí ha habido que envejecer, literalmente. Porque ninguna tradición se asienta sin conspirar con el tiempo. Y ahí también el tiempo me ha pasado a mí: ya no escribo de todo lo que se produce, he tomado distancias porque ese trabajo de criba y visibilización que yo hacía ahora lo hace más gente.

Ya no hay un partido que defender a muerte porque sus verdades son parte de la realidad. Y tampoco escribo igual, ni mi enfoque sobre el cine es el mismo. Es la vida.

En uno de los comentarios de Facebook alguien apuntó que esa primera generación de cineastas nació de una ruptura y por joven e ingenua, anhelaba ser admitida por la oficialidad, por el ICAIC. ¿Cómo ves ahora —gracias a la distancia de residir en Europa— a esa primera generación? ¿Cuál crees que hayan sido alguno de sus principales aportes si es que fuese el caso?

Pues demostrar que el cine podía hacerse también con un grupo de amigos, sin pasar por comités de selección, grupos de creación, vicepresidencias y presidencias del ICAIC, sin que 20 personas le metieran la mano a tu guion. También, que el cine puede ser algo de tan personal casi íntimo, como una orfebrería, tal es el caso de la obra casi artesanal de Miguel Coyula.

Todo esto obligó al documental en Cuba a dejar de ser parte de la administración de la hegemonía del Estado para transformarse en no ficción de vuelo libre, de completa especulación, con lo real como un objeto de referencia, pero nunca un fardo. Ahí están Alejandro Alonso, Raydel Araoz, Rafael Ramírez, Marcel Beltrán, para demostrarlo.

Mostró que un cine nacional no tiene que ser necesariamente un cine estatal. Entrenó a una generación para hacer más con menos. Y mostró que para exhibir tu película no hay que someterse a la autorización de las autoridades.

En lo ideológico, ofreció otros territorios para ejercer la libertad. No hablo solo de la ideología política, sino de los rituales del cuerpo, de la imaginación, de la oportunidad para ir en nuevas direcciones que las fijadas por el hábito.

¿Por qué el título del libro sugiere un mañana? ¿A qué se debe ese juego temporal? Siento que cuando se habla de Cuba, sea en el caso del cine o cualquier otro ámbito casi siempre se exhorta a la conquista de un algo al que desde el presente no podemos acceder. ¿Crees que esa utopía que sugiere el título del libro, sí los cineastas en conjunto se lo propusieran, podría ser provocada y conquistada en la actualidad?

Porque el mañana en Cuba es una noción secuestrada por el Estado autoritario. Una de las claves para entender la situación cubana es advertir que no se admite otro devenir que uno apoyado en la antinomia socialismo/capitalismo.

Eso podría parecer válido para las mentes simples, que bajo semejante lógica deberían creer en el cielo y el infierno. Pero visto así, el mañana aparece como algo imposible de construir colectivamente. Y justo el audiovisual cubano hoy exhibe una historia tejida a partir de esa inteligencia colectiva, a base de ensayo y error, y por eso A media voz, un discurso sobre la producción de identidad a partir de la aventura de reinventarse como sujeto diaspórico, puede ser premiado en el Festival de Cine de la Habana.

Y Juan de los Muertos ser una obra de culto internacional. Ese cine inventado a partir de la libertad que nos dieron las herramientas digitales es uno de los bellos ejemplos de cómo crear sociedad civil independiente en Cuba. Y pese a su fragilidad perenne, ahí están sus evidencias.

¿Qué debilidades le ves al “movimiento” de cine independiente cubano? Me gustaría saber tu opinión personal alejada de tu oficio y también tu diagnóstico como observador profesional.

Las debilidades son muy parecidas a las de otros grupos de la sociedad civil independiente cubana: actúan por reacción (la censura de una película, sobre todo, en el caso que nos ocupa); en vez de ser proactivos y propositivos.

La iniciativa de El Cardumen fue algo estupendo, pero no conozco de su continuidad efectiva. Ese grupo debió haber tomado de forma natural el relevo del Grupo de los 20, por ejemplo. Y debería tener un espacio de intercambio de ideas, un blog, una publicación, un foro regular, por ejemplo, para articular iniciativas. Asimismo, un escenario para ver y discutir sus películas, más allá de la Muestra Joven.

A menudo los cubanos reproducimos el paternalismo en que crecimos y nos cuesta inventar espacios propios sin que otro sea quien los gestione. En el plano formal, pienso que las obras de muchos de los realizadores que comienzan siguen careciendo del descaro, de la vocación experimental que requeriría el cine cubano para quemar etapas. Esto último, sobre todo en la ficción. La no ficción me sigue pareciendo el escenario más intenso y renovador del audiovisual actual en Cuba.

En el libro hay un pasaje que titulaste: “Lo engendrado, para imaginar la muerte del padre”. ¿Qué importancia crees que traiga consigo la muerte de ese padre para el cine cubano? ¿Crees que su muerte abrirá una brecha para la inclusión de nuevas temáticas?

Eso fue en 2010. No creo que el cine independiente posterior a ese año haya puesto el pie al acelerador, porque en general se siguen saldando cuentas con el pasado. Santa y Andrés, Sueños al pairo, La obra del siglo, Nadie, Agosto, tienen que ver con políticas de la memoria.

Eso es muy importante, algo imprescindible en Cuba para discutir la historia oficial. Si no sabemos de dónde vienen nuestras neurosis, ¿cómo las vamos a curar? Y la muerte del padre de la que hablo es algo más complejo: tiene que ver con comprender quiénes somos, qué heredamos.

El Gobierno cubano, por ejemplo, tiene obsesión con la continuidad, como si eso solamente sostuviera toda su legitimidad. No obstante, en lo cotidiano, usa constantemente las distintas acepciones del verbo cambiar.

El audiovisual cubano no debería quedar atascado en ese falso dilema. Entre otras cosas, porque la demanda de una cinematografía como ejercicio de antropología que exigía el nacionalismo del primer ICAIC hoy apenas pesa. Los temas son más diversos. Aunque extraño más historias sobre eso que Enrique Álvarez apuntó en Venecia: cómo imaginar los modos de estar juntos de los jóvenes que no van a trabajos voluntarios ni tienen que ocultar a los parientes emigrados, que tienen un negocito ahí, se conectan a internet y leen más los medios independientes que Granma, que no creen lo que dice el Noticiero, que buscan su propia soberanía… Pero eso es matraca mía.

En el libro hay también un capítulo “Exhumaciones de Nicolás Guillén Landrián” en el que te refieres a él como si fuese un realizador independiente de este tiempo. ¿Por qué lo ves así? ¿Crees que se ha hecho verdaderamente justicia con su obra?

Porque el descubrimiento de su obra engavetada fue uno de los mayores acontecimientos del cine cubano de los pasados 20 años. Y ocurrió donde debía: en la Muestra Joven, para los ojos de los realizadores que andaban buscando quiénes eran sus padres simbólicos, sus influencias.

Landrián apareció de pronto y su forma de mirar se convirtió en una obsesión, sobre todo entre los documentalistas. La marca de su cine apareció de repente como parte natural de las búsquedas que traían consigo entonces Susana Barriga, Rigoberto Jiménez, Jorge de León… Esa clase de fenómenos no ocurren a menudo.

En Cuba, tenemos al origenismo que marcó a la generación literaria de los 80. Pero en el cine, no. Así que es un contemporáneo con todas las de la ley.

¿Justicia? En vida no se le hizo, pero él nos dejó lo mejor de sí, que muchos recogimos y compartimos. Que alguien como Ernesto Daranas se ocupe de la restauración de sus películas, y que ese trabajo sea parte de un proyecto mayor, de estudio y revisión de su legado, es algo muy importante y que, por suerte, está ocurriendo.

La cinematografía cubana y su soporte vital: el cartel serigrafiado como artesanía de colección

El cartel cubano de cine, según lo define la máxima especialista de la Cinemateca de Cuba ICAIC, Sara Vega, en El cartel cubano llama dos veces (Ediciones La Palma: 2015) se caracteriza y se diferencia de otros carteles tanto por limitar la información al título del filme y los créditos principales, sin interferir en el diseño central, además de abandonar los tradicionales fotogramas, como por su tamaño (otra característica del cartel de cine cubano fue cambiar el gran formato por una medida standard de 51 x 76 cm.), así como por su manufactura; si exceptuamos la época del Periodo Especial durante los años 90, cuando se realizaron numerosos diseños en formato digital, los carteles de cine de Cuba se producen basados en la técnica serigráfica con base de cuatro colores.

Según Ricardo Alonso Venereo, especialista en cine del diario Granma, por constituir parte imprescindible del patrimonio del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y ser la expresión gráfica que acompañó a la cinematografía cubana en todo su devenir, la colección de carteles cubanos de cine, recibió julio de 2017, el certificado de inscripción en el Registro Nacional del Programa Memoria del Mundo de la Unesco, conocido como MOW por sus siglas en inglés.

Según palabras del curador Nelson Ysla, el fondo digital de la Cinemateca de Cuba cuenta con más de 600 títulos de filmes cubanos y de coproducciones, de los cuales posee aproximadamente 520 imágenes. Hay muchos y muy buenos carteles de filmes, sin competir con los carteles realizados para filmes extranjeros.

Pese a ello, la colección de carteles cubanos impresos desde los tiempos fundacionales del ICAIC es una colección incompleta y su cifra total es imposible de precisar. También señala que no a todos los filmes cubanos se le realizaron carteles (de hecho, filmes documentales, incluso muy importantes no tienen carteles y en peor caso se encuentra la animación). Uno de los motivos de esto fue la inexistencia, antes de la fundación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) en 1959, de una institución que preservara el cine nacional, algo que provocó que parte considerable de la filmografía de esa primera mitad del siglo XX desapareciera definitivamente.

Por otro lado, la controvertida política de la dirección del ICAIC de borrón y cuenta nueva, obstinada en renegar de todo vestigio del cine pre-revolucionario, contribuyó a que los escasos rollos de celuloide rescatados en las dispersas distribuidoras, no recibieran a lo largo de varias décadas el cuidado prioritario que ameritaban por integrar esos filmes también, no obstante sus falencias, el patrimonio cultural de la nación. Si ni siquiera la Cinemateca exhibía esos títulos en su programación, tampoco existió demasiado interés en conservar toda la información en torno a ellos.

Como señala Sara Vega en la mencionada obra de referencia, del período silente solo se conocen y conservan dos carteles impresos en litografía (y posiblemente diseñados) por alguna firma de Estados Unidos. Uno estaba destinado a la publicidad del largometraje La manigua o La mujer cubana (1915), de Enrique Díaz Quesada, el «padre de la cinematografía nacional». De su prolífica obra sobrevivió apenas un minuto del documental El parque de Palatino (1906). El otro lo encargó la compañía B.P.P. Pictures para estreno de El veneno de un beso (1929), realizado por otro pionero: Ramón Peón. Su concepción, como la de la melodramática trama, rememora visualmente el que promocionó en Estados Unidos el del filme The Sport of the Gods (1921), de Henry Vernot.

Según Luciano Castillo, crítico e historiador cinematográfico y actual Director de la Cinemateca de Cuba, los afiches del ICAIC buscaron siempre proponer el disfrute de la obra de arte y traducir a la vez, el rasgo fundamental del filme que promovían en verdaderas metáforas visuales. Casi desde los primeros en diseñarse y difundirse, constituyeron un genuino medio pleno de posibilidades para la creación artística. No tardó el cartel cubano de cine en convertirse en pieza autónoma capaz de ir más allá de su intención original para devenir pieza obligada en la decoración de una vivienda y pronto objeto de atención por coleccionistas.

Los artistas cubanos del cartel, del afiche, libres de la idea fija de la incitación comercial, tratan de llevar un arte a la calle, allí donde todos lo vean. El cartel de cine del ICAIC es galería permanente, abierta a todos, puerta en las murallas, ostentosa en las esquinas, usándose en él de todas las técnicas de figuración: montaje, collage, reproducciones de imágenes paralelas, popup, y hasta, cuando viene bien, remedos de viejos estilos, interpretados, transfigurados, en función de un título, de un contenido, de un mensaje determinado.

Particular significación concede Carpentier a encomiar el cartel cubano de cine que desde que el catalán Eduardo Muñoz Bachs concibiera el primero —para Historias de la Revolución, de Tomás Gutiérrez Alea, el estreno inaugural de la producción del ICAIC— alcanzara un esplendor extraordinario. Diseñadores de la talla de Morante, Reboiro, Azcuy, Rostgaard, Holbein y Ñiko, entre otros nombres clave, con estilos inconfundibles, convirtieron las limitaciones de la serigrafía en desafíos para la imaginación y el talento.

Siguiendo a Castillo, quien conoció bien aquellos primeros tiempos del nacimiento del nuevo cine cubano y su plasmación en los carteles expuestos en las calles, aquellos que transitaban por las calles de una Habana contemplaban los novedosos diseños promocionales de estrenos de importantes películas en enormes vallas situadas en lugares estratégicos. No es excepcional que los carteles concebidos por creadores cubanos y sus soluciones gráficas para aprehender la esencia argumental de una película, no solo incitaban a verla, sino que resultaran más sugerentes y atractivos que las propias obras que las originaron, razón por la cual han trascendido.

Desde su propia creación por el ICAIC las estrategias asumidas de estructurar una producción acorde a los intereses de la Revolución, la «descolonización» de las pantallas y diversificación geográfica de la programación con el fin de contribuir al fomento de un público cualitativamente superior, incluyó también dinamitar los mecanismos publicitarios utilizados hasta ese momento. La concepción renovadora de los carteles anunciadores de las películas adquiridas para su estreno, contribuyeron en enorme medida a otorgar un signo propio y genuino a lo que no demoró en devenir un movimiento por las proporciones alcanzadas.

Paralelamente, afirma Castillo, a aquellos carteles cubanos que acompañaban grandes obras procedentes de Europa occidental, los países del campo socialista y de Asia, sobre todo China y Japón (con su sangrienta invasión de samuráis), ante la imposibilidad de acceder a la producción fílmica norteamericana por las imposiciones del bloqueo, el devenir del nuevo cine cubano puede seguirse a través de los que identificaban tanto la escuela documental cubana imperante en los palmarés de los más notorios certámenes internacionales, como el cine de ficción.

Translate »