Miguel Coyula: una inspección de herejías

RIALTA (https://rialta.org/miguel-coyula-una-inspeccion-de-herejias/)

[Replicamos el artículo aquí para que pueda leerse en Cuba]

Con ‘Mar rojo, mal azul’, la extraña originalidad de Miguel Coyula ha alcanzado la dimensión de literatura.

Miguel Coyula no es un director que escribe sino un cineasta que además es escritor. Antes incluso. Y no porque la fecha de terminación de la novela Mar rojo, mal azul y de un grupo de cuentos en su mayoría inéditos haya antecedido a sus largometrajes, sino porque asume la realización de sus películas como un autor su literatura. En solitario: guion, fotografía, edición, música y sonido también a su cuenta.

Hasta piensa literariamente su cine, como confesaba en una entrevista de 2010 a partir de sus teorías del montaje: “Cada vez que hago un encuadre, y corto, el siguiente tiene que ser un plano diferente. Porque creo que es igual en el lenguaje cinematográfico que en la literatura. Después de un punto, escribes una oración distinta de la anterior con otro significado”. Quizás por ello ha utilizado de forma inconsciente el término “distracción” para referirse a los años en que se mantuvo filmando tras terminar en 1999 este libro.

No obstante escritor, volvamos a que Coyula es cineasta. En Mar rojo, mal azul “leemos” la propuesta estética de su cine. Dosificada primero: se pulsa play y se narran hechos y diálogos en montajes paralelos, se describen secuencias, miradas que enfocan y desenfocan el primer plano y el fondo que observan; mas en las páginas siguientes se enuncia por el personaje de Miguel una aspiración: hacer una película por la que moriría. Me refiero asimismo a ese guion que más bien es un diario y termina siendo un testamento y, en especial, a la frase: “Necesito el estado natural de la percepción, sin extensiones intelectuales, o códigos simbólicos universales”.

Porque el Miguel de la novela, semejante al Coyula de Cuba –un país, otra ficción– rechaza las invitaciones a trabajar en industrias e instituciones, con los reglamentos de pertenencia que estas imponen; declina la colaboración en equipo en la búsqueda de una libertad que le compartirá al espectador una vez que logre materializar esa planeada narración interactiva que se reconfigure a partir de la ordenación aleatoria de sus distintos segmentos. Una libertad, sí, totalitaria, pero inofensiva, puesto que Coyula no encarna a un político. Se trata del único totalitarismo benévolo: el del creador sobre su obra.

Más de cinco años empleó –no demoró– Coyula en completar su segundo largometraje, Memorias del desarrollo (2010). Cinco años durante los cuales la idea de una versión condensada de la trama de Edmundo Desnoes –ambientada mayormente en el entorno rural adyacente a las montañas Catskill– se redujo a uno de los tantos episodios y varió a un desierto, en tanto se adicionaron escenas y elementos surgidos en medio de filmaciones en diversas ciudades y se acentuó una mirada desenfadada, irreverente, de la Historia y los grandes relatos.

Más de una década tardó –sí– Coyula en publicar Mar rojo, mal azul, enmarcada en el terreno que ha reconocido es el que más le atrae: la ciencia ficción, en su afán por desligarse de contextos y geografías específicas. En su lectura, caminamos por una ciudad con Malecón, con un túnel que atraviesa un río, pero cuyos rasgos habaneros se desdibujan en ese futuro impreciso del siglo XXI de lluvias ácidas que despedazan a los seres humanos, plantas de energía alternativa situadas en los polos y gases reparadores de la capa de ozono, en el que confirmamos el germen de su primera cinta, Red Cockroaches, y de su posterior producción Corazón azul.

Se rastrean en Mar rojo, mal azul obsesiones latentes en la cinematografía del autor. Una vieja cámara analógica llega a manos de Iván, y pasa de este a Miguel, similar a aquella de VHS con la que Coyula adolescente grabó imágenes que luego reciclaría en uno de sus trabajos iniciales: el corto Clase Z Tropical. Entre esas obsesiones, se encuentra la de diseccionar al individuo exponiendo los componentes que suelen asociarse a lo promiscuo y la oscuridad, asumiendo la tramposa inocencia característica de la infancia, que es la manera más descarnada y agresiva de cuestionar.

Una obra que surge de la imaginación no debe obedecer a la “lógica” de realismo alguno. De ahí la densidad habitual en Coyula: fragmentación de la narración, yuxtaposición de asociaciones, donde es tan importante lo que se revela como la elipsis; partes que el espectador –en este caso, el lector– precisa rearmar para hallar su “todo”.

1994, 1995, 1996 son las fechas de las que datan muchos de los cuentos de Coyula –hubo tres que aparecieron en una revista de 2013–. Las más de las veces, se percibe en ellos el reflejo de ambientes y personas que pudieron rodearlo en su adolescencia y temprana juventud. Pero en cada caso encontramos el rechazo a cualquier reproducción realista y el origen de ese lenguaje distinto de su cine. Quizás “lenguaje” no sería el término apropiado, porque más que a una estética particular de composición de planos, consecutividad en el montaje o ritmo, me refiero a la lógica inusual de esos universos que nos presenta. Desde sus tempranos experimentos cinematográficos, ya Coyula empleaba los más disímiles métodos y herramientas para crear efectos con los que apoyar esa otra realidad que no apunta solo a situaciones fruto de la invención, sino a un mundo visualmente distinto que el director nos agencia observar con una intensidad que es imposible al ojo humano fuera de sus películas.

Si en cada uno de sus filmes Coyula interviene casi la totalidad de sus planos, con una intención plástica, en Mar rojo, mal azul no se ha privado de concatenar texto e ilustración –otro tipo de texto–, al entrelazar el negro de las letras impresas con el de las imágenes, como si el cineasta percibiera la necesidad de enfatizar determinados rasgos no solo con palabras. De este modo, el escritor nos sugiere la mirada, tal como lo haría cámara en mano.

En múltiples situaciones del libro debemos permanecer alertas, pues parten de una proyección subjetiva de personajes sumidos en una hiperrealidad confusa e inconexa –se sabe del despertar de clonados amnésicos– que dejan emerger el afán mayor de unos sobre otros: la posesión. ¿Cuánta relación no habrá entre que el niño Iván se lamentase de las olas que destruían los complicados castillos levantados en la arena, el test realizado a sus ocho años en el que la palabra “muerte” le sugería “mar”, y el hecho de que pida a Marina (véase el nombre) que deje ondear su cabello como el mar, donde la termina (o comienza) viendo muerta?

Sobrecoge el misterioso objeto rojo –especie de flauta–, y cucarachas, siempre las cucarachas, y siempre rojas. Destaquemos además la insatisfacción de Iván, Heber, Azucena, Remy, Fernando, Miguel, Marina; ese caos total con el que lidian puede corresponder al desmesurado desarrollo industrial que hace peligrar el planeta; o a las consecuencias inútiles de los inútiles proyectos por crear “hombres nuevos”, pero es también una circunstancia que nos acompaña siempre a los seres humanos. Porque en esa primera imagen de un cuerpo flotando, inerte, en el mar, identificamos la incógnita de una náufraga sumida en el sueño de otra vida lejos de la tierra firme que conoce. Con Mar rojo, mal azul, la extraña originalidad de Miguel Coyula ha alcanzado la dimensión de literatura.

Imagen de cubierta de 'Mar rojo, mar azul'
Imagen de cubierta de ‘Mar rojo, mar azul’

Posdata de 2014: Al repasar este prólogo a Mar rojo, mal azul, incluí algunas de las notas leídas en el lanzamiento de la novela, el sábado 19 de octubre de 2013, en The Place, de Miami. Llegando a esa línea final en que hablo de Coyula y su “extraña originalidad”, advierto que ya en la presentación a una entrevista publicada en Surco Sur, en 2011, lo había referido como un “director desconcertante”. Aquel mismo año, en una crítica titulada “Memorizar”, afirmé que él representaba en el cine cubano una “singularidad rayana en la anomalía”. Aunque creo haber sido claro en no aludir solo a cualidades de Coyula como su rebeldía e independencia, quizás dejé un tanto demasiado implícito el elogio a su inteligencia y talento. Sentado en el suelo de una abarrotada sala Mundo Nuevo, en la ciudad de Camagüey, en 2010, durante el estreno de Memorias del desarrollo —primera obra suya que veía–, me percaté de estar visionando una gran película; para más, hecha por un cubano; y, más aún, por alguien de mi generación.

CARTA ABIERTA DE LOLA CALVIÑO

El lunes 17 de julio Lola me hizo llegar este mensaje, escrito para dejar constancia de su posicionamiento en relación a los últimos acontecimientos ocurridos en el ICAIC y en la Escuela Internacional de Cine. Con el permiso de Lola, comparto este importante posicionamiento, esperando que contribuya a generar consensos en la sociedad cubana.

 

MI OPINIÓN
Intente quedarme callada pero realmente eso sería un acto más de aceptación con lo que no estamos de acuerdo.
Muchos conocen la historia y los detalles de los momentos que me han tocado vivir, a pesar de esto hemos seguido adelante por dos cosas fundamentales en nuestras vidas: la Patria y el Cine Cubano. Y hablo en plural porque desde luego Julio García Espinosa corre por mis venas y mi corazón.
No es posible en tiempos tan difíciles como los que vivimos se tome una decisión sin que todos, absolutamente todas y todos los trabajadores, técnicos, personal de oficina, de la administración y los servicios, todas las mujeres y los hombres, y nosotros los que por el momento no nos han considerado de la CREACIÓN, no tengamos la oportunidad de compartir y expresar nuestro criterio en decisiones tan importantes como es la salida del Presidente del ICAIC, Ramón Samada.
No quiero entrar en discusión sobre la censura, sobre el Fondo de Fomento, sobre la actual producción del cine cubano, todo esto y más es un camino que debemos seguir trabajando y alcanzando decisiones nuevas, frescas para el desarrollo del cine y de la cultura nacional. Lo que pido ahora es que se escuche mi criterio, el de mis compañeros de la Cinemateca de Cuba, el del personal administrativo, el de los cines que nuevamente nos toca atender, en fin todos y todas las que cada día hacemos lo nuestro por mantener y sobre todo defender la institución cultural que Fidel fundará, a la vez que decretaba la ley de Reforma Agraria. Eso no fue un acto de amiguismo del Comandante en Jefe, con su luz eterna se dio cuenta de inmediato lo que significaba esa decisión.
Desde entonces y hasta hoy el ICAIC vive una permanentemente lucha de oleada de funcionarios ,
que quieren destruirlo, y que se asustan ante la posibilidad de que salten jóvenes y no tan jóvenes que tengan criterios, posiciones y combates por mantener el “Nuevo Cine Latinoamericano “ en este caso cubano, parafraseando a Fernando Birri.
No acepto y no aceptaremos la salida de un hombre, de un amigo, de un luchador como Ramón Samada. Este hombre llegó un día al ICAIC se descamisó y puso su noble pecho a ”aprender haciendo”.
Escuchó a todas y todos, tropezó y se levantó, dedico el día entero a trabajar por salir adelante en la producción, en las salas de cine, en el trabajo con las provincias, en todo y cada uno de los problemas que recibió apenas bajándose del elevador en el séptimo piso.
Pido que nos den la oportunidad de expresar y discutir nuestros criterios. Quizás Samada no comparta esta propuesta, pero nosotros queremos compartir, como siempre, la decisión final.
Dolores (LOLA) Calviño
Vicedirectora de la Cinemateca de Cuba y trabajadora del ICAIC desde 1974
La Habana, Domingo 16 de julio-2023.

PILARICIDIO

La Habana, 28 de enero de 2022

Por Luis Trápaga

Hay sol bueno y mal de espuma y Pilar quiere absorber arena fina, la niña ya no luce divina y nadie la besa, se llena sus pulmoncitos de arena y declama frente al mar:  Martí se ha puesto clandestinamentis de moda y todos lo queremos mucho, lo amamos profundamente con nuestro corazón ensangrentado. Y  Pilar quiere antes de morir con patria y con amo, llenar de versos mi palma.

Hoy, 28 de enero, al tragarse por accidente un sombrerito de plumas, Pilar dio a luz un gallopinto ensangrentado, había quedado embarazada una noche después de una pesadilla en la que era violada por una manada de aves de corral de sexo indefinido, logró salvar la vida gracias a que intervinieron en su auxilio dos ciudadanos, transeúntes ocasionales, quienes después fueron acusados por las autoridades de haber violado a Pilar, las pruebas contra ellos consistían, aparte de su sospechosa diferencia racial, en que al ser capturados en su huida estaban empapados de la sangre menstrual de Pilar, y fueron salpicando toda la ciudad con dicha sangre putrefacta causando el terror y la posterior indignación de los vecinos ante un acto tan deleznable como es la adicción a beber sangre menstrual de niñas con conflictos psicológicos de identidad.

Un bigote revuela orondo sobre la cabeza de Pilar que viene y va, la niña lo confunde con una mariposa y lo atrapa con su vestidito de flores, lo encierra en una pecera de cristal y lo oculta en su habitación, pasa con el los mejores momentos de su adolescencia solitaria, escribe un día en su diario contemplando el bigote revoletear en su pecera: yo soy un hombre sincero nadando en arena fina, nado y nado durante años sin avanzar más que unos centímetros, pero no cejo en mi empeño, he sentido la arena durante años correr y correr por todo mi cuerpo, mis senos han crecido bañados en arena, mi condición física y emocional no puede ser igual que la de ninguna de mis condiscípulas, pero me cuido mucho que se haga notar esa diferencia.

Pilar entra en conflicto con sus pocos adeptos  luego de ser objeto de un acto de repudio al declarar que el mensaje de su obra “la mariposa marina” era una respuesta al recrudecimiento del bloqueo espiritual del PCC hacia cuba y que tenía una marcada influencia del famoso poema épico judío “Das Kapital”, su último intento de lograr algún contacto social antes de la profunda depresión que la llevo a su fin fue intentar crear una fundación contra el hábito de fumar tabacos cosechados en suelo extranjero -la maldita circunstancia del café por  todas partes nos obliga a estornudar picadura continuamente, generando una alergia crónica en toda una generación de nuestros niños que han sido contagiados por el hábito de solo fumar tabaco cultivado en suelo patrio, declaro-.

Una noche, meses antes de su fallecimiento, Pilar se sintió poseída por una doncella barbada de yeso, la doncella se presentó como su oráculo personal, y Pilar le preguntó: your majesty when we will destroy this earth?  La doncella respondió: Later, Id like to use before my imagination.  Esa frase provocó el último orgasmo que Pilar recuerda haber tenido en su corta vida de doncella virgen.

Pilar muere otro día de enero  al ser agredida por desertores de la secta clandestina oficial “Los eunucos de Rosa”, se desconoce la locación exacta de su sepulcro donde nunca ha habido un solo ramo de flores y menos una bandera. Años después el Vaticano y la OMS rechazaron la propuesta de que  Pilar fuera canonizada por su supuesto alumbramiento en virginidad, aludiendo incesto interespecies y que no constaban suficientes pruebas ni teológicas ni científicas que pudieran sustentar dicha propuesta.

INDIGESTIÓN, relato ilustrado de Luis Trápaga

Por Luis Trápaga, La Habana (junio 2021)

INDIGESTIÓN

Los frijoles blancos pueden tener un periodo de incubación más largo que el resto, por eso tal vez permanecen más tiempo asintomáticos, pero luego se los puede ablandar con más facilidad y en un periodo más corto. Si se ablandan lo suficiente pueden traspasar la barrera estomacal y llegar con mucha efectividad al sistema endocrino y de ahí la posibilidad de que pasen al cerebro es más probable y más efectiva, instalándose por un tiempo suficientemente prolongado como para lograr una reversión de las condiciones estomacales, digestivas, que han llevado a nuestra sociedad al estado actual de depauperación ideologicosexual y la psicodependencia genital, con posterior menoscabo de las funciones digestivas, y tratando, por todos los medios, que posibles síntomas secundarios no se extiendan a las extremidades causando reacciones impredecibles e indeseadas, con afectación del sistema psicomotor.

En 4 o 5 kilómetros se podría lograr un ablandamiento suficientemente bueno como para ser digeridos sin provocar daños cerebrales irreversibles. Eso sin despreciar la reputación del resto de las leguminosas.  Casos aislados no debían empañar el prestigio logrado durante años de entrega y sacrificio en nuestra lucha por el mejoramiento humano y la realización definitiva de la dignidad plena del hombre, y la mujer.  Ningún sistema digestivo, por fuerte y saludable que parezca a los ojos de los demás, debería consagrarse como modelo único, pues precisamente por su peculiaridad debe, excluirse como ejemplo en una sociedad cuyo anhelo más alto es la igualdad social y la dignificación de hombres y mujeres por igual.

Para un cocido satisfactorio, 4 km en 45 minutos, a velocidad promedio, a pie, 3 km desde El Vedado hasta Centro Habana, a razón de 1 minuto cada 100 metros, aproximadamente; para personas entre 19 y 50 años, a un ritmo pausado, sin ingestión de líquidos, si sobreviniera alguna nausea o fatiga, realizar respiraciones largas y profundas, inhalando en 6 y exhalando en 12, repitiendo este ciclo un total de 10 veces y ,en la décima, levantar las manos y palmear por encima de la cabeza imitando un aplauso repitiendo el mantra “YOMEKEOENEDGAO” por un periodo suficientemente prolongado para lograr una estabilidad mental con una incidencia posterior en la producción de frijoles.

Los frijoles negros y rojos tampoco poseen un privilegio especial sobre sistemas digestivos diferenciados. Cada frijol, cereal o legumbre, con figura jurídica natural, será libre de transitar por cualquier sistema digestivo. No habrá alimentos privilegiados que transiten por los mejores sistemas digestivos: cada sistema digestivo será de todos. Se deberá, además, llevar un riguroso control de los equipajes en el transporte aéreo y marítimo para evitar indigestión o uso indebido de recursos alimenticios. Cualquier equipaje que, a su paso por los controles aduaneros, se detecte segregando semen, pus o cualquier otro fluido corporal, será multado con 500 libras de frijoles de cualquier color por un periodo entre 6 meses y un año.

Las siguientes regulaciones, con el siguiente cuestionario adjunto, diseñado por el Ministerio de Salud Pública para situaciones excepcionales, deberá cumplimentarse por cada viajero previamente a su ingreso al territorio nacional.

  • Una pesquisa rigurosa sobre la capacidad del sistema digestivo nacional lo consideraría como algo valioso, necesario, útil en el contexto actual.
  • ¿Considera que el libertinaje alimenticio, llevado a sus máximas consecuencias, debería ser fiscalizado y penado por la Ley, dada su negativa incidencia en la salud de nuestro pueblo?
  • ¿Consideraría que la práctica de este libertinaje a la larga pudiera derivar en daño psíquico difícil de revertir?
  • ¿Ha participado en alguna orgia alimenticia?
  • ¿Piensa que en nuestro país existe una tendencia (por encima de la media mundial) hacia prácticas de exhibicionismo tales como la masturbación en público? Marque SÍ/NO. Si marca SÍ: ¿A qué cree Ud. que se debe?
  • ¿Tiene usted conocimiento de que se haya producido casos de masturbación femenina en público? Marque SÍ/NO. Si marca SÍ: ¿El hecho de que haya exclusión de las féminas en este tipo de acto lo consideraría motivado por algún tipo de discriminación hacia la mujer?
  • ¿Cree que la participación en orgías alimenticias menoscabaría el prestigio social, dados los valores en que se sustenta nuestro sistema alimenticio?
  • ¿Le molestaría que su pareja participara en alguna orgía alimenticia en solitario? ¿Podría, a la inversa, tolerarlo ella si lo hiciera usted?
  • ¿Ha contemplado a otras personas participando en orgías alimenticias de las que usted ha sido excluido?
  • ¿Se masturba mientras ingiere alimentos? Marque: CON FRECUENCIA /A VECES /NUNCA según sea su experiencia.
  • ¿Ha realizado usted alguna práctica pública de exhibicionismo alimenticio? Si NO lo ha hecho, favor señale:

               Lo considero dentro del ámbito privado

               Lo considero censurable

              Lo considero como una fantasía

  • El contacto con personas que realizan estas prácticas ¿tiene alguna influencia sobre su conducta alimenticia?
  • Aunque hubiera decidido evitar este tipo de prácticas, ¿considera que su vida alimenticia ha sido plena o tiene la sensación de haberse perdido algo valioso?
  • ¿Usted educaría a sus hijos libremente en la alimentación alternativa (entiéndase: flores de barro, semen, fluidos vaginales u otros), aunque fuera considerada impropia por la mayoría?
  • ¿Piensa que existe una relación entre la opinión política de las personas y su conducta alimenticia?

– Mire, oficial, aquí tenemos esta cámara que se le ocupó al ciudadano, luego de su paso por el control aduanal, por una queja de dolores estomacales. Al pasar por los rayos X tuvo que ser conducido al baño por los compañeros de controles aduaneros donde, después de padecer muchos dolores, defecó una cámara fotográfica.

– ¿Dice usted que defecó una cámara?

– Correcto. Al parecer la traía escondida en su sistema digestivo pero fue detectada por los compañeros de rayos X. Usted sabe la práctica esa que usan las mulas para transportar drogas.

– ¿Y qué alega el ciudadano?

– Dice que él no sabe nada, que la cámara no es suya y que nunca la había visto. Alega haber comido frijoles blancos antes de abordar su vuelo, pero no sabe nada acerca de haber ingerido una cámara. Incluso especula que pudo haber sido puesta en su sistema digestivo para perjudicarlo.

– Compañera, ¿qué tiene todo esto que ver con las regulaciones y las medidas que nos hemos visto obligados a tomar para salvaguardar nuestras conquistas en la batalla contra la pandemia, que es lo que nosotros tenemos que priorizar en estos momentos? ¿Ya este viajero pasó por el control del MINSAP? ¿Se le hicieron las pruebas?

– Afirmativo. De hecho se la acaban de hacer y dio negativo. Lo aislamos como sospechoso por este síntoma digestivo.

– Pero es un síntoma digestivo… no es un síntoma respiratorio .

– Sí, pero pensamos que pudiera estar asociado, nunca se sabe. Por eso lo mandé a llamar a usted. Al analizar las imágenes de la cámara nos resultaron sospechosas.

– ¿Y cuáles son esas imágenes?

– Mire, aquí se ve una serie de personas marchando con banderas. Algunas son banderas cubanas, pero de otras no hemos podido identificar la nacionalidad. Y aquí, en esta otra imagen, se ve algo como una especie de pintura con muchas bolitas azules alineadas que asemeja una escalera. Tiene un comentario al pie de la imagen que dice: “¿Con cuántos kilómetros de bolitas azules se puede satisfacer un sistema digestivo promedio no viciado por los males del imperialismo revolucionario?”

– ¿Y eso que quiere decir, compañera? ¡No existe un imperialismo revolucionario, o se es imperialista o se es revolucionario!

– Sí, Teniente, por eso lo mandé a llamar a usted, porque tenía dudas y no sabía bien qué hacer con este caso…

– Pues usted no debería haber tenido dudas de esa índole. Porque de lo contrario puede que no esté capacitada para las funciones que realiza. Eso es todo. ¿Hay alguna otra imagen sobre la que tenga dudas?

– Sí, Teniente. Aquí está esta otra imagen donde se ve un gallo ejerciendo el derecho al voto en una urna con el escudo nacional, como las que tenemos en nuestros colegios electorales. Si se fija, el gallo tiene un inusual abdomen, muy prominente, como si estuviera embarazado.

– ¿Y eso qué quiere decir, compañera? Los gallos no pueden embarazarse ni poner huevos… Las que ponen huevos son las gallinas…

– Sí, precisamente por eso me resultó sospechoso todo esto y lo llamé a usted.

– Pero… además, eso que usted me está mostrando no es la foto de un gallo… Parece un dibujo de un gallo. Le estoy diciendo que ningún gallo puede embarazarse. O sea, esa imagen no es real; es una imagen manipulada.

– Entonces, Teniente, podríamos procesar al ciudadano por divulgación de noticias falsas.

– Pues mire eso, que ya verá usted cómo encuentra una solución al caso consultando las regulaciones que hemos establecido en esta batalla contra la epidemia… Aunque todavía queda aclarar el asunto de la cámara que defecó el acusado. ¿Es que no tenemos antecedentes de ese tipo de delito en nuestra aduana? ¿Usted llamó anteriormente a la especialista en arte para analizar las imágenes?

– Sí la llamé, Teniente, pero me contestó que eso no era de su competencia y me remitió a los compañeros de la CI.

– Pues remítalo a los compañeros de la CI. Y si ellos no lo aceptan, dele de alta pero con medida cautelar.

– De acuerdo, Teniente. Pero mire, todavía queda esta frase aquí, al pie de la imagen del gallo… Es como una pregunta, pero no la entiendo bien porque está en inglés.

– ¿Y qué dice?

That´s fair thought to lie between bean’s crowd?

 

Alina Sardiñas, la fotógrafa que ha estado mirando siempre

Por: Michel Hernández; mayo 15, 2021

CUBANEWS

Alina Sardiñas es un remolino. Sus pies golpean el piso como una baqueta, sus dedos siguen el compás de la música y su mirada se pierde entre las guitarras del escenario. Me le acerco para preguntarle sobre la cámara fotográfica que tiene sobre la mesa, al lado de dos cervezas Cristal. Le pido algunas fotos de la banda que tocaba aquel domingo en la Casa de la Amistad y comienza a hablar con una pasión desbordada sobre el rock and roll y la fotografía.

Mientras, suena “Satisfaction”, de los Rolling Stones. Ella se acerca a los pies del escenario y “congela” algunos momentos del concierto de La Vieja Escuela. Es domingo y la Casa de la Amistad es un oasis para los seguidores del rock and roll en La Habana, un oasis que ahora solo permanece en la memoria por una pandemia que se ha ensañado especialmente con la cultura, la música y los músicos.

Alina Sardiñas es una de las fotógrafas cubanas con trayectoria de alto relieve en las últimas décadas. A pesar de la probada calidad de su obra prefiere el silencio, las sombras y el alejamiento de los focos. Su fotografía contiene matices muy reconocibles. En su obra sobresale especialmente la sensibilidad, y la cara más noble de condición humana, aunque sus personajes se sometan a la cotidianidad más dura o respiren esos espacios límites a los que la ruleta de la vida nos lleva en ocasiones.

Para ella, tomar una foto es dotar a las personas de humanidad, de esperanza, de comprensión. Tiene un don muy característico para mirar al otro, para fijarse en esas expresiones que nos unen en nuestra condición humana y para someternos a un diálogo con nosotros mismos cuando vemos esas imágenes, en blanco y negro o a colores, sobre la cotidianidad en Cuba, es decir, sobre nuestro propio paso por la vida. Ya sea retratando a niños jugando pelota en los barrios marginales o a un señor muy mayor cargando sobre su espalda el peso que le permitirá ganar dinero o llevar algo de comida a su casa, Alina siempre es la misma. Una fotógrafa que sale a caminar con la cámara y la mochila al hombro, para reflejar el paso del tiempo, el trascurrir de las personas y la pulsión de un país del que también se hablará en un futuro por las imágenes de esta artista.

Durante los últimos años ha vivido entre La Habana y Madrid por diferentes contextos personales. Su hija adolescente estudia en Madrid y Alina quiere estar lo más cerca posible de ella para ver cómo avanza en sus estudios. La acompaña su esposo, un músico de rock and roll. En Madrid ha seguido indagando en los momentos íntimos de sus habitantes y en los espacios menos conocidos de la capital de España. Pero extraña. Y mucho. No puede estar tanto tiempo fuera de Cuba. Siente que necesita estar cerca de sus padres y seguir dando testimonio de una ciudad de la cual ya conoce la mayoría de sus entresijos.

Antes del encierro provocado por la COVID-19 finalizaba una serie sobre veteranos rockeros cubanos en su cotidianidad. Las fotos son impactantes. En ellas aparecen punks, seguidores del género, algunos fallecidos recientemente, así como mujeres que en un momento álgido dentro de la escena rockera fueron contagiadas de VIH y viven con la enfermedad, mientras ya otros murieron.

Le pregunto por ese conjunto de fotos al iniciar la entrevista. Pero Alina prefiere guardarlas para cuando tenga todo listo para una futura exposición post pandemia. Me propone luego otra conversación sobre este grupo de imágenes que ya considera uno de sus más grandes trabajos. Entre ellas me conmovió mucho la foto de Dyango, un rockero de la vieja escuela, a quien Alina retrató en su cuarto lleno de carteles de bandas y de recuerdos. “Dyango tiene más fotos de King Diamong que de cualquier otro grupo ahí”, me dice otra amiga a quien le enseñé la foto, violando un pacto secreto con Alina.

Acordamos conversar a su regreso de Madrid mientras reímos con los recuerdos de aquella tarde en Casa de La Amistad. “Entonces, periodista, cuando quieras comenzamos formalmente la entrevista”, me dice mientras me enseña vía Facebook alguna de esas fotos que hablan mejor de la hondura de su obra que cualquier reseña al uso. Empezamos pues.

¿Cuándo comenzaste en el ejercicio de la fotografía?

Todavía conservo la impresión que me causó la foto del niño con las dos botellas y las demás fotos que encontré en un libro de Henri Cartier-Bresson. A mis 18 años me enamoré de un fotógrafo argentino que trabajó en Cuba por un año haciendo fotos en la calle y luego vivimos juntos por mucho tiempo en México. Allí conocí de cerca a la flor y nata de la fotografía mexicana. Durante ese tiempo sólo me dediqué a estar enamorada y a añorar Cuba. Pero, claramente, fue mi primera escuela. Cuando regresé a La Habana eran los primeros años de los noventa, mi mamá me compró una cámara Zenit y me fui a la UPEC a aprender fotografía. Ya sabía que había un lugar al cual mirar y una manera de hacerlo.

¿Por qué elegiste ese modo de expresión artística?

Simplemente fluyó así, aunque no sé si es porque llevo mucho tiempo haciendo fotos que tengo la sensación de haber estado “mirando” siempre. También puedo responder que lo elegí porque no sé pintar. En mi adolescencia usé mucho el tiempo de la escuela para irme a caminar por La Habana Vieja, me encantaba pasar las mañanas por ahí, meterme en La Moderna Poesía y hojear los libros de pintura que vendían. Los que más me gustaban eran los de los impresionistas franceses. Eran preciosos, Cézanne, Édouard Manet, Gauguin…Y ahora que te cuento esto me doy cuenta que ya no voy a La Moderna Poesía, pero sigo haciendo lo mismo: caminar por ahí, ahora con una cámara.

Cuba en los noventa. Foto: Alina Sardiñas.

En tu obra hay un interés marcado en darle relieve a las dimensiones más humanas de las personas en su cotidianidad ¿Recuerdas el momento que te llevó a asumir ese perfil en tu trabajo?

Creo que cuando elegimos un camino, sobre todo el que te lleva al reino de la creación, el punto de partida es casi siempre desconocido, no digo que así sea para todos, algunos suertudos son capaces de desgranar sus sedimentos. Ahora bien, yo empecé a hacer fotos en los años noventa, en aquel rostro desencajado, en un país en carne viva. Cada día era el asombro de ver nuestra propia miseria y a la vez un sentir de humanidad, de solidaridad hacia el otro porque todos estábamos juntos en caída libre. Creo que si tenía una cámara era imposible mirar hacia otro lado que no fuera el ser humano.

«La Familia». Foto: Alina Sardiñas.

¿Has pensado cuáles son las características que definen a la fotografía cubana respecto al trabajo de fotógrafos de otros países?

El trabajo está condicionado por el contexto y las diferencias y similitudes; supongo que tienen que ver con las estéticas individuales. Cada cultura tiene su propia mirada, aunque pienso que la fotografía en Cuba mantiene un fuerte sentido de identidad cultural y social.

«Las telas». Foto: Alina Sardiñas.

¿Qué te interesa más en la fotografía como método de expresión artística?

La fotografía te permite expresarte a través del otro o de lo otro y también te hace portavoz. Otra cosa es la nostalgia, está completamente ligada a ella, son uña y carne. Roland Barthes apunta en su libro La cámara lúcida que “lo que la fotografía reproduce al infinito únicamente ha tenido lugar una sola vez: La fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente”.

«Serpiente de luz». Foto: Alina Sardiñas.

¿Hay alguna imagen que hayas tomado que te haya marcado especialmente?

Me gusta mucho esta pregunta. Algunas de mis fotos me acompañan, están en mi cabeza. Por ejemplo “Ella” es una foto que pienso mucho, casi todos los días, los rostros de esos niños de verdad me acompañan. También puede ser que la marca te la deje no la foto sino el momento en el que la foto fue tomada, como “Serpiente de Luz” . Yo amo esa foto, el momento de mi vida en que fue tomada y el lugar de ese destello.

«Ella». Foto: Alina Sardiñas.

Fotógrafos internacionales dicen que La Habana es una de las ciudades más interesantes para fotografiar en el mundo. ¿Crees que esa opinión puede estar determinada por estereotipos o clichés?

Me gustaría decirte que creo que no existe algo que sea “lo más en el mundo” pero sería una traición a las luces y sombras de La Habana, a los rostros risueños, sensuales o amargados, a los niños que sobrevuelan el Malecón, a la textura de la ciudad, a su impudicia, a esa que también nos hace sufrir, por cierto, no a los fotógrafos internacionales. Este país, además, tiene algo muy cómodo para los fotógrafos y es que la gente se deja fotografiar.

«Dos retratos». Foto: Alina Sardiñas.

A pesar de tener una carrera notable te has mantenido en cierta forma en los márgenes del circuito fotográfico más conocido ¿Fue una decisión personal o se debió a otro tipo de circunstancias?

Sí, en primer lugar es una decisión propia que no sólo tiene que ver con el hecho de ser muy tímida a la hora de desplegar mi obra ante un montón de personas, o hablar ante una cámara, peripecias necesarias cuando quieres que te miren. Me gusta mi vida sencilla y la libertad de enrollarme la cámara en la muñeca y salir a la calle a hacer mis series, las que yo quiera, ubicarlas dónde yo quiera, si quiero. Yo soy una fotógrafa callejera, social, que atraviesa lo marginal y de alguna manera quiero también mantenerme en esa marginalidad. Al principio empecé a publicar en medios nacionales y algunas fotos entonces fueron mal vistas o, mejor dicho, no fueron ni vistas, porque directamente me dijeron que “esas no” y ahí comprendí que “no gracias”, mejor en libertad.

Trabajas en un proyecto fotográfico relacionado con el rock cubano ¿En qué se basa ese proyecto?

Son fotos hechas a frikis de mi generación, retratos de ellos en sus cuartos, hoy con cincuenta años siguen viviendo ese sueño. Lamentablemente la pandemia ralentizó el proyecto pero ya tengo unas cuantas imágenes entrañables. Es un homenaje a su libertad y resistencia. Quiero hacer una exposición y llevarla además a una buena publicación. Es un trabajo para ellos.

¿Cuáles son las dificultades o ventajas a las que se enfrenta un fotógrafo en Cuba?

La fotografía es cara y, además, los fotógrafos la encarecemos más porque somos cautivos de lo nuevo que sale al mercado. Esto es una dificultad pues lo que percibes por tu trabajo no es suficiente. Desde la perspectiva de un fotorreportero hay mucha polarización en los medios y eso es complicado a la hora de elegir dónde publicas.

Para una fotografía que se quiere exponer pues está la pared de los espacios secuestrados por la “piña”. Conseguir materiales, sobre todo para la fotografía analógica, siempre ha sido una dificultad pero no un impedimento para seguir trabajando y, con ayuda de la inventiva, lograr bellos resultados. Esto es una gran virtud de los fotógrafos en Cuba.

Foto: Alina Sardiñas.

¿Qué rama de la fotografía te interesa más?

La fotografía documental.

¿Cómo imaginas el futuro de la fotografía en Cuba?

No puedo responder esta pregunta pero sí decirte que me gustaría que hubieran más espacios lejos de las instituciones, que si alguien quiere mostrar lo que hace no tenga que esperar a que un funcionario le abra las puertas de una galería o se las cierre de un portazo. Ser artista no es una profesión, es una condición. Cuba sería un lugar menos hostil si los artistas pudieran fluir.

¿Crees que las necesidades económicas han influido en que los fotógrafos hayan dejado a un lado la creación artística para hacer otro tipo de trabajos más comerciales dentro de esa disciplina?

Por supuesto, justamente por las necesidades que tenemos ahora mismo, por la situación. También creo que haciendo un poco de equilibrio se puede lidiar con las dos cosas, hacer lo que te da de comer y lo que te mata de hambre pero, igual, estoy siendo superficial. Cada uno tiene su parcela de realidad y ahí, pues bueno, se hace lo que se puede.

Lee el artículo original en ONCUBA: https://oncubanews.com/cultura/artes-visuales/alina-sardinas-la-fotografa-que-ha-estado-mirando-siempre/

 

Cojas amistades, relato inédito del libro Cumpleaños de Madonna, de Jorge Carpio

Cojas amistades

De Jorge Carpio

Ilustrador: Luis Trápaga

       Para Yallier; y para Frank in memoriam; cojos amigos.

El tribunal provincial sentencia al cojo J a cuatro años de privación de libertad por el delito de “atentar contra los poderes del Estado”. ¿Cómo se le ocurre blasfemar de esa manera? El alegato también asegura que la irresponsabilidad del acusado ha puesto en peligro al país. El enemigo siempre está al acecho, aboga el juez, que en nombre de los miembros del tribunal todo felicita al cojo C y demás autoridades presentes. Los llama compañeros ejemplares, dignos de una medalla por haber hecho la denuncia en el momento preciso. Luego el fiscal en persona añade, en tono más didáctico que jurídico; y en eso coincide con el abogado defensor: consideran que ha sido un juicio ejemplarizante; que ese tipo de comportamiento no se puede tolerar: hay que salirle al paso con firmeza, en el lugar y momento adecuados.

Tras la conclusión del proceso, el auditorio se pone de pie y prorrumpe en un aplauso fervoroso. En repetidas ocasiones un líder autodesignado, -en este caso el cojo C-, proclama consignas patrióticas que son coreadas con igual exaltación por los demás asistentes. El momento lo amerita, así que los ánimos individuales enardecen el ánimo colectivo, y viceversa, y la ovación se prolonga durante unos minutos hasta que se va diluyendo poco a poco, y sólo queda flotando en el aire el murmullo viciado del público que se retira satisfecho. La certeza del juicio ha cumplido las expectativas trazadas, el beneplácito unánime de los asistentes lo demuestra con creces. Otra vez, una vez más, se alcanza una contundente victoria sobre el enemigo interno y externo.

Un par de ujieres colocan las esposas al cojo J. No lo miran a la cara ni hablan con él, está prohibido, pero hacen comentarios entre ellos. Uno dice que la suerte es que aquí, en clara alusión al sistema penitenciario nacional, no se utilizan las esposas de piernas como en el sistema americano, que él ha visto en la película del sábado. Los grilletes en las canillas hubieran sido un problema con este sujeto, aclara el ujier. Luego hace un gesto de desprecio con los labios y señala al cojo J. Menos mal, responde el otro, más concentrado en su tarea que atento al comentario de su compañero, y sigue dando tirones a las esposas oxidadas que coloca en las muñecas del detenido. Cuando el ujier tira, hacia arriba y hacia abajo con firmeza, el cojo J siente el latigazo metálico que sube desde las muñecas hasta los hombros, y en lo más profundo de su alma se caga una y mil veces en la mismísima madre que lo parió, y también en la del ujier. En más de una ocasión tiene deseos de gritar que lo suelten, le duelen las manos, las tiene hinchadas. Está a punto de romper en llanto, mira hacia todas partes en busca de un rostro compasivo, pero nadie se apiada de él. Aunque hace muecas de sufrimiento, tiene que aguantar como el macho que es, lo sabe, y se anima compungido.

Dos o tres pasos después el cojo J se detiene. Los ujieres también se detienen y lo miran asombrados. Rápidamente activan el sistema de alarma como dispone el reglamento. Recorren con la vista la sala en busca de algún alboroto, una componenda organizada para liberar a aquel reo peligroso. Pero no detectan ningún movimiento inusual, el público asistente sigue en retirada todavía eufórico por el dictamen del juicio. Durante años de servicios en esa audiencia, ni en ninguna otra del país, que ellos sepan, un condenado ha osado detenerse camino a prisión. Más bien, después del veredicto apresuran el paso como si quisieran ganar tiempo; parece que pensaran: de lo malo es mejor salir rápido. Lo antes dicho entra en una lógica particularísima del entorno tropical, filosofan a su manera los ujieres, que también hablan del voluntarismo innato de los insulares para el cautiverio. ¿Pero qué le sucede a ese desahucio, listo para aguardar años tras las rejas?, se preguntan ahora más sorprendidos que alertas, y siguen hablando. Durante el proceso los ujieres han estado indignados. Ningún mercenario merece clemencia, repiten a modo de consigna, no se puede admitir semejante actitud, hay que aplastar a esos gusanos como a cucarachas. Pero cuando se fijan bien en el cojo J comprenden la razón de la demora. Se hacen otra mirada y amenazan con reír de su falsa alarma, es imposible que alguien intente escapar; es sencillamente un desatino; y menos un cojo; a entender de ellos el sistema es infalible incluso para personas que disponen de ambas piernas.

Todo está en orden y los ujieres vuelven a la calma. No hay de que alarmarse, pero sujetan con firmeza al cojo J, temen que ese caso inusual, adefesio de persona, se desplome en medio de la sala y el éxito del juicio termine en un fiasco, otro escándalo más en las redes sociales. Deben mantener la imagen ante la opinión pública, es la orden recibida. Pero prometen, ahora más indignados, que en cuanto les echen el guante a los demás mercenarios, esos hijos de puta, los que aparecen a menudo por internet, la van a pasar peor que este maldito cojo. Éste está jodido y ya ha sido sentenciado, dice uno de los ujieres, y chasquea los labios como si se apiadara del acusado. El otro lo interrumpe con un ademán brusco, mira al cojo J, y con desaire en el tono de la voz habla de medias personas. ¿Cómo alguien imperfecto, -y aquí hace énfasis en la mente del detenido, también coja-, se arriesga a decir lo que afirmó este cabrón? Hay que tener valor o estar loco, concluye el ujier que sigue malhumorado.

Por su parte, el cojo J mantiene la serenidad. No escucha los comentarios referidos a su persona, o al menos no se da por aludido, se empeña en olvidar el dolor que le causan las esposas en las muñecas. Además, está acostumbrado a recibir insultos hostiles, soeces o mal intencionados, como que los cojos son hijos del diablo; y entre una diversa gama de discapacitados, cada uno con sus particularidades, que los cojos son las más perversas de las maldiciones, y así por el estilo.

Luego de buscarlo con la vista, el cojo J encuentra al cojo C entre la multitud en retirada. Su amigo continúa sentado en el mismo banco con el bulto guardado en la mochila sobre el ñongo de la pierna mutilada. En ningún momento, ni siquiera cuando tiene que testificar, suelta aquel paquete notorio que protege con esmero. El cojo J y demás asistente se preguntan qué diablos lleva ese otro cojo en la mochila, pero nadie sabe. Es un misterio. Cualquier cosa, piensa todo el mundo.

El cojo J trata de levantar el brazo en señal de despedida pero las esposas se lo impiden. ¡Caramba!, protesta por el inconveniente. Ha olvidado su condición de recluso y lo lamenta al sentir otra vez el latido metálico en las muñecas. En cambio el cojo C, que no le quita los ojos de encima, levanta su brazo libremente y le dice adiós.

-No te olvides de lo nuestro -grita el cojo J.

-No te preocupes -responde el cojo C, todavía con el brazo en alto-. Lo tuyo está garantizado –añade, y queda contemplando como lo retiran de la sala. También mira el bulto, siempre a buen recaudo sobre el ñongo de la pierna, sonríe y lo aprieta con más fuerza.

Mientras, el cojo J sigue con un monólogo que parece no tener fin. Habla y habla y no hace caso a los ujieres que lo obligan a continuar casi arrastras. Los mira con una furia implacable: se salvan porque él no tiene las muletas a mano, se las incautaron el día que lo detuvieron. ¿Y por qué no se le ha ocurrido antes?, durante la velada debía haber indagado por ellas, o al menos haberlas mencionado. La ausencia de muletas, más que su pierna inexistente, pudo haber sido un mejor atenuante para su defensa: ¿de qué forma él se va a desplazar en esas prisiones infectas de delincuentes y bugarrones? Incluso con muletas, entre tantos malhechores, su paso, por muy firme que sea, será en falso y desde que ponga el pie en la celda estará tirado por el piso, o quién sabe si en una posición más ignominiosa. Entonces el cojo J increpa a los ujieres: déjenme tranquilo, cojones, grita, mientras se zarandea igual que un poseído. Parece que se va a caer pero milagrosamente mantiene el equilibrio, y en un acto considerado audaz por los presentes, dice a viva voz a su amigo que recuerde elegir zapatos de norma ancha, que por favor tenga en cuenta su otro defecto; siempre que adquieren zapatos, el cojo J recuerda su otro defecto. Acuérdate del juanete, coño, reitera en un grito ahogado por el dolor de la ausencia.

El eco del grito retumba en la sala, pero los asistentes que quedan retrasados no lo echan a ver: la sentencia ya está dictada y por suerte es irrevocable.

El cojo C, por su parte, se cuestiona en silencio la irreverencia del cojo J. Si ya ha sido sentenciado por qué es tan insolente. Igual da por descontada su petición, -aunque nunca lo ha mencionado, él también padece de aquel otro defecto-, y siempre gestiona zapatos de norma ancha, se dice, y vuelve a mirar el bulto que aún aprieta contra el cuerpo. Al cojo C, y eso lo tiene atento, más bien a la expectativa, le ha llamado la atención la forma en que los ujieres conducen al acusado, lo llevan agarrado por los sobacos, como un fardo dando salticos hacia la puerta trasera del recinto. El hecho en sí es extravagante por no decir grotesco. Ante aquel espectáculo inusual, cree que no hay nada más ridículo en el mundo que un cojo dando salticos entre ujieres. El cojo C lo piensa mejor y tiene que llevarse la mano a la boca para contener la risa que ya afloraba en sus labios. Apenado, recorre la sala de una ojeada; por suerte nadie lo estaba mirando. No es correcto esa desfachatez ante el público que se retira disciplinado, se dice, y reprime su actitud.

Pero pensándolo bien, este no es ni será su caso, qué coño, se dice igual. Aunque le falte una pierna, incluso aunque le falten las dos, por alguna u otra desgracia, él es un hombre íntegro, un revolucionario cabal, y nunca va a incurrir en el desliz en que ha caído el acusado.

***

El cojo J y el cojo C se conocen años atrás. Es la época en que todavía anhelan que la desaparición de sus piernas se puede solucionar o al menos encontrarán, siempre con paso firme, la forma de ser felices. Viven relativamente cerca uno del otro, aunque no se conocen; no han tenido el honor, a decir de ellos. Pero una tarde apacible, de cielo despejado y sol radiante, coinciden en la barbería del barrio. Llegan casi al mismo tiempo, a dos o tres pasos de muletas de diferencia, como si se hubieran puesto de acuerdo. El cojo J le da el último de la cola al cojo C o el cojo C se lo da al cojo J, no lo recuerdan pero no es tan importante y se sientan, uno al lado del otro.

Al principio evitan mirarse, fingen estar entretenidos con el pelado de turno que hace el barbero. Pero al rato no lo pueden soportar y con disimulo se detallan por lo más elemental visible, o invisible, de sus cuerpos mutilados: el vacío de la pierna que les falta. Luego se fijan en las muletas, -es costumbre arraigada entre cojos reconocerlas durante el primer encuentro-, y finalmente se concentran en el zapato que traen puesto en el pie palpable. Ese día el cojo J lleva un tenis Adidas gastado, casi listo para tirar a la basura, y el cojo C luce un Nike lustroso, al parecer acabado de estrenar. Es probable que hasta calcen el mismo número y vuelven a mirarse; sobre todo el pie visible. Tras la ojeada de reconocimiento quedan convencidos de sus dimensiones porque sentados y todo, miden más o menos la misma estatura. ¿Y qué?, dice el cojo J. Bien y tú, responde el cojo C; mientras se hacen un movimiento de cabeza y una sonrisa de aceptación.

La ocasión es propicia y se estrechan la mano. A partir de entonces conversan como si se conocieran desde siempre. Pero antes, incluso antes de presentarse por sus nombres, -tampoco lo pueden evitar-, indagan por la talla de pie que calzan. ¿Qué número tú usas?, pregunta el cojo J, al tiempo que señala el Nike existente de su compañero. El siete y medio, responde el cojo C, que vuelve a mirar con menosprecio el tenis Adidas gastado.

Desde el inicio también advierten otro detalle de sus cuerpos incompletos, y ahora lo toman en cuenta: cojean de piernas diferentes, al cojo J le falta la derecha y al cojo C la izquierda. Mirándolo desde una perspectiva individual y a la vez de conjunto, de eso no caben dudas, cada uno es el otro o en términos más filosóficos, la contraparte del otro.

Muchas coincidencias, y han quedado sin palabras, pero ninguno de los dos cree en casualidades. Un inicio de relación entre impedidos físicos; al parecer casual más que causal; pinta a las mil maravillas para vaticinios esotéricos. Pero tampoco es el caso de ellos, que con más certezas que dudas auguran el comienzo de una amistad duradera o al menos de una compañía permanente. Hasta que la muerte nos separe, piensan a modo de conclusión. Entonces es que se presentan por sus nombres de pila:

-Llamadme J –dice el cojo J.

-Y a mí, llamadme C –dice el cojo C, que igual responde con ingenio culterano la broma de su nuevo amigo.

***

Desde que quedan mutilados, aún adolescentes, añoran su encuentro. Esa tarde, con indicios de lágrimas en los ojos confiesan detalles de la ansiada búsqueda. Cada uno ha fantaseado a su manera: la parte alejada existía en algún sitio de la ciudad, de eso siempre estuvieron seguros. Igual lamentan haberse buscado con desespero, los justificaba la premura juvenil por ver sus cuerpos completos. Tal vez la prisa haya sido la causa de que hubieran demorado en encontrarse: en cuanto veían a un cojo detenían las muletas, abandonaban lo que estuvieran pensando y reparaban en sus atributos, sobre todo en el pie existente y en el zapato que usaba.

J dice que buscó su pierna perdida por las azoteas. La separación de un miembro importantísimo como una extremidad debía estar en las alturas, más cerca de Dios que las otras partes que componen el cuerpo. Cuando pasea por la ciudad se enternece mirando para los techos. Esa obsesión se ha convertido en costumbre y más de una vez es testigo de escenas fortuitas que lo llevan a juegos más fantasiosos. Nunca lo ha comentado, no había encontrado a alguien digno de escuchar sus experiencias, pero ahora que se presenta la ocasión lo dice sin miramientos y sonríe con malicia. Por su parte, C sostiene con argumentos precisos que su pierna ausente ha ido a parar a lugares bajos. Privarlo de una extremidad es un golpe bajísimo que le ha dado la vida; y él jamás lo perdonará; por lo cual la nefanda pierna no puede encontrarse en otro sitio que no sea, dígase una cloaca o un sótano en el mejor de los casos. Las piernas son las partes más cercanas al suelo, dice afligido. C ha buscado su extremidad, aunque ya sin esperanzas, un pesimismo punzante lo embarga, por cuanta oquedad ha encontrado a su paso asimétrico.

Pero ahora están uno frente al otro. Pueden complementarse: con la pierna existente, antaño desaparecida, forman un todo como cualquier otro cuerpo humano. Ahora no solo son J y C, sino que definitivamente se han convertido en algo más completo: en JC.

Pasada la emoción del encuentro, J y C, (si se prefiere desde este momento JC), como caballeros iniciados en una orden secreta, se dan un abrazo sostenido. Después, con la persistencia del mismo ritual garboso, están contemplándose un rato más. Continúan agarrados con fuerza por los hombros, parece que sostuvieran el mundo, y con lágrimas que brotan a borbotones de sus ojos se miran sorprendidos de que puedan mantener el equilibrio. Comprueban que en ese intervalo de apoyo mutuo no necesitan las muletas. Es un placer andar como si se tuviera pierna propia, pero también sienten una imaginada nostalgia por tener que abandonar aquellos instrumentos, extensión necesaria, ya convertidos en parte de sus cuerpos. Luego sacan sendos pañuelos, para más coincidencia del mismo modelo aunque difieren en el color: el de J es azul y el de C rojo. Al ver la combinación, -¿casual?- en prenda tan higiénica, ríen con desparpajo y sin pudor alguno, secan las lágrimas que ya ruedan por sus mejillas.

J y C aprovechan la demora en la barbería. Discuten el pacto, para garantizar el futuro que siempre es incierto, anotan en la presentación. Se explican hasta el esclarecimiento definitivo que, a partir de entonces, cada vez que compren un par de zapatos intercambiarán el que les sobra, o mejor el de la pierna inexistente; que para el caso se trata de lo mismo, anotan en la conclusión. Dispuesto ya el reglamento, factores en activo de la zona estarán al tanto de que cumplan con lo establecido: no importa si los compran o es el resultado de una donación. J y C están conformes con lo pactado y juran solemnes, siempre con la vista clavada en el tenis que lleva cada cual. En un trozo de papel, cortesía del barbero, testigo único y principal, estampan sus firmas y anotan la fecha.

Posterior al estrechón de manos protocolar, quedan pensativos. Cada uno, en silencio, procesa los contenidos debatidos durante el pacto. Evalúan los pros, que a simple vista son muchos, y no encuentran ningún contra. El tratado es perfecto: un par de zapatos se convierten en dos y dos costarán el precio de uno, así de sencillo reza el algoritmo. El ahorro de dinero va a ser significativo, pero la mayor satisfacción, lo que verdaderamente los conmueve, la hallan en el goce espiritual de que exista, y hayan encontrado en la realidad, el pie que ocupará el zapato sobrante. De modo que sienten una alegría indescriptible; sobre todo J, que no deja de mirar por el rabillo del ojo el Nike casi de estreno de su amigo. En ese aspecto el entusiasmo de C es discreto; aunque pensándolo bien, aún gastado, se trata de un Adidas, su marca favorita.

Ansiosos por salir, de vez en cuando J y C se miran por el espejo de la barbería y sonríen. Tampoco ha sido casual que le hicieran el mismo pelado. Lo aprecian en la mirada complaciente del barbero que calcula con ojos de profesional la cabeza de uno y otro. Cuando les llega el turno a cada cual, dicen estar satisfechos: es lo último de la moda en corte de cabello. Y como muestra de refrendación, añaden emocionados que el inicio de una amistad tan significativa tiene que coincidir, por naturaleza, con un cambio de look. Dan las gracias al barbero, también lo estrechan en un abrazo sentido, y contrario a su estigma de cojos dejan suntuosas propinas.

J y C salen emocionados a la calle, dispuestos a celebrar el acontecimiento. Aún es temprano y se dirigen a una cafetería más o menos a la misma distancia de la casa de ambos. En asuntos de  equidad espacial, detalle importantísimo entre minusválidos, también han acertado: la amistad comienza con buen pie. J y C andan el resto del camino a la par; habladores y risueños como de costumbre; uno al lado del otro, hombro con hombro, o mejor dicho, muleta con muleta.

-¿Cómo te gustan a ti las mujeres? –pregunta C, a la vez que mira la cara repleta de orgullo de su nuevo amigo.

-A mí me encantan las negras culonas –responde J sin pensarlo. Hace un giro con la cabeza, necesita comprobar la reacción de su compañero, seguido por una carcajada que retumba en el vecindario de paso.

-Qué bien –dice C. A mí me gustan las rubias-, y continúan riendo durante unas zancadas más. Seguidamente inician un debate sobre gustos mujeriles y cualidades femeninas, que los mantiene entretenidos el tiempo de desplazamiento.

El tic tac del plástico de las muletas suena acompasado sobre el pavimento, pero el ruido no interfiere la fluida conversación que han establecido. J y C hablan y se oyen perfectamente; en cambio los otros transeúntes, por mucho que se aproximen o agucen el oído, no pueden captar el diálogo entre ellos. Y es en ese detalle cuando sienten, por primera vez en sus vidas, -y a partir de ahora ya es histórico en ese tipo de mal-, que la cojera sirve de algo edificante. Lo que ha sido una barrera a lo largo de su existencia, en unos minutos de compañía se ha convertido en un muro de seguridad, como muralla infranqueable, que no los puedan escuchar en una ciudad abarrotada de chismosos resulta una ventaja de incalculable valor, y una vez más se alegran.

J y C comen y beben cerveza en abundancia. El dueño de la cafetería acompañado del personal de servicio, los sacan casi a rastras pasada la media noche. Tienen inconvenientes mientras ejecutan la operación de auxilio, a causa del alto grado etílico de aquellos clientes insólitos, y por su deficiente experiencia en manejos de minusválidos. Llaman un taxi y los envían de regreso a casa. Ambos cojos, a partir de ahora amigos para siempre, han bebido hasta derrumbarse de sus propias muletas.

***

Veinte años después, J y C mantienen la amistad del primer día. La unión, inseparable en todo momento, con los años se ha hecho famosa en el barrio y en la ciudad, y va en camino a extenderse por el resto del país. El populacho los llama los cojos de la cerveza, y ellos ríen: el mote les hace justicia.

Acuerdan celebrar el aniversario, como el primer día. Se trata de una fecha cerrada, nada más y nada menos que veinte años, que no se cumplen todos los días, dicen orgullosos. Pero el tiempo ha pasado, con crueldad; y luego también dicen, con nostalgia: peinan canas y han echado una barriguita que achacan más que todo a la ingesta desmesurada de cerveza. Hacen la reservación a tiempo en un restaurante de reciente apertura en la ciudad, lo último en novedades culinarias, con mucho más glamour que la cafetería del encuentro original. La ocasión lo amerita y encargan un cake con sus respectivas veinte velas. No importa lo que cueste, dicen.

Un empleado vestido de esmoquin, el maîtres en persona, espera por ellos en la entrada del restaurante. J y C se bajan de un flamante taxi negro que alquilaron en una agencia de protocolos. El maîtres queda atónito con la presencia de aquellos dos seres incompletos, como una aparición diabólica, piensa, y cruza los dedos en señal de protección. El parecido entre ambos es significativo, y también usan la misma marca de zapato, aunque en piernas diferentes. Luego el maîtres se calma, pero queda meditabundo: el restaurante dispone de sillas para niños pero no de implementos para trasladar cojos. Le vuelve el alma al cuerpo cuando los ve echar mano de las muletas y desplazarse como andarines empedernidos. Ante la mirada expectante de los empleados, los conduce a la mesa asignada, y ellos se sientan en sendas sillas que les ofrece una joven camarera, igual de elegante y olorosa.

La joven da las buenas noches y anuncia la bienvenida. J y C devuelven el saludo y dan las gracias por tanta atención. Los olores, de agradable esencia, los extasía, sobre todo el aroma de sándalo que inunda la sala, cuando aparece de imprevisto el cake con las veinte velas. Es la primera sorpresa de la noche. Demasiado dulce para dos, pero es la medida que los clientes encargaron, dice la joven. Después llega un séquito de otros camareros, se despliegan como dispuestos para una emboscada, y los rodean en silencio. Los cojos miran alrededor y de inmediato a las muletas, más al alcance de la mano que de los pies, tanta gente junta próxima los pone nerviosos. Pero vuelven a la calman. La camarera pide tranquilidad a los clientes y a la sala, que dejen el nerviosismo, y anuncia que comienza la ceremonia de felicitación. Enciende las velas y ordena que apaguen las luces que perturban el encanto del convite. Acto seguido, en un coro muchas veces ensayado, la comitiva le cantan el Happybirth day.

Con ayuda del personal de servicio, J y C pican el cake y brindan con champán, cortesía de la casa. Apenas prueban el dulce: está riquísimo, dicen. Tras estudio minucioso de la carta eligen los platos más exquisitos, nada de arroz ni frijoles, eso lo dejan para la casa, ordenan mariscos: camarones y langostas. Tampoco beben cerveza; para acompañar piden un vino blanco exquisito, recomendación del maîtres.

-Cómo va lo de la prótesis -dice J, y se pasa la servilleta por los labios.

-En eso estoy, responde C, que sigue con la vista a la camarera. Luego dice que sus parientes de Miami ya se la compraron; carísima, por cierto; en unos laboratorios farmacéuticos; famosísimos, por su calidad; que radican en San Francisco. Pero no dice que ya la tiene en la casa, y que ha estado haciendo pruebas de adaptación.

Continúan disfrutando de la comida y del vino. Piden otra botella. Aprovechan el ritual del descorche y se fijan de nuevo en el local. Tanto lujo corresponde a la apertura que está teniendo el país, convienen; y entonces C habla de cambios necesarios: es el tema actual. Y más en la vida de un cojo, ser indefenso donde los haya, agrega, y habla con emoción de los ejércitos de cojos que han transitado por la Historia.

J lo escucha con atención. Piensa en las palabras de su amigo. En parte tiene razón, y a decir verdad, no le interesa mucho que C use una prótesis, hay que cambiar, aunque le molesta que incumpla con lo convenido.

-¿Y el pacto? –pregunta.

C vuelve a desviar la vista hacia la camarera que se acerca a las mesas del salón. J insiste.

-La dialéctica –responde C. Aunque no sabe por qué ha mencionado esa palabra que considera excelsa.

J no entiende qué ha querido decir C con eso de la dialéctica. Está confundido; desde que se enteró de su decisión de utilizar la prótesis, lo perturba lo difícil que se le hará de ahora en lo adelante conseguir zapatos; y sobre todo, encontrar otro cojo con la misma característica de su amigo.

-¿Qué significa cuando te refieres a la dialéctica? –pregunta más extrañado que molesto.

De momento, C tarda en responder. Busca otra palabra más adecuada que aclare la situación, pero no encuentra ninguna:

-La dialéctica, ¿no sabes qué es la dialéctica? –pregunta en un tono áspero.

J queda pensativo. Se molesta por aquella respuesta en forma de pregunta que le hizo su amigo. -La dialéctica es una mierda –responde al rato en un tono también áspero. Qué se cree éste, piensa. C ha dicho algo que no viene al caso, y repite ahora más indignado, casi en un grito-: La dialéctica es una mierda, compadre-, y se lleva la copa de vino a los labios.

El grito estalla en el silencio del restaurante. Los demás clientes dejan de comer y los miran. La discusión sube de tono. Primero acude la joven camarera, que no es entendida en el tema que debaten pero la motiva la porfía sobre asuntos de tanta envergadura, y queda estática frente a ellos. Mira con atención la cara de uno y otro contendiente. La pelea está a punto de estallar en el momento en que aparece el maîtres con el séquito de camareros. Intervienen cuando los cojos empuñan las muletas, y a duras penas logran detener la trifulca. Minutos después llega la policía.

***

La sala de juicios ha quedado vacía; solo C permanece sentado en el mismo sitio. Los ujieres, a cada lado de la puerta del recinto, esperan por él. Lo disimulan pero están impacientes. C indica con una señal que aguarden, necesita hacer una operación de suma importancia. Los ujieres no responden, pero no lo pierden de vista. Cuando C abre la mochila aguzan la mirada y se llevan la mano al arma de reglamento que portan en la cintura. C desempaca el bulto con cuidado, también sin perderlos de vista, alza el brazo y muestra una flamante prótesis, como trofeo de competencia. Los ujieres quedan perplejos por el deslumbre de aquella parte del cuerpo, para ellos extraña, que parece un juguete. No hablan, pero piensan que esa prótesis tiene más encanto que una pierna normal; porque de seguro es de importación. Incluso, si este cojo hubiera sido el detenido, piensan, no hubiera habido problemas para el uso de los grilletes que aparecen en la película del sábado. Es más, a ellos les encantaría que hubiera sido éste el acusado. A su vez, C ya se ha colocado la prótesis en el ñongo de la pierna, se pone de pie casi de un salto, y da unos pasos de calentamiento en el lugar. Luego avanza ligero, con andar natural, rumbo a la puerta de salida. Los ujieres despejan el camino, –sospechan que aquel individuo de desplazamiento atlético pueda echar a correr en cualquier momento-; y de paso, no menos asombrados, se fijan que lleva en los pies unos tenis Adidas, como acabados de estrenar para la ocasión.

 

La Habana, mayo 2021

Entre el Teatro y la Poesía: Teresa María Rojas

Por James Campbell Jerez

Hurón Azul, Managua, 20 de diciembre de 2020

En el programa de Radio Televisión Martí “Entre nosotros” (16 de noviembre de 2020) el poeta  Orlando González Esteva entrevista a Teresa María Rojas (poeta, actriz y profesora de teatro), cubana como él y, también como él, exiliada. El poeta González Esteva, es amigo personal y de la poeta Rojas y como tal la ayuda en la caza permanente de la palabra precisa que esta autora utiliza para titular sus poemas y/o poemarios. Pero no es un proceso sencillo, confiesa Rojas, pues la palabra precisa, tanto para titular un poema o un poemario la busca, mientras esta la acecha, la acosa; me dice “búscame, búscame o no te dejo respirar”.

Mientras tanto, Rojas se debate entre dos pasiones: el teatro y la poesía. Y en esta dualidad se entrecruzan los acosos inspiradores e iluminantes. Al primero lo define como un amante exigente y cruel que mientras está con él, le brinda la posibilidad de la inspiración poética, misma que se le presenta como el beso del amante efímero, por lo egoísta y acaparador que es el amante del arte escénico.

Teresa María Rojas es la autora del reciente poemario “Ecos de la brevedad”, 70 poemas, la mayoría de ellos inspirados en su hija fallecida, afirmó la autora. Un libro de versos esenciales, habitados por la música y el ritmo propio de todo lo existente, como lo describe la Editorial Hurón Azul, bajo cuyo sello fue publicado.

Para la poeta, actriz y directora teatral cubana, la portada de “Ecos de la brevedad” es la pintura del artista cubano César Santos que Teresa describe como las ondas que deja una piedra cuando se lanza al agua y encima un caracol que mueve el eco y se posa una abeja tratando de entrar por el hueco del caracol. Y es como si ahí viviera la abeja. El autor de la obra pictórica ve a Teresa como una abeja, agregó la poeta.

Para esta amante de la poesía y el teatro, la primera es necesaria en estos tiempos tan turbulentos porque han significado “el gran bastón en mi vida que me ayuda a imaginarme y vivir una vida mejor”. Sin embargo, lo acaparador y desgastante del amante Teatro, le ha alejado de su otro amante, pero que contradictoriamente le sirve de inspiración para su obra poética. Sin embargo, el ser actriz le resulta terapéutico porque interpretar personas es una manera de descansar de una misma.

35 narradores cubanos contemporáneos a tener en cuenta hoy

Por Rafael Vilches Proenza

 

No pierda la oportunidad de tener en sus manos o en su biblioteca personal, la obra de estos 35 narradores cubanos:

Félix Luis Viera, Amir Valle, Ángel Santiesteban, Otilio Carvajal, Armando Añel, Jorge Ángel Pérez, Alberto Garrido, José Fernández Pequeño, Luis Pérez de Castro, Mariela Varona, Nelton Pérez, Ana Rosa Díaz Naranjo, Guillermo Fariñas, Carlos Esquivel, Wendy Guerra, Faisel Iglesias, Evelio Traba, José Alberto Velázquez, Armando de Armas, Eliécer Almaguer, Félix Sánchez, Rolando Ferrer, Marcial Gala, Ronaldo Menéndez, Karla Suárez, Zoe Valdés, Pedro Juan Gutiérrez, Ena Lucía Portela, Anna Lydia Vega Serova, Delis Gamboa, Atilio Caballero, Abilio Estévez, Orlando Luis Pardo, Antonio José Ponte y Leonardo Padura.

35 narradores cubanos imprescindibles en la actual narrativa cubana escrita aquí y acullá.

La perezosa crítica nacional casi siempre se va por las ramas y olvida hablar de grupos; concentrados en mencionar con el dedo al amigo que acaba de ganar un premio o publicar su libro, pero teme tocar la masa, esa avanzada que dio el salto sin pértiga y cruzó las aguas revueltas, o derribó los muros del redil.

La perezosa crítica que ponen pies en tierra para segar la inminente cosecha, revuelve la paja una y mil veces con amanerados titubeos sin saber qué hacer con el tenedor (no el de libros), y con nerviosismo deja entre los mazos de heno, mezclado con el desecho de la maleza, el grano de trigo o arroz, que ha de dar alimento al espíritu.

35 nombres a tener en cuenta desde hace mucho tiempo, en la actual literatura escrita por cubanos. Unos con más nombre, más libros que otros en su haber, pero indudablemente, todos con la suficiente madurez en el oficio, fuerza, talento, magia a la hora de hilvanar historias para hacer que el lector se hunda en la lectura y quede atrapado en un mundo que difícil dejará escapar.

A casi todos los podrá rastrear en Google, a otros en Amazon, pero a los que no, procure no perderle el rastro, no pierda la ocasión de solicitar sus obras a algún amigo en la Isla, quienes lo hagan no se arrepentirán.

A ellos se les puede encontrar en La Habana, Las Tunas, Holguín, Miami, New York, Berlín, San Juan, Buenos Aires, Quito, Las Parras, Santa Clara, Elia, Lisboa, Madrid, Ciego de Ávila, o cruzando alguna que otra frontera para llegar a la libertad.

Entre sus novelas se encuentran, Habana Babilonia, Un siervo herido, El verano en que Dios dormía, Oh, vida, La catedral de los negros, o la vida novelada de José Martí, y hasta la del Ingenioso Cervantes.

Entre las historias contadas por estos novelistas hay una amalgama de sucesos que, hasta el lector menos avezado en la historiografía cubana, puede desandar la Isla, la propia, y la reinventada en el exilio, sin necesidad de guías turísticos.

Todos ellos escritores del siglo pasado que siguen escribiendo en el presente.

Detrás de los pasos del hurón azul

El hurón (Mustela putorius furo) es una subespecie del turón. Fue domesticado hace al menos dos mil quinientos años para cazar conejos. Mide unos 50 cm y pesa entre 0,7 y 2 kg. Son la tercera mascota más frecuente en Estados Unidos después de los perros y gatos. En España requieren tener obligatoriamente pasaporte con chip y vacunas en regla. 

En Cuba se introdujo una variante de la mangosta pequeña asiática con el objetivo de controlar las plagas de ratas, el resultado no fue el esperado: no solo no se redujo la población de roedores, sino que se produjeron cruces entre ambas especies que finalmente condujeron al llamado hurón cubano.

Los hurones poseen una gran variedad de tonalidades, los hay albinos, negros, color champán, chocolate, canela, blancos con ojos negros, plateados o tricolor, pero no azules. Aunque hay un “síndrome del hurón azul”, poco estudiado, que se da si el pelo se corta o se cae en la interfase de crecimiento. La piel del hurón toma un color azulado, pero tras 2-4 semanas el color de la piel se normaliza sin ningún tipo de tratamiento.

Una veterinaria en Lima y una paladar en Cuba llevan el nombre de Hurón Azul. Y un programa de la Televisión Cubana también. Si quieres ponerte unos guantes Hurón (azul), están disponibles en bitethebait.es. En Amazon venden una jaula azul para hurones ¿azules?

Pero el origen del nombre de Hurón Azul viene del pintor cubano Carlos Enríquez, quien bautizara así su casa. Cuentan que se debe a un hurón que le regaló un artista amigo y Enríquez tiñó de azul de metileno para que armonizara con el color de las puertas y ventanas de la vivienda que hoy es un museo

Hurón Azul es el nombre del bar de la UNEAC en el Vedado habanero, uno de los sitios que más visitó Nacho Rodríguez, el director de este proyecto editorial, durante sus ratos libres en La Habana para reunirse con los amigos. En recuerdo a aquellos años bohemios surge el nombre de Ediciones Hurón Azul. 

Síguele la pista a este hurón en las redes. Estamos en Twitter, Instagram y Facebook: @HuronAzulEditor. ¡Te esperamos!

De Virgilio a Rilke: sus aguas tributarias

Hay espíritus que representan una época con tal fuerza que la abarcan y la ensanchan para transitar hasta otras. Rainier María Rilke –todos saben- salta de una a otra esfera del tiempo para ir tocando otros espíritus que a su vez resonarán con propios modos. La Ronda es inacabable y su ritmo y paso nos convocan e invitan a entrar. Es este ruedo poético el que resuena en el presente libro de Virgilio López Lemus, (cortesía y acierto de Ediciones  Matanzas) Umbral para una era imaginaria. Acercamientos a Rainier María Rilke, quien sin el más mínimo pavor por entrar en la madeja complicada de la crítica rilkeana con el riesgo de perderse en ella como uno más, y sí lleno de bravura y deseos por decirnos sus honduras receptivas, nos regala una exquisita mirada sólo contemplada por el poeta que es. Desde el preámbulo que titula “Rilke: la poesía como arte y como fe”, dispone sus barajas bien abiertas: “En pocos poeta -dice- he hallado el connatural sentido creativo de la poesía como una fe, en la que el poeta es una suerte de sacerdote”.  A partir de entonces, barajar sus cartas, por difícil que parezcan los juegos de formas que adquieren al dialogar ellas y nosotros, será conducirnos por los meandros de vida y obra que para Virgilio hicieron en Rilke esa sinonimia de arte y fe. En breve corolario dispone el punto exacto de sus acercamientos para despejar las hojarascas de referencias y voces precedentes: “Ese es el Rilke que me interesa: el del sacerdocio de su oficio, que solemniza con fe  y como entrega, con la heroicidad que puede traer como resultado ser o no comprendido”.

 Luego de situar sus coordenadas, comenzará nuestro poeta a ensayar el entretejido de creación y vida al acercarse a momentos de la existencia que fueron sedimentando la obra que poco a poco se iría gestando. Así nos muestra, como estaciones, el paso de Rilke en Worpswede y París; luego los decisivos en Duino, Ronda y Sierre. Pero no se engañe el lector si cree que es un simple bojeo biográfico como fundamento de un muestreo bibliográfico, pues el énfasis del autor es ir interpretando causas y razones, a veces no vistas o pasadas por alto, de los engranajes que compactan el tapiz de una obra donde el mundo cobra otra dimensión. De sus años en Worspswede, Virgilo nos devela los motivos de una naturaleza que irrumpe con otro color, por él mismo nombrada como el misterio de la vida o el misterio de “Natura”, lo que será, acaso, la simiente de esa vocación a lo invisible y a una imaginería de “extraneidad” que aportará un sello de indiscutible autenticidad a su poesía, vértice de confluencia empática que –nos atrevemos a expresar- conjunta intereses, vocaciones y visiones de poetas tributario y tributado. Es en estos espacios donde aparece la exuberancia de la Naturaleza y los lugares más oscuros donde anida el deus absconditus, para Rilke ese “desconocido”, donde se descubre el interés del ensayista para reflexionar sobre el tan importante Libro de las Horas, que abrirá los caminos de lo que sería la “aureola mística” tan ceñida al verbo rilkeano, tema que bien define Virgilio como “espacio interior” –las moradas que serían para santa teresa de Jesús- donde crecería, como fuente, una religiosidad tan arraigada a la naturaleza, ya sea visible o invisible. Sin embargo, y derivado de este hilo de meditaciones de tan profundo alcance, el ensayista recalca bien que no debe fijarse como “esquema interpretativo” que Woprswede sea solamente la gran enseñanza de la Naturaleza, pues ya “Dios, el pensamiento metafísico y dosis existenciales dominan sobre el paisajismo para él inevitable y que nunca morirá en su poesía”, de tal modo que la interpretación que se nos da va mucho más allá de una enumeración de inmanencias, para fijar las bisagras de sentimientos, pasiones y emociones que de tal arraigo natural se desprenderán como tonalidades de sus concepciones poéticas, al decir de López Lemus, una manera “diáfana de su hermetismo”, manera tan sutil y orgánica de comprender la profusión claroscura de su poesía. Resultado de estas combinatorias como método de análisis y escritura, tendremos en esta estación rilkeana junto a la recreación vívida de amores y amistades (la esposa Clara Westhoff, los amigos Lou Andreas-Salomé, August Rodin) los comentarios sobre la metapoesía y el gran nuncio que de ella fuera el propio Rilke, reflexiones que saltan entre una vastísima erudición y conocimiento de vida y obra del gran maestro para determinar la importancia que tantas personas y circunstancias tuvieran en la conformación de su gran obra, conclusión a la que llega Virgilio: “De Worpswede a París, Rilke avanzó decisivamente para convertirse en el maestro que encontramos en las Cartas a un joven poeta. Es que ya su poética estaba en su estado de madurez: poseía un método de escritura, sólo le faltaba consumarlo mediante un sistema creativo, y explicarlo en prosa, pues ya en su propia poesía esto era evidente, implícito”.  Y ya entonces –nos anuncia- “Rilke estaba a las puertas de sus Elegías de Duino”.  El ensayista nos abre nuevas compuertas, que nos adentra, más preparados en la lectura, a la consumación del Opus: Rilke en Duino, Ronda y Sierre.

Las pautas de tan alta meta se nos van dando de manera casi novelada: el decisivo encuentro con la princesa Marie Von Thur und Taxis y su esposo Alexander y los parajes donde viviera: Duino, Lautshin, Bohemia, Triestre, tránsito hacia un peregrinar por vida: Venecia, París, Egipto. Es aquí donde se resignifica la dimensión de la naturaleza y cobra vida la cosmogonía de Rainer María Rilke, donde asoman con fuerza sus ángeles, que con denuedo interpreta Virgilio tan a tono con su poesía anterior, y donde se conjuntan esas circunstancias que hicieron de cada hecho en la vida de Rilke un paso para subir su “sendero”. La orgánica conjunción de paisaje y vida, la expresa Virgilio con esa naturalidad con que se admiran los misterios de la vida, y aún los de la poesía:

En ese terreno de jardín de senderos que se bifurcan, es curioso que el de Rilke comunique con la Cava Romana de Aurisina, con la Casa Romana de Sistiana, y con las ruinas de sitios históricos del Castillo de Monrupino. Su belleza de oro y grana sobrecoge en otoño, y se llena de flores variadísimas en primavera.  

El misterio del paisaje se recoge en el libro de Rilke y así se aprehende en la lectura, fascinación imposible de entender si no es bajo la doble conjugación:

Si se leen las Elegías de Duino bajo el conocimiento del célebre Sendero, (…), muchos paisajes se iluminan (…) y el esplendor de la naturaleza refuerza la reflexión metafísica y existencial, el bosque platea los versos, y el propio camino, el trillo cárstico, se deja ver difuminado en el lenguaje florido del grave poeta.

La descripción y explicación del ensayista,  plenamente fenomenológicas, logra darnos el tuétano de los versos rilkeanos, pues sitúa la reflexión en el punto visual en que fueran creados. El paisaje visible se acompaña del resplandor invisible que permeó le sentimiento del poeta, así como fuera el del poeta visor, para darnos junto a las ausencias comentadas, las “presencias” vividas por Rilke, “Theresine, Raymondine, y Polyxéne circundando al poeta”. La corriente de afinidades engarza la creación rilkeana, la interpretación de Virgilio y nuestra recepción, para engranarnos al gran Ruedo que la poesía comenzara en un Sendero. Así lo transmite el ensayista:

Leer por primera vez las Elegías fue una de mis más “misteriosas” experiencias ante la palabra poética. Luego he sentido estremecimientos, rigores de extraña comprensión o de disolventes sentidos ocultos que no puedo descifrar. Nunca las termino de “comprender” de manera completa y en ocasiones se me llenan de profundas sombras o de diáfana claridad.

Nuestra lectura será otro sendero que ha de toparse con aquel que inspirara Elegías y Tributos.

Los acercamientos a Rilke que nos propone Virgilio López Lemus (completados con un valioso capítulo de la recepción del poeta en Cuba, “Algunas ventanas de Rilke en Cuba”, Cronología y Anexos, con las meditaciones de Gabriela Mistral y Marguerite Yourcenar sobre Rilke, que tanto agradecerá el lector) entran en aquellos parajes donde la erudición y la cultura, sin el alma enredada en los mismos sueños, nada podría conocer, para darnos otro Rilke, con paisajes, cosmologías, sombras y ángeles, en arabescos sin definir. No encontraremos los tan nombrados ángeles terribles, pero sí los ángeles humanos que los inspiraron o los traslucieron en algún modo simple de observar. Es lo “terrible” a lo que nos lleva Virgilio al darnos crédito de su presencia: “Lo terrible es lo inaprehensible, lo valorador invalorado, el ser que traspasa las dimensiones para mirar a la nuestra, la humana, con deferencia y sabiduría?” Tampoco para Rilke se sabría –asevera el poeta cubano- “si los ángeles pueden precisar si andan entre los vivos o entre los muertos”. Al lector queda adivinar.   

El entretejido ficcional del presente ensayo supera su propia fuente nutricia de gajes argumentativos y lectivos, pleno de erudición y cultura, para hacernos partícipes de conjeturas y videncias como estilo de apropiación por empatía, que se convierte en plena sinonimia. Al darnos sus interpretaciones de Rilke, como el espejo en el espejo de Michel Ende, nos está dando su misma alma en el azogue.

Porque todo en Virgilio será el mirar hacia la más profunda consonancia de la poesía. Pareciera que no le bastara al autor con decir lo más propio de si, de entregar el espíritu en sus versos, que le parece necesario ahondar más, cavar más profundo, para de este modo, estableciendo meandros que comunican mejor, llegar a esa conversación plena con la Humanidad. Y todo con un lenguaje “natural humano” –como definiera tal estilo  Pedro Aullón de Haro- dentro del juego ingenuo y fundacional –diría Adorno- de quien propone su verdad por primera vez.

Agradecemos a Virgilio López Lemus haber logrado atrapar, de entre “el balbuceo y la niebla” de tantísimas interpretaciones, traducciones, indagaciones, el valor más puro de las palabras de Rilke, atrapadas las palomas, intactas sus alas.

Ivette Fuentes

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