Hay espíritus que representan una época con tal fuerza que la abarcan y la ensanchan para transitar hasta otras. Rainier María Rilke –todos saben- salta de una a otra esfera del tiempo para ir tocando otros espíritus que a su vez resonarán con propios modos. La Ronda es inacabable y su ritmo y paso nos convocan e invitan a entrar. Es este ruedo poético el que resuena en el presente libro de Virgilio López Lemus, (cortesía y acierto de Ediciones Matanzas) Umbral para una era imaginaria. Acercamientos a Rainier María Rilke, quien sin el más mínimo pavor por entrar en la madeja complicada de la crítica rilkeana con el riesgo de perderse en ella como uno más, y sí lleno de bravura y deseos por decirnos sus honduras receptivas, nos regala una exquisita mirada sólo contemplada por el poeta que es. Desde el preámbulo que titula “Rilke: la poesía como arte y como fe”, dispone sus barajas bien abiertas: “En pocos poeta -dice- he hallado el connatural sentido creativo de la poesía como una fe, en la que el poeta es una suerte de sacerdote”. A partir de entonces, barajar sus cartas, por difícil que parezcan los juegos de formas que adquieren al dialogar ellas y nosotros, será conducirnos por los meandros de vida y obra que para Virgilio hicieron en Rilke esa sinonimia de arte y fe. En breve corolario dispone el punto exacto de sus acercamientos para despejar las hojarascas de referencias y voces precedentes: “Ese es el Rilke que me interesa: el del sacerdocio de su oficio, que solemniza con fe y como entrega, con la heroicidad que puede traer como resultado ser o no comprendido”.
Luego de situar sus coordenadas, comenzará nuestro poeta a ensayar el entretejido de creación y vida al acercarse a momentos de la existencia que fueron sedimentando la obra que poco a poco se iría gestando. Así nos muestra, como estaciones, el paso de Rilke en Worpswede y París; luego los decisivos en Duino, Ronda y Sierre. Pero no se engañe el lector si cree que es un simple bojeo biográfico como fundamento de un muestreo bibliográfico, pues el énfasis del autor es ir interpretando causas y razones, a veces no vistas o pasadas por alto, de los engranajes que compactan el tapiz de una obra donde el mundo cobra otra dimensión. De sus años en Worspswede, Virgilo nos devela los motivos de una naturaleza que irrumpe con otro color, por él mismo nombrada como el misterio de la vida o el misterio de “Natura”, lo que será, acaso, la simiente de esa vocación a lo invisible y a una imaginería de “extraneidad” que aportará un sello de indiscutible autenticidad a su poesía, vértice de confluencia empática que –nos atrevemos a expresar- conjunta intereses, vocaciones y visiones de poetas tributario y tributado. Es en estos espacios donde aparece la exuberancia de la Naturaleza y los lugares más oscuros donde anida el deus absconditus, para Rilke ese “desconocido”, donde se descubre el interés del ensayista para reflexionar sobre el tan importante Libro de las Horas, que abrirá los caminos de lo que sería la “aureola mística” tan ceñida al verbo rilkeano, tema que bien define Virgilio como “espacio interior” –las moradas que serían para santa teresa de Jesús- donde crecería, como fuente, una religiosidad tan arraigada a la naturaleza, ya sea visible o invisible. Sin embargo, y derivado de este hilo de meditaciones de tan profundo alcance, el ensayista recalca bien que no debe fijarse como “esquema interpretativo” que Woprswede sea solamente la gran enseñanza de la Naturaleza, pues ya “Dios, el pensamiento metafísico y dosis existenciales dominan sobre el paisajismo para él inevitable y que nunca morirá en su poesía”, de tal modo que la interpretación que se nos da va mucho más allá de una enumeración de inmanencias, para fijar las bisagras de sentimientos, pasiones y emociones que de tal arraigo natural se desprenderán como tonalidades de sus concepciones poéticas, al decir de López Lemus, una manera “diáfana de su hermetismo”, manera tan sutil y orgánica de comprender la profusión claroscura de su poesía. Resultado de estas combinatorias como método de análisis y escritura, tendremos en esta estación rilkeana junto a la recreación vívida de amores y amistades (la esposa Clara Westhoff, los amigos Lou Andreas-Salomé, August Rodin) los comentarios sobre la metapoesía y el gran nuncio que de ella fuera el propio Rilke, reflexiones que saltan entre una vastísima erudición y conocimiento de vida y obra del gran maestro para determinar la importancia que tantas personas y circunstancias tuvieran en la conformación de su gran obra, conclusión a la que llega Virgilio: “De Worpswede a París, Rilke avanzó decisivamente para convertirse en el maestro que encontramos en las Cartas a un joven poeta. Es que ya su poética estaba en su estado de madurez: poseía un método de escritura, sólo le faltaba consumarlo mediante un sistema creativo, y explicarlo en prosa, pues ya en su propia poesía esto era evidente, implícito”. Y ya entonces –nos anuncia- “Rilke estaba a las puertas de sus Elegías de Duino”. El ensayista nos abre nuevas compuertas, que nos adentra, más preparados en la lectura, a la consumación del Opus: Rilke en Duino, Ronda y Sierre.
Las pautas de tan alta meta se nos van dando de manera casi novelada: el decisivo encuentro con la princesa Marie Von Thur und Taxis y su esposo Alexander y los parajes donde viviera: Duino, Lautshin, Bohemia, Triestre, tránsito hacia un peregrinar por vida: Venecia, París, Egipto. Es aquí donde se resignifica la dimensión de la naturaleza y cobra vida la cosmogonía de Rainer María Rilke, donde asoman con fuerza sus ángeles, que con denuedo interpreta Virgilio tan a tono con su poesía anterior, y donde se conjuntan esas circunstancias que hicieron de cada hecho en la vida de Rilke un paso para subir su “sendero”. La orgánica conjunción de paisaje y vida, la expresa Virgilio con esa naturalidad con que se admiran los misterios de la vida, y aún los de la poesía:
En ese terreno de jardín de senderos que se bifurcan, es curioso que el de Rilke comunique con la Cava Romana de Aurisina, con la Casa Romana de Sistiana, y con las ruinas de sitios históricos del Castillo de Monrupino. Su belleza de oro y grana sobrecoge en otoño, y se llena de flores variadísimas en primavera.
El misterio del paisaje se recoge en el libro de Rilke y así se aprehende en la lectura, fascinación imposible de entender si no es bajo la doble conjugación:
Si se leen las Elegías de Duino bajo el conocimiento del célebre Sendero, (…), muchos paisajes se iluminan (…) y el esplendor de la naturaleza refuerza la reflexión metafísica y existencial, el bosque platea los versos, y el propio camino, el trillo cárstico, se deja ver difuminado en el lenguaje florido del grave poeta.
La descripción y explicación del ensayista, plenamente fenomenológicas, logra darnos el tuétano de los versos rilkeanos, pues sitúa la reflexión en el punto visual en que fueran creados. El paisaje visible se acompaña del resplandor invisible que permeó le sentimiento del poeta, así como fuera el del poeta visor, para darnos junto a las ausencias comentadas, las “presencias” vividas por Rilke, “Theresine, Raymondine, y Polyxéne circundando al poeta”. La corriente de afinidades engarza la creación rilkeana, la interpretación de Virgilio y nuestra recepción, para engranarnos al gran Ruedo que la poesía comenzara en un Sendero. Así lo transmite el ensayista:
Leer por primera vez las Elegías fue una de mis más “misteriosas” experiencias ante la palabra poética. Luego he sentido estremecimientos, rigores de extraña comprensión o de disolventes sentidos ocultos que no puedo descifrar. Nunca las termino de “comprender” de manera completa y en ocasiones se me llenan de profundas sombras o de diáfana claridad.
Nuestra lectura será otro sendero que ha de toparse con aquel que inspirara Elegías y Tributos.
Los acercamientos a Rilke que nos propone Virgilio López Lemus (completados con un valioso capítulo de la recepción del poeta en Cuba, “Algunas ventanas de Rilke en Cuba”, Cronología y Anexos, con las meditaciones de Gabriela Mistral y Marguerite Yourcenar sobre Rilke, que tanto agradecerá el lector) entran en aquellos parajes donde la erudición y la cultura, sin el alma enredada en los mismos sueños, nada podría conocer, para darnos otro Rilke, con paisajes, cosmologías, sombras y ángeles, en arabescos sin definir. No encontraremos los tan nombrados ángeles terribles, pero sí los ángeles humanos que los inspiraron o los traslucieron en algún modo simple de observar. Es lo “terrible” a lo que nos lleva Virgilio al darnos crédito de su presencia: “Lo terrible es lo inaprehensible, lo valorador invalorado, el ser que traspasa las dimensiones para mirar a la nuestra, la humana, con deferencia y sabiduría?” Tampoco para Rilke se sabría –asevera el poeta cubano- “si los ángeles pueden precisar si andan entre los vivos o entre los muertos”. Al lector queda adivinar.
El entretejido ficcional del presente ensayo supera su propia fuente nutricia de gajes argumentativos y lectivos, pleno de erudición y cultura, para hacernos partícipes de conjeturas y videncias como estilo de apropiación por empatía, que se convierte en plena sinonimia. Al darnos sus interpretaciones de Rilke, como el espejo en el espejo de Michel Ende, nos está dando su misma alma en el azogue.
Porque todo en Virgilio será el mirar hacia la más profunda consonancia de la poesía. Pareciera que no le bastara al autor con decir lo más propio de si, de entregar el espíritu en sus versos, que le parece necesario ahondar más, cavar más profundo, para de este modo, estableciendo meandros que comunican mejor, llegar a esa conversación plena con la Humanidad. Y todo con un lenguaje “natural humano” –como definiera tal estilo Pedro Aullón de Haro- dentro del juego ingenuo y fundacional –diría Adorno- de quien propone su verdad por primera vez.
Agradecemos a Virgilio López Lemus haber logrado atrapar, de entre “el balbuceo y la niebla” de tantísimas interpretaciones, traducciones, indagaciones, el valor más puro de las palabras de Rilke, atrapadas las palomas, intactas sus alas.
Ivette Fuentes