Cuba: la literatura de la desesperanza

Marcial Gala

Clarín.com Revista Ñ

22/04/2022

La literatura cubana contemporánea parece una fragata que flota en el mar de las imposibilidades, resiste o trata de resistir cuando tantas circunstancias, como olas que explotan contra el maderamen, obligan a sus creadores a preguntarse de continuo para qué. Y es que Cuba pocas veces ha atravesado una época tan desesperanzadora como ahora, pocas veces el proyecto nacional cubano fue tan mediocre, tan llamado al fracaso, nunca antes hemos estados tan desencontrados los cubanos. Un ejemplo son esos juicios que no tienen el mínimo amago de justicia y que hacen que el calificativo “kafkiano” haya quedado obsoleto. De cinco a veinte años de privación de libertad por salir con un cartel y gritar dos veces. “Si gritas tres veces te condenan a treinta”, piensa uno. Es vergonzoso ese estado de cosas y deja en el aire la pregunta ¿Cuál es el papel del escritor cubano luego de los sucesos del 11 de julio? Es una interrogante sin respuesta porque el papel del escritor es seguir creando como puede.

Justo ahora hay una pléyade de autores cubanos, tanto de dentro como de afuera del archipiélago, que intenta crear una literatura post castrismo, dejando atrás eso que quedó inconcluso, tambaleante y crujiente y que muchos llamaron la “literatura de la revolución”. Yo pienso que esa nueva literatura está marcada por dos fechas, una por la llegada del ultimo político que fue popular en Cuba, Barack Obama, que muchas veces pareció más presidente del país que los propios Raúl Castro y Díaz Canel, y otra por los sucesos del 11 de julio: la primera vez que el pueblo cubano vio en vivo y a todo color lo que les esperaba a aquellos que se atrevieran a darle la espalda al cacareado proyecto actual, cuyo principal lema es “somos continuidad”. “La orden de combate está dada”, había expresado con tono amenazador el presidente de Cuba y eso significó un estallido de violencia y de represión como nunca se había visto en la isla.

Después de ese 11 de julio algo cambió para la gente en Cuba, incluyendo a autores y artistas. Los juicios de condenas desproporcionadas, del todo ridículas por la falta de valor jurídico (condenas que recuerdan mucho incluso en la palabra empleada “sedición” al despotismo de la España colonial), vinieron a acentuar la sensación generalizada de desesperanza; por tanto, para mí la literatura que escriben ahora mismo los cubanos es una literatura de la desesperanza, del desencanto y la desilusión, y de intentar, aunque sea en la hoja en blanco, que Cuba deje de ser esa nación que cayó al otro lado del espejo con gobernantes que se portan como un engendro del sombrerero loco y la reina de naipes.

Mencionemos algunos nombres que me gustaría que asistieran a esta feria, hagamos una especie de equipos rojo y azul o sea de escritores de adentro y de afuera con la esperanza de que el lector argentino logre leerlos y con la aún más remota ilusión de que algunos de esos libros se encuentren en el, diezmado literariamente pero muy politizado, stand de Cuba y en el pequeño stand que un grupo de intelectuales cubanos residentes en Argentina abrirán durante la feria.

Empecemos por el equipo rojo, narradores , ensayistas y poetas de adentro, donde además de los insumergibles Leonardo Padura, Wendy Guerra y Pedro Juan Gutiérrez, debemos mencionar a la muy talentosa Ena Lucía Portela, Ángel Santisteban, Ahmed Echevarría, que pronto publicará una novela con la editorial Corregidor; Alberto Guerra, José Luis Serrano, Pedro de Jesús, Atilio Caballero, Elaine Vilar Madruga, Rafael Vílchez Proenza, Jámila Medina, Margarita Mateo Palmer, Carlos Esquivel y Alberto Garrandez, Alberto Abreu y Roberto Zurbano entre muchos. A la feria asistirá Julio Travieso cuya novela El polvo y el oro sorprendió a tantos en Cuba por su soberbia calidad.

En el equipo azul yo colocaría a Jorge Arcos, un poeta de primera que vive y trabaja en Bariloche, Antonio José Ponte, Legna Rodríguez, Dayneris Machado Vento, Carlos Manuel Álvarez, Armando Valdés Zamora, Abilio Estévez, Karla Suarez, Ronaldo Menéndez, Susette Cordero, Iván de la Nuez, Enrique del Risco, Rafael Rojas, Amir Valle y algunos más entre ellos a mi amigo Arturo González Dorado, fino novelista y ensayista domiciliado en Gran Bretaña.

Esta es una lista injusta como todas las listas, pero confío que los lectores puedan encontrar libros de estos autores y de otros en la feria y en las librerías.

 

Rafael Rojas recomienda LA AUTOPISTA. THE MOVIE (Colección G., 2014), de Jorge Enrique Lage

Lage: de la utopía al apocalipsis

La cultura cubana ha sido un lugar saturado de representaciones utópicas, que apenas en la era global se ve obligado a asimilar sus propios límites. Todavía en la década de los 90 y los primeros años del siglo XXI, buena parte del discurso cultural cubano daba crédito al tópico del “naufragio de la utopía”, con lo cual los encargos providenciales que se hacían a la isla parecían asomarse a una segunda oportunidad, siempre postergada. El malestar que provoca esa vuelta a la geografía, en medio de la globalización, puede interpretarse en algunos de los proyectos literarios mejor armados desde la isla, en los últimos años.

Leo en la última novela de Jorge Enrique Lage, La autopista. The Movie (La Habana, Colección G, 2014), una forma de lidiar estéticamente con ese malestar. Desde su anterior Carbono 14. Una novela de culto (Lima, Ediciones Altazor, 2010), Lage (La Habana, 1979) se había interesado en el tema de la ucronía o la yuxtaposición de los tiempos nacionales, al ubicar la trama en un futuro impreciso de la isla, aunque adherido al siglo XXI y a la “misma Habana del realismo”. Evelyn, la extraterrestre que cae desnuda en la isla, con la Tabla Periódica de Mendeleiev bajo el brazo, luego de una explosión en su planeta, llamado Cuba, es un personaje que plantea desde las primeras páginas esa caotización ucrónica del relato.

El isótopo radiactivo que da título a la novela refiere la aplicación del método del carbono 14 para medir la temporalidad de cualquier objeto  -la ropa interior, por ejemplo- en una ciudad que, a pesar de las múltiples escenas que la asocian con la Habana de hoy, es una cápsula atemporal, con rastros de todas las edades posibles de la isla. El escenario reconocible de La Habana actual, en Carbono 14, es un elemento compensador del futurismo de la novela, toda vez que en el telón de fondo de ese presente perpetuo hacen contacto, como en las terminales de un cable electrónico, el pasado y el futuro de los personajes, sus memorias y sus tramas.

En La autopista, sin embargo, ese presente se ha visto dinamitado, no por una explosión en un planeta remoto, llamado Cuba, sino por la agresiva desestructuración de la historia y la geografía que ha producido el megaproyecto de una carretera que atraviesa el golfo de México y el Caribe y une a Nueva Orleans y Miami con las pequeñas islas antillanas, ahora convertidas en estaciones de paso, México, Centroamérica y Suramérica, Cancún, Curazao y Cartagena. El futuro, en La autopista, es un dispositivo ingenieril y tecnológico que ha borrado las naciones y sus capitales, las temporalidades y sus legados. La ciudad, atravesada por la autopista, se sigue llamando “la ciudad”, pero su presencia no carga con aquella habanofilia que, en forma de guiños topológicos, emergía en la novela anterior.

Los personajes de La autopista (el Autista, Vida Guerra, Hu Jintao, Poppy, el Profesor, Cabeza de Cubo…) carecen de ese afecto generacional que todavía se lee en Carbono 14 y que dotaba la ficción de una suerte de lenguaje cifrado. Aquí el futurismo está desaforado, por decirlo así, precipitado en un tobogán de relatos que se ramifican y que desplazan constantemente el eje de la ficción. Todos los personajes son, de hecho, periféricos o secundarios, y cada capítulo -subtitulados todos en inglés, “Breaking News”, “Hard Rock Live”, “Transmetal”, “White Trash”…- abre una subtrama que multiplica el relato. Sin parecerse a ninguno de los narradores que toma como modelo -Diderot, Nabokov, Borges…- las ficciones de Lage serían una buena ilustración del principio de la “novela múltiple”, descrita por Adam Thirlwell.

Sólo que en La autopista el realismo y el drama están reducidos al mínimo. Como si David Foster Wallace, y no Cormac McCarthy, hubiera escrito la trama de The Road, el texto elude la realidad y el drama, aunque sin desembocar en una pastoral de la ciencia ficción. El futuro no es aquí el espacio limpio y minimal de los objetos electrónicos blancos y grises sino el inframundo de Elysium o las ciudades depauperadas, militarizadas o controladas por tribus y mafias urbanas que se ven en Blade Runner o Children of Men. Más bien se trata de una distopía ciberpunk, levantada sobre un Caribe de resorts, capos y ejércitos. A fin de cuentas esta es una novela que, como anuncia el subtítulo, debe más al cine que a cualquier otra novela.

Leyendo La autopista confirmo algo que he comentado aquí y es que la más joven generación de escritores cubanos llega con un repertorio simbólico y un campo referencial fuertemente marcado por la cultura popular y, especialmente, por la cultura popular mediática y electrónica de Estados Unidos -publicidad, series de televisión, Hollywood, nuevas tecnologías-, lo cual establece diferencias clarísimas con la generación inmediatamente anterior, la de los 90, que era más letrada, rusófila y afrancesada. No es extraño que esta nueva generación aparezca ya con un dominio pleno de la novela y el cuento, como géneros literarios, que no pase por el ritual iniciático de la poesía tertuliana y que no haga culto a la escritura fragmentaria, tan celebrada por el postestructuralismo y el postmodernismo en los 80.

La ucronía de Lage es, como decíamos, apocalíptica. En un momento dice: “Lo que fue La Habana. Lo que nunca fue. Lo que sea que haya sido. La autopista lo ha borrado del mapa. En su lugar, el inabarcable asfalto que llena nuestras pesadillas. Pero tenemos una película en marcha. Tenemos un restaurante. Esperamos, de un momento a otro, un disparo de la suerte”. El futuro es el capitalismo y la conexión transnacional, un mundo de conversaciones imaginarias entre Fidel Castro y Roberto Goizueta, de empresarios mexicanos con nombre de jerarcas comunistas chinos y pederastas americanos con nombre de mascotas, de robots, huracanes Katrina y de mafias de Miami y de La Habana. Un mundo desenraizado, donde nadie sabe “dónde está parado”, donde lo que la autopista une por arriba, se vive como una sepultura o una escisión por debajo.

Rafael Rojas, Libros del crepúsculo, 2014

 

02 Jorge Enrique Lage
El escritor cubano Jorge Enrique Lage.
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