Teresa María Rojas presenta Ecos de la brevedad en el marco de la Feria del libro de Miami

La obra ECOS DE LA BREVEDAD, es un libro caprichoso que reúne un manojo de versos esenciales y habitados por la música y el ritmo propio de todo lo existente.

En conversación con Rosie Inguanzo.

La presentación de “Ecos de la brevedad” se lanzará el miércoles 18 de noviembre a las 7:30 pm hora de Miami y se transmitirá desde el portal de la Feria www.MiamiBookFairOnline.com/login

Para acceder al portal de la Feria deben entrar a esta página web:  www.miamibookfaironline.com/login  y crear una cuenta con su dirección de email y una contraseña. El programa completo de la Feria se divulgará en esa página a partir del 1 de noviembre.

ECOS DE LA BREVEDAD, poemario de Teresa María Rojas, será presentado en la Feria del Libro de Miami 2020

La FIL Miami 2020

En este extraño 2020, que nos obliga a distanciarnos para seguir celebrando, tenemos el honor de apoyar la presentación de un poemario de Teresa María Rojas en la Feria del Libro de Miami. Aunque sea virtual, esperamos que podáis participar.

El miércoles 18 de noviembre a las 7:30 pm hora de Miami, desde el portal de la Feria www.MiamiBookFairOnline.com será la presentación del último poemario ECOS DE LA BREVEDAD, estaremos con ella, junto a la escritora y amiga ROSIE INGUANZO, que la presentará.

Teresa nos deja este mensaje para vosotr@s: “compartiré algunos versos. Los invito con mucha ilusión”

Para acceder al portal, es necesario registrarse con un email, lo cual pueden hacer desde ahora.

El programa completo de la Feria se divulgará en esa página a partir del 1 de noviembre.

El poemario

La autora profundiza su senda poética que, según el poeta chileno Alberto Baeza Flores, es “de clara luz antillana, de herido paraíso y de recuperado fulgor que no teme ni a lo muy íntimo y secreto, ni a lo muy externo y difuso, porque todo –suma y síntesis de su mundo- le sirve para expresar su personal universo humano hacia el universo de todos”.

La autora

Teresa María Rojas, La Habana, Cuba. Poeta, actriz y directora de teatro. Reside en Miami. Es licenciada en Psicología. Ha publicado Señal en el agua (Época y Ser, Costa Rica); Raíz en el desierto (Suplemento antológico Torre Tavira, Barcelona), La casa de agua (Editorial Playor, Madrid), Campo oscuro y capilla ardiente (Ediciones Universal, Miami), Hierba dura (Torre de Papel, Miami), Los días cercanos (Eriginal Books, 2013) y Ecos de la brevedad (Editorial Las Palmas, Madrid, 2020). Su poesía ha sido incluida en diversas antologías y selecciones como Poesía en éxodo(OCLC); Cinco poetisas cubanasCaballo de fuego y La pérdida y el sueño Antología de poetas cubanos en la Florida (Término Editorial). Fundó y dirigió Teatro Prometeo en el Miami Dade College, el único programa de teatro universitario en español en los Estados Unidos. Ha trabajado en televisión, cine y teatro, siendo reconocida en Cuba, Ecuador, Estados Unidos, España, México y República Dominicana. Ha recibido múltiples distinciones y reconocimientos, entre ellos, el nombramiento de Profesora Emérita del MDC. En Crear fuera de Cuba, Rojas presenta Ecos de la brevedad (Hurón azul), un poemario de vocación intimista y de carácter reflexivo, no exento de notas alegres que se alternan con otras nostálgicas.’

T, esa de ahí arriba.

FRESA SALVAJE PARA SIEMPRE… en ojos de otros cuentistas cubanos

FRESA SALVAJE PARA SIEMPRE. HISTORIAS DE AMOR Y FASTIDIO es una selección de relatos de cuatro libros de la escritora cubana Haydée Sardiñas de La Paz. Tres de esos libros han sido editados en Cuba (Historias de amor y fastidio, Recortes del paraíso y Fosforera Bill) y otro permanece inédito. Esta selección, que ahora presentamos dentro de la Colección Mujeres de Nieve, ha sido comentada por otros autores cubanos. Exponemos aquí algunos fragmentos.

Yoss sobre “Historias de Amor y fastidio”

¿Literatura femenina? ¿crítica social?  Todo eso y más. Los cuentos de este libro, no por breve menos contundente, pueden ser estremecedores en su ingenua, a veces alienada y cotidiana crueldad. Escritos con un estilo sincero y directo, con grata fluidez, 200% en función de lo más importante de la literatura y el arte en general: conmover… inspirar amor, fastidio o ¿por qué no? Ambas emociones a la vez.

Carelsy Falcon sobre “Recortes del paraíso”

Con una prosa concisa, irónica, pero llena de sutilezas, Haydee describe la cotidianidad abrumadora, la desidia, la abulia que consume a cada uno de sus protagonistas. Las historias son escenas, recortes de los ambientes donde se desdoblan estos individuos carentes de motivación, de planes, de alegrías, encerrados en una increíble orfandad.

Paradójicamente estos cuentos, están llenos de vacío.

Jose Raul Fragela sobre “Fosforera Bill”

Protagonizan estas  historias seres que al lector se le antoja haberse cruzado alguna vez en el trayecto de su propia existencia. Hombres y mujeres signados por la soledad, incapaces de adaptarse a las circunstancias que, pese a las particularidades de cada relato, resultaran familiares desde un primer acercamiento. Haydee no intenta timarnos con alardes de técnica literaria (muy bien utilizada , no obstante) pero resulta imposible atisbar la realidad que ha diseñado sin involucrase y tomar partido, sufrir o sonreír con los personajes tan vívidamente perfilados que terminaran por recordarse como viejos conocidos.

 

 

Cine sumergido, por Rafael Rojas

Rafael Rojas. Princeton
DIARIO DE CUBA

¿A qué llaman cine sumergido Luis Duno-Gottberg y Michael J. Horswell en su estudio sobre las más recientes películas realizadas en Cuba?

Buena parte del trabajo intelectual tiene que ver con el arte de “nombrar las cosas”, de que hablara el poeta. Dotar de nombres nuevos fenómenos de la producción artística, en un país como Cuba, inmerso en mutaciones y cambios sociales que alteran y, a la vez, reafirman prácticas y discursos culturales, requiere de imaginación  y discernimiento conceptual.

En los últimos veinte años, la Cuba post-soviética no escenifica tanto el drama del “hombre nuevo” como el dilema del “nombre nuevo”. En cómo llamar lo que está sucediendo en un socialismo que se capitaliza y un nacionalismo que se globaliza, sin que muchos de los actores de ese tránsito busquen el abandono de su identidad socialista o nacionalista, se dirime un volumen importante de la cultura cubana contemporánea.

La preservación de esas identidades o rótulos —”socialismo”, “nacionalismo”…— se produce, por lo general, al margen o en la periferia de las poéticas, como si se tratara de la cotización retórica que se requiere para producir una crítica. El desplazamiento político que operan esas poéticas, en relación con el discurso oficial, no siempre se expone con transparencia. Pero, igual que en la literatura o las artes visuales de las dos últimas décadas, asistimos al despliegue de una manera de pensar e imaginar el país cultural que no se ajusta a las leyes e instituciones que rigen el país estatal.

Algunos críticos de cine en la Isla, como Dean Luis Reyes y Juan Antonio García Borrero, y estudiosos del cine cubano en la academia norteamericana, como Julio Ramos, Luis Duno-Gottberg y Michael J. Horswell, han debatido en los últimos años la emergencia de una filmografía que, en su producción, su estética y su ideología, busca un lugar de enunciación que parece articular una vecindad o una interpelación del cine facturado por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), la institución estatal que desde los primeros años de la Revolución Cubana en el poder, estableció las pautas artísticas y políticas de ese arte en la Isla.

Creadores, críticos y la misma institución han entrecomillado ese cine como “joven”, “nuevo”, “independiente”, “alternativo”, “experimental” o “subterráneo” desde los 80. Adjetivos en los que, como en el concepto de vanguardia, se dan la mano enunciados estéticos y políticos, y que, sin embargo, no alcanzan a capturar plenamente el rebasamiento de sentidos que opera ese cine en Cuba.

A tono con la globalización: sumergirse

A partir de una provocación de García Borrero, Duno Gottberg y Horswell proponen en su libro Submerged. Alternative Cuban Cinema el término de “cine sumergido”, que entre otras cosas tiene la ventaja de remitir a un mundo marino u oceánico, más a tono con la globalización. En la Cuba actual, lo culturalmente globalizado o lo cibernéticamente conectado actúan desde la inmersión o la sumersión, es decir, bajo una superficie discursiva oficial o institucional, menos sólida que la del periodo soviético.

Gottberg y Horswell le conceden gran importancia, en términos de una apertura a nuevas formas de sociabilidad y nuevos modos de producción fílmica, a la declaración que hicieron 60 cineastas cubanos, el 4 de mayo de 2013, a favor de una reorganización de la actividad cinematográfica en la Isla que “no puede hacerse solo en el marco” del organismo estatal. Varios cineastas de las dos o tres últimas generaciones, que comenzaron a producir de manera independiente o institucionalmente afiliada desde los 90, se sumaron a esa demanda en medio de una crisis en la dirección del ICAIC, que desembocó en la designación de un nuevo titular para el organismo, y que al cabo de un año todavía genera frustraciones y malestares.

Sin desconocer la variada y dispareja producción de las dos últimas décadas, los autores de Submerged (2013), una muestra itinerante de cine por cuatro universidades de Estados Unidos (Florida Atlantic University, Rice, Tulane y Princeton), y de este volumen, proponen algunos films ilustrativos del “cine sumergido” en Cuba: La piscina (2011) de Carlos Machado, Juan de los Muertos (2011) de Alejandro Brugués, Molina’s Ferozz (2010) de Jorge Molina, Melaza (2012) de Carlos Lechuga, Memorias del desarrollo (2010) de Miguel Coyula.

Aunque este cine sumergido, mayoritariamente producido al margen del Estado, emerge para interpelar a un cine oficial o institucional auspiciado por el ICAIC, la propia institución se ve involucrada en un proceso de pluralización de discursos fílmicos, que la obliga a producir fuera de sus propios cánones. Juan Antonio García Borrero, uno de los mayores críticos del “icaicentrismo” dentro de la Isla, no duda en incluir dentro del amplio espectro de ese cine sumergido, películas de producción estatal como José Martí. El ojo del canario de Fernando Pérez. Y algunos críticos están identificando dentro de ese cine a Conducta (2013), la más reciente película de Ernesto Daranas, que ilustraría una aproximación del Estado a los modos del cine independiente.

Una piscina que reúne a un grupo de discapacitados o solitarios; un ingenio desmantelado donde una joven pareja vive en los límites de la sobrevivencia; una Habana tomada por los zombies y sus exterminadores; un bohío en las montañas acechado por la superstición y el incesto; la memoria de un viejo cubano exiliado que, al cabo de medio siglo en Nueva York, se ha vuelto un collage de la epopeya revolucionaria y la globalización capitalista; Martí adolescente, golpeado por su padre y descubriendo el sexo y la esclavitud en Hanábana…

Un espectro temático igualmente elusivo y perturbador podría descifrarse en la “documentalística reflexiva” o “ensayo documental”, como prefiere llamarle Julio Ramos. Un asesino que rememora su pasado criminal mientras pesca clarias en algún río sucio de La Habana, en De agua dulce (2011) de Damián Sainz; la nostalgia de los últimos habitantes del pueblo de Hershey, abiertamente expuesta, por un pasado republicano de progreso y felicidad, en Model Town (2006) de Laimir Fano; una vieja casona republicana de provincias, en ruinas, que alberga un enjambre de abejas en sus tabiques, donde habita una familia fantasmal, en Nos quedamos (2009) de Armando Capó; un grupo de antiguos refrigeradores vacíos, en medio de una sala desvencijada, que bailan una suerte de danza georgiana, mientras se escucha un discurso en ruso, sobre la Historia y el Hombre, en el animado La segunda muerte del hombre útil (2010) de Adrián Replansky.

Nuevas referencias, nuevas subjetividades

Como advierte Dean Luis Reyes, no se trata solo de identificar ese cine por la deliberada elusión del discurso oficial que proponen sus argumentos. Pero es inevitable observar que esas tramas abandonan algunas funciones primordiales del cine de la Revolución, como las relacionadas con la formación de ciudadanos leales al Estado y a sus líderes, que viven en condiciones materiales aseguradas por el desarrollo socialista y que poseen las virtudes propias de una sociedad que va saliendo de la pobreza, la desigualdad y el subdesarrollo. El cine como documento testificador de la modernidad socialista y como agente de la promoción internacional de una sociedad modelo, sobre todo, en el contexto latinoamericano, se ve fuertemente impugnado en esta filmografía.

Se trata de una producción que parece trascender, finalmente, el dilema planteado por Tomas Gutiérrez Alea en su libro Dialéctica del espectador (1982), y detectable en todas las polémicas sobre cine y ideología de la Revolución Cubana, entre el arte fílmico como documento de la crítica de la burocracia y el autoritarismo y como medio de la ilustración socialista y de la promoción internacional del modelo cubano.

Las formas de contención de la crítica, desde la hegemonía política y el rol que esta última asignaba al cine en la cultura doméstica e internacional de la Revolución, entran en crisis en una producción que busca hacer contacto con subjetividades locales y globales, ya constituidas, antes que involucrarse en un proyecto pedagógico o moral de construcción de un hombre nuevo. De este cine podría decirse, siguiendo a Jacques Rancière, que se trata de un arte en busca de la identificación de sujetos instituidos, antes que en la auto-asignación de un rol instituyente en el cambio político.

Pero no basta el corte ideológico o el desencuentro político con el Estado, como señalan García Borrero y Reyes, para caracterizar al cine sumergido. Es preciso observar ese proceso de inscripción de nuevas subjetividades del siglo XXI en el plano estético e, incluso, en el nivel técnico de esta producción. Advertir, por ejemplo, cómo el campo referencial de esta cinematografía abandona, a la vez, el archivo del realismo socialista y las claves del cine de arte de los 60, 70 y 80 —neorrealismo italiano, nueva ola francesa, cinema novo brasileño, nuevo cine latinoamericano—, y se abre más plenamente al intercambio con un repertorio visual contemporáneo, que incluye el cine comercial, por supuesto, y que, a la vez, dialoga con las nuevas tecnologías y, sobre todo, con el video y el documental de investigación.

Dado que uno de los roles primordiales de este cine es la identificación de sujetos instituidos que han quedado oscurecidos por el resplandor discursivo del socialismo, se tiene la impresión de que con estos filmes se recupera una dimensión antropológica, de reconocimiento y, a la vez, de sorpresa ante nuevas subjetividades, que establece un punto de contacto con poéticas experimentales, dentro del cine cubano de los 60, como las de Néstor Almendros, Orlando Jiménez Leal, Sabá Cabrera Infante, Nicolás Guillén Landrián y Sara Gómez.

La deuda con los grandes artistas del cine de la Revolución (Tomás Gutiérrez Alea, Humberto Solás, Santiago Álvarez, Pastor Vega o Sergio Giral) no es desconocida por estos nuevos cineastas cubanos, pero su vínculo con la tradición fílmica de la Isla supone un gesto de reescritura de la historia del cine, donde se describen genealogías resistentes, que cuestionan el estatuto mismo de  “cine revolucionario cubano”, al que inútilmente se aferra el Estado.

Lée la noticia original en DIARIO DE CUBA: https://diariodecuba.com/cultura/1396733463_8002.html

Hablando de cine independiente en Cuba, de gobierno y de mañana

Dean Luis Reyes acaba de publicar ‘El gobierno de mañana. La invención del cine cubano independiente (2001-2015)’

Carlos Quintela
Madrid

Diario de Cuba

Dean Luis Reyes es periodista, profesor, crítico de cine, amante del anime japonés y en temáticas relacionadas con el mundo audiovisual un crack. Conversar con él es un lujo, su capacidad de análisis y lucidez hacen que un chat entre Tarragona y Madrid puedan hacerte el día.

En el caso de Cuba ha sido testigo de la gestación del movimiento de cine independiente y se ha ganado un lugar privilegiado en el corazón de muchos cineastas por asumir la difícil tarea de documentar un fenómeno que floreció —literalmente— entre el marabú.

Conversamos a propósito de su libro El gobierno de mañana. La invención del cine cubano independiente (2001-2015), que recomiendo a todos.

En la presentación online que auspició Rialta Magazine te referiste a El gobierno de mañana… como un libro que le pertenece a todos. ¿Por qué lo crees?

Porque en los asuntos que ahí se resumen yo solo fui testigo. El crítico de cine siempre tiene una porción de parasitismo, y en este caso tuve la suerte de estar en el momento y sitio indicado para presenciar el germen de obras y el crecimiento de realizadores que luego se convirtieron en amigos, colegas, gente querida. En todos ellos, y en los desconocidos también, pensaba al armar la tripa del volumen, que es una recogida de textos escritos al tiempo que vivía los acontecimientos.

La invención de una tradición pasa primeramente por la cabeza del crítico antes de volverse una práctica. ¿Qué valores (estéticos, culturales, políticos) crees que atestigua un crítico que los cineastas o gente cercana al proceso no consigue dilucidar?

Pues primeramente, la distancia. A la hora de examinar el objeto artístico hay multitud de mediaciones de las que el creador no tiene por qué permanecer advertido. Y el trabajo del crítico es insertar la obra en su contexto, ponerla en diálogo con otros territorios, evaluar su función comunicativa, su capacidad alegórica, etc.

El crítico es, al fin y al cabo, parte del sitio adonde va la obra una vez abandonada por el creador, es un espectador privilegiado porque en su impresión queda incluida una parte del revelado de la zona irracional o inconsciente del creador que este no percibe del todo mientras la elabora.

¿Por qué dices que te ves envejecer en el libro?

Porque ahí está el depósito de un tiempo que ya no está. Hay una condición histórica propia del cine independiente cubano en la que todo era muy frágil, que está en las páginas del libro. Cuando yo no me atrevía a adivinar si esos realizadores iban a persistir, si sus obras iban a encontrar su destinatario, si iban a convertirse en una tradición que retomar, o con la cual discutir.

A mediados de los años 2000 las exhibiciones de la Muestra Joven eran a menudo con la sala a la mitad, o apenas con los directores y su familia y amigos. No existían las preguntas que hoy tenemos para hacerle a ese territorio que ahora creció, se convirtió en una tradición, que tiene premios, que ha impactado a audiencias de dentro y fuera de su país.

Para llegar ahí ha habido que envejecer, literalmente. Porque ninguna tradición se asienta sin conspirar con el tiempo. Y ahí también el tiempo me ha pasado a mí: ya no escribo de todo lo que se produce, he tomado distancias porque ese trabajo de criba y visibilización que yo hacía ahora lo hace más gente.

Ya no hay un partido que defender a muerte porque sus verdades son parte de la realidad. Y tampoco escribo igual, ni mi enfoque sobre el cine es el mismo. Es la vida.

En uno de los comentarios de Facebook alguien apuntó que esa primera generación de cineastas nació de una ruptura y por joven e ingenua, anhelaba ser admitida por la oficialidad, por el ICAIC. ¿Cómo ves ahora —gracias a la distancia de residir en Europa— a esa primera generación? ¿Cuál crees que hayan sido alguno de sus principales aportes si es que fuese el caso?

Pues demostrar que el cine podía hacerse también con un grupo de amigos, sin pasar por comités de selección, grupos de creación, vicepresidencias y presidencias del ICAIC, sin que 20 personas le metieran la mano a tu guion. También, que el cine puede ser algo de tan personal casi íntimo, como una orfebrería, tal es el caso de la obra casi artesanal de Miguel Coyula.

Todo esto obligó al documental en Cuba a dejar de ser parte de la administración de la hegemonía del Estado para transformarse en no ficción de vuelo libre, de completa especulación, con lo real como un objeto de referencia, pero nunca un fardo. Ahí están Alejandro Alonso, Raydel Araoz, Rafael Ramírez, Marcel Beltrán, para demostrarlo.

Mostró que un cine nacional no tiene que ser necesariamente un cine estatal. Entrenó a una generación para hacer más con menos. Y mostró que para exhibir tu película no hay que someterse a la autorización de las autoridades.

En lo ideológico, ofreció otros territorios para ejercer la libertad. No hablo solo de la ideología política, sino de los rituales del cuerpo, de la imaginación, de la oportunidad para ir en nuevas direcciones que las fijadas por el hábito.

¿Por qué el título del libro sugiere un mañana? ¿A qué se debe ese juego temporal? Siento que cuando se habla de Cuba, sea en el caso del cine o cualquier otro ámbito casi siempre se exhorta a la conquista de un algo al que desde el presente no podemos acceder. ¿Crees que esa utopía que sugiere el título del libro, sí los cineastas en conjunto se lo propusieran, podría ser provocada y conquistada en la actualidad?

Porque el mañana en Cuba es una noción secuestrada por el Estado autoritario. Una de las claves para entender la situación cubana es advertir que no se admite otro devenir que uno apoyado en la antinomia socialismo/capitalismo.

Eso podría parecer válido para las mentes simples, que bajo semejante lógica deberían creer en el cielo y el infierno. Pero visto así, el mañana aparece como algo imposible de construir colectivamente. Y justo el audiovisual cubano hoy exhibe una historia tejida a partir de esa inteligencia colectiva, a base de ensayo y error, y por eso A media voz, un discurso sobre la producción de identidad a partir de la aventura de reinventarse como sujeto diaspórico, puede ser premiado en el Festival de Cine de la Habana.

Y Juan de los Muertos ser una obra de culto internacional. Ese cine inventado a partir de la libertad que nos dieron las herramientas digitales es uno de los bellos ejemplos de cómo crear sociedad civil independiente en Cuba. Y pese a su fragilidad perenne, ahí están sus evidencias.

¿Qué debilidades le ves al “movimiento” de cine independiente cubano? Me gustaría saber tu opinión personal alejada de tu oficio y también tu diagnóstico como observador profesional.

Las debilidades son muy parecidas a las de otros grupos de la sociedad civil independiente cubana: actúan por reacción (la censura de una película, sobre todo, en el caso que nos ocupa); en vez de ser proactivos y propositivos.

La iniciativa de El Cardumen fue algo estupendo, pero no conozco de su continuidad efectiva. Ese grupo debió haber tomado de forma natural el relevo del Grupo de los 20, por ejemplo. Y debería tener un espacio de intercambio de ideas, un blog, una publicación, un foro regular, por ejemplo, para articular iniciativas. Asimismo, un escenario para ver y discutir sus películas, más allá de la Muestra Joven.

A menudo los cubanos reproducimos el paternalismo en que crecimos y nos cuesta inventar espacios propios sin que otro sea quien los gestione. En el plano formal, pienso que las obras de muchos de los realizadores que comienzan siguen careciendo del descaro, de la vocación experimental que requeriría el cine cubano para quemar etapas. Esto último, sobre todo en la ficción. La no ficción me sigue pareciendo el escenario más intenso y renovador del audiovisual actual en Cuba.

En el libro hay un pasaje que titulaste: “Lo engendrado, para imaginar la muerte del padre”. ¿Qué importancia crees que traiga consigo la muerte de ese padre para el cine cubano? ¿Crees que su muerte abrirá una brecha para la inclusión de nuevas temáticas?

Eso fue en 2010. No creo que el cine independiente posterior a ese año haya puesto el pie al acelerador, porque en general se siguen saldando cuentas con el pasado. Santa y Andrés, Sueños al pairo, La obra del siglo, Nadie, Agosto, tienen que ver con políticas de la memoria.

Eso es muy importante, algo imprescindible en Cuba para discutir la historia oficial. Si no sabemos de dónde vienen nuestras neurosis, ¿cómo las vamos a curar? Y la muerte del padre de la que hablo es algo más complejo: tiene que ver con comprender quiénes somos, qué heredamos.

El Gobierno cubano, por ejemplo, tiene obsesión con la continuidad, como si eso solamente sostuviera toda su legitimidad. No obstante, en lo cotidiano, usa constantemente las distintas acepciones del verbo cambiar.

El audiovisual cubano no debería quedar atascado en ese falso dilema. Entre otras cosas, porque la demanda de una cinematografía como ejercicio de antropología que exigía el nacionalismo del primer ICAIC hoy apenas pesa. Los temas son más diversos. Aunque extraño más historias sobre eso que Enrique Álvarez apuntó en Venecia: cómo imaginar los modos de estar juntos de los jóvenes que no van a trabajos voluntarios ni tienen que ocultar a los parientes emigrados, que tienen un negocito ahí, se conectan a internet y leen más los medios independientes que Granma, que no creen lo que dice el Noticiero, que buscan su propia soberanía… Pero eso es matraca mía.

En el libro hay también un capítulo “Exhumaciones de Nicolás Guillén Landrián” en el que te refieres a él como si fuese un realizador independiente de este tiempo. ¿Por qué lo ves así? ¿Crees que se ha hecho verdaderamente justicia con su obra?

Porque el descubrimiento de su obra engavetada fue uno de los mayores acontecimientos del cine cubano de los pasados 20 años. Y ocurrió donde debía: en la Muestra Joven, para los ojos de los realizadores que andaban buscando quiénes eran sus padres simbólicos, sus influencias.

Landrián apareció de pronto y su forma de mirar se convirtió en una obsesión, sobre todo entre los documentalistas. La marca de su cine apareció de repente como parte natural de las búsquedas que traían consigo entonces Susana Barriga, Rigoberto Jiménez, Jorge de León… Esa clase de fenómenos no ocurren a menudo.

En Cuba, tenemos al origenismo que marcó a la generación literaria de los 80. Pero en el cine, no. Así que es un contemporáneo con todas las de la ley.

¿Justicia? En vida no se le hizo, pero él nos dejó lo mejor de sí, que muchos recogimos y compartimos. Que alguien como Ernesto Daranas se ocupe de la restauración de sus películas, y que ese trabajo sea parte de un proyecto mayor, de estudio y revisión de su legado, es algo muy importante y que, por suerte, está ocurriendo.

Elizabeth y las viejas muñecas de uso

PUENTEALAVISTA

Un edificio como isla, una playa para el exorcismo, una tienda para el trueque de “viejas muñecas de uso” y el miedo de confrontar a nuestras propias sombras. El espanto a que esas sombras nos definan. Que se erijan, usurpándonos, como bitácora y propósito.

Este pavor, del que nadie susurra siquiera para sí mismo, nos lo devuelve María Matienzo Puerto (La Habana, 1979) con su libro Elizabeth aún juega a las muñecas. Una novela que asusta por una razón simple: nos hace temer a la realidad que emplaza allende las puertas del apartamento [o reducto]. Una novela espejo pero que jamás se somete a la gratuidad de los espejismos. Una novela, dígase ya desde el inicio, bien escrita.

Como bien nos advierte Amir Valle en el prólogo, la autora “ha logrado la gran hazaña de diferenciarse de esa uniformidad que afecta actualmente a buena parte de la literatura cubana”.

Para ello ha construido un escenario desde las reglas del caleidoscopio donde, señala el prologuista, “todas las historias están unidas por un hilo interno que las remueve en sus cimientos; y ese, desde el mismo inicio, es ya un acierto: la convulsa y siempre cambiante cotidianeidad cubana no puede valorarse en su justo peso desde una única perspectiva. Por ello, los personajes de María Matienzo, en este libro, se nos aparecen como sombras que se corporizan”.

En Elizabeth aún juega a las muñecas los personajes parecieran romper, también, las reglas del juego, los seis grados de separación ‒donde una persona puede acceder a cualquier otra del mundo a través de conectar cinco intermediarios conocidos‒ porque nada los intermedia. Solo un único estambre los conexa: la llamada “situación de país”, donde rige por decreto la concepción de “plaza sitiada”. Donde la única legitimación es la incautación de los sueños personales.

“Cuando las manchas pasan a mis sueños es porque durante el día hemos logrado armonizar”, dice la propia Elizabeth, y quizás sea esta puntualidad el único recodo de paz durante toda la historia. Pero solo ella, nadie más, sobrelleva el misterio. Solo ella sabe de su pánico y, por antonomasia, carga los otros viejos pánicos de uso.

Carga con todos: los de Lorenzo; Irina; Manolo; Ernesto; Laurita; Javier; Mauricio; Yessica; La Morsa; La Jicotea; El Jicoteo; Marilín; La Jirafa; Octavio; Marcos; Robinson; Olivia; Magdalena; Yanira; Dagoberto; Alberto Medina; Yahima; Marlen; Luisa; Alfredo; Olirca; Ismael; Sumeria; Raúl; Yamirka; Anisia; Nelson; Carmen; Yusleidis; Mirtha; Estable.

Todos imprescindibles para alcanzar su metamorfosis. Para llegar al lugar de nada después de haber partido desde nada. O sí, desde sus sombras. Sin embargo, este drama del cubano ‒del cubano de trasfondo, el de a pie, el confinado, el hacinado, el marginado, el del doble rasero moral‒ no es un antojo de la autora.

“Sigo siendo de carne y hueso. No soy una muñeca. No soy un espejismo”, parece advertirnos la autora a través de uno de los personajes.

Y es que Elizabeth aún juega a las muñecas no es una novela de pesadumbres o de configuraciones trasnochadas. Tampoco la sabana donde llevar a pastar las ordalías. Es, sin lugar a dudas, el préstamo que nos hace la autora para medir hasta qué punto los personajes [nosotros mismos] podrían ser capaces de tolerar esa perpetua quietud que solemos conocer como cubanía, o cubanidad, o cubanismo.

“La gente le cree. La gente le compra muñecas por esas historias. La gente es ingenua […]. Lorenzo las utiliza [a las muñecas] y no se dan cuenta. Se dejan manosear y siempre parecen dispuestas a mostrarse. No se les puede pedir demasiado, son plásticas. No han tenido como yo una vida, no las han dejado abandonadas nunca, no las han golpeado como a mí”.

En el trueque de las muñecas se borda el señuelo [como el agua filtrándose en cada hendija]. El éxito de la emboscada se percibe en la descripción de un sueño que, a su vez, es la fotografía del país. La del individuo dentro del país, aunque se niegue a sí mismo en la sobrevivencia:

“La casa estaba en penumbras. Pensé que me había quedado ciega, pero la vista se me fue adaptando y no estoy ciega, solo estaba a oscuras. El sueño fue claustrofóbico, denso. Desaparecía también. Mi cuerpo perdía consistencia, se transparentaba al punto de no reconocerlo como mío. Me miraba en el espejo del baño y veía a través de mí los azulejos de la bañadera. Sin embargo, estaba consciente de que solo era un sueño, así que me preguntaba, mientras ocurría la metamorfosis, si eso era lo que le había pasado a Mauricio”.

Los paralelos literarios que se trashuman en Elizabeth aún juega a las muñecas recuerdan la zona más escatológica en la novelística de Charles Bukowski; la temporada más soberbia del siempre irreverente Ray Loriga y, en los adentros de la isla, la época más rabiosa de un Guillermo Vidal que se describía a sí mismo como un “perro viejo”. Un animal de feria.

Con Elizabeth aún juega a las muñecas María Matienzo reafirma que su narrativa es de peso. Más que autora manifiesta autoridad en uno de los oficios más difíciles y peligrosos: la novela. En el parlamento de uno de los personajes [“Alguien se asomó en mí, como si yo fuera un espejo”] deja claro que leerla conlleva riesgos, porque todos solemos temer a las pautas, a lo que se dibuja diferente y desde la diferencia.

La ficción le sirve a su propósito, pero sin prefigurarse eje o tramoya. Lo que rige en María Matienzo y su pieza Elizabeth aún juega a las muñecas es la más primigenia concepción del arte [literatura incluida]; la más eficaz; la única que ha sobrevivido a siglos de oficio: la belleza y la funcionalidad.

En el episodio «Muñecas» María Matienzo lo advierte, y nos hace temblar una vez más:

“Me pregunto si las muñecas flotan cuando caen al agua. Un agua profunda, negra, como el río que soñé anoche. El mismo río que me ha arrastrado tantas veces y que no desemboca en ningún mar. Un río al que tiro piedras y del que no recibo ninguna queja. Si los ríos se pudieran quejar. Este solo corre, no importa en qué dirección”.

Léelo directamente, en: https://puentealavista.org/2020/09/28/elizabeth-y-las-viejas-munecas-de-uso/

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