HAY SOL BUENO…

HAY SOL BUENO…

Texto: Luis Trápaga

Diseño de ilustración: Ángel Hernández

En La Habana y Miami, enero de 2023

 

Hay sol bueno y mal de espuma y Pilar quiere absorber arena fina, la

niña ya no luce divina y nadie la besa, se llena sus pulmoncitos de

arena y declama frente al mar:  Martí se ha puesto clandestinamente

de moda y todos lo queremos mucho, lo amamos profundamente con

nuestro corazón ensangrentado.

Y Pilar quiere, antes de morir, con

Patria y con amo, llenar de versos mi palma.

Hoy, 28 de enero, al tragarse por accidente un sombrerito de plumas,

Pilar dio a luz un gallopinto ensangrentado. Había quedado embarazada

una noche después de una pesadilla en la que era violada por una

manada de aves de corral de sexo indefinido, logró salvar la vida

gracias a que intervinieron en su auxilio dos ciudadanos, transeúntes

ocasionales, quienes después fueron acusados por las autoridades de

haber violado a Pilar, las pruebas contra ellos consistían, aparte de

su sospechosa diferencia racial, en que al ser capturados en su huida

estaban empapados de la sangre menstrual de Pilar, y fueron salpicando

toda la ciudad con dicha sangre putrefacta causando el terror y la

posterior indignación de los vecinos ante un acto tan deleznable como

es la adicción a beber sangre menstrual de niñas con conflictos

psicológicos de identidad. Un bigote revuela orondo sobre la cabeza

de Pilar que viene y va, la niña lo confunde con una mariposa y lo

atrapa con su vestidito de flores, lo encierra en una pecera de

cristal y lo oculta en su habitación, pasa con él los mejores momentos

de su adolescencia solitaria, escribe un día en su diario contemplando

el bigote revoletear en su pecera: “yo soy un hombre sincero nadando en

arena fina, nado y nado durante años sin avanzar más que unos

centímetros, pero no cejo en mi empeño, he sentido la arena durante

años correr y correr por todo mi cuerpo, mis senos han crecido bañados

en arena, mi condición física y emocional no puede ser igual que la de

ninguna de mis condiscípulas, pero me cuido mucho que se haga notar

esa diferencia”.

Pilar entra en conflicto con sus pocos adeptos  luego

de ser objeto de un acto de repudio al declarar que el mensaje de su

obra, La mariposa marina, era una respuesta al recrudecimiento del

bloqueo espiritual del PCC hacia Cuba y que tenía una marcada

influencia del famoso poema épico judío “Das Kapital”. Su último

intento de lograr algún contacto social antes de la profunda depresión

que la llevó a su fin fue intentar crear una fundación contra el

hábito de fumar tabacos cosechados en suelo extranjero.

La maldita

circunstancia del café por todas partes nos obliga a estornudar

picadura continuamente, generando una alergia crónica en toda una

generación de nuestros niños que han sido contagiados por el hábito de

solo fumar tabaco cultivado en suelo patrio, declaro.

Una noche, meses

antes de su fallecimiento, Pilar se sintió poseída por una doncella

barbada de yeso, la doncella se presentó como su oráculo personal, y

Pilar le preguntó: Your majesty, when we will destroy this earth?  A lo que la

doncella respondió: Later, I´d like to use before my imagination.  Esa

frase provocó el último orgasmo que Pilar recuerda haber tenido en su

corta vida de doncella virgen.

Pilar muere otro día de enero  al ser

agredida por desertores de la secta clandestina oficial Los eunucos de

Rosa. Se desconoce la locación exacta de su sepulcro donde nunca ha

habido un ramo de flores y menos una bandera. Años después el

Vaticano y la OMS rechazaron la propuesta de que Pilar fuera

canonizada por su supuesto alumbramiento en virginidad, aludiendo

incesto inter especies además de no constar pruebas suficientes ni

teológicas ni científicas que pudieran sustentar dicha propuesta.

Cuba: la literatura de la desesperanza

Marcial Gala

Clarín.com Revista Ñ

22/04/2022

La literatura cubana contemporánea parece una fragata que flota en el mar de las imposibilidades, resiste o trata de resistir cuando tantas circunstancias, como olas que explotan contra el maderamen, obligan a sus creadores a preguntarse de continuo para qué. Y es que Cuba pocas veces ha atravesado una época tan desesperanzadora como ahora, pocas veces el proyecto nacional cubano fue tan mediocre, tan llamado al fracaso, nunca antes hemos estados tan desencontrados los cubanos. Un ejemplo son esos juicios que no tienen el mínimo amago de justicia y que hacen que el calificativo “kafkiano” haya quedado obsoleto. De cinco a veinte años de privación de libertad por salir con un cartel y gritar dos veces. “Si gritas tres veces te condenan a treinta”, piensa uno. Es vergonzoso ese estado de cosas y deja en el aire la pregunta ¿Cuál es el papel del escritor cubano luego de los sucesos del 11 de julio? Es una interrogante sin respuesta porque el papel del escritor es seguir creando como puede.

Justo ahora hay una pléyade de autores cubanos, tanto de dentro como de afuera del archipiélago, que intenta crear una literatura post castrismo, dejando atrás eso que quedó inconcluso, tambaleante y crujiente y que muchos llamaron la “literatura de la revolución”. Yo pienso que esa nueva literatura está marcada por dos fechas, una por la llegada del ultimo político que fue popular en Cuba, Barack Obama, que muchas veces pareció más presidente del país que los propios Raúl Castro y Díaz Canel, y otra por los sucesos del 11 de julio: la primera vez que el pueblo cubano vio en vivo y a todo color lo que les esperaba a aquellos que se atrevieran a darle la espalda al cacareado proyecto actual, cuyo principal lema es “somos continuidad”. “La orden de combate está dada”, había expresado con tono amenazador el presidente de Cuba y eso significó un estallido de violencia y de represión como nunca se había visto en la isla.

Después de ese 11 de julio algo cambió para la gente en Cuba, incluyendo a autores y artistas. Los juicios de condenas desproporcionadas, del todo ridículas por la falta de valor jurídico (condenas que recuerdan mucho incluso en la palabra empleada “sedición” al despotismo de la España colonial), vinieron a acentuar la sensación generalizada de desesperanza; por tanto, para mí la literatura que escriben ahora mismo los cubanos es una literatura de la desesperanza, del desencanto y la desilusión, y de intentar, aunque sea en la hoja en blanco, que Cuba deje de ser esa nación que cayó al otro lado del espejo con gobernantes que se portan como un engendro del sombrerero loco y la reina de naipes.

Mencionemos algunos nombres que me gustaría que asistieran a esta feria, hagamos una especie de equipos rojo y azul o sea de escritores de adentro y de afuera con la esperanza de que el lector argentino logre leerlos y con la aún más remota ilusión de que algunos de esos libros se encuentren en el, diezmado literariamente pero muy politizado, stand de Cuba y en el pequeño stand que un grupo de intelectuales cubanos residentes en Argentina abrirán durante la feria.

Empecemos por el equipo rojo, narradores , ensayistas y poetas de adentro, donde además de los insumergibles Leonardo Padura, Wendy Guerra y Pedro Juan Gutiérrez, debemos mencionar a la muy talentosa Ena Lucía Portela, Ángel Santisteban, Ahmed Echevarría, que pronto publicará una novela con la editorial Corregidor; Alberto Guerra, José Luis Serrano, Pedro de Jesús, Atilio Caballero, Elaine Vilar Madruga, Rafael Vílchez Proenza, Jámila Medina, Margarita Mateo Palmer, Carlos Esquivel y Alberto Garrandez, Alberto Abreu y Roberto Zurbano entre muchos. A la feria asistirá Julio Travieso cuya novela El polvo y el oro sorprendió a tantos en Cuba por su soberbia calidad.

En el equipo azul yo colocaría a Jorge Arcos, un poeta de primera que vive y trabaja en Bariloche, Antonio José Ponte, Legna Rodríguez, Dayneris Machado Vento, Carlos Manuel Álvarez, Armando Valdés Zamora, Abilio Estévez, Karla Suarez, Ronaldo Menéndez, Susette Cordero, Iván de la Nuez, Enrique del Risco, Rafael Rojas, Amir Valle y algunos más entre ellos a mi amigo Arturo González Dorado, fino novelista y ensayista domiciliado en Gran Bretaña.

Esta es una lista injusta como todas las listas, pero confío que los lectores puedan encontrar libros de estos autores y de otros en la feria y en las librerías.

 

PILARICIDIO

La Habana, 28 de enero de 2022

Por Luis Trápaga

Hay sol bueno y mal de espuma y Pilar quiere absorber arena fina, la niña ya no luce divina y nadie la besa, se llena sus pulmoncitos de arena y declama frente al mar:  Martí se ha puesto clandestinamentis de moda y todos lo queremos mucho, lo amamos profundamente con nuestro corazón ensangrentado. Y  Pilar quiere antes de morir con patria y con amo, llenar de versos mi palma.

Hoy, 28 de enero, al tragarse por accidente un sombrerito de plumas, Pilar dio a luz un gallopinto ensangrentado, había quedado embarazada una noche después de una pesadilla en la que era violada por una manada de aves de corral de sexo indefinido, logró salvar la vida gracias a que intervinieron en su auxilio dos ciudadanos, transeúntes ocasionales, quienes después fueron acusados por las autoridades de haber violado a Pilar, las pruebas contra ellos consistían, aparte de su sospechosa diferencia racial, en que al ser capturados en su huida estaban empapados de la sangre menstrual de Pilar, y fueron salpicando toda la ciudad con dicha sangre putrefacta causando el terror y la posterior indignación de los vecinos ante un acto tan deleznable como es la adicción a beber sangre menstrual de niñas con conflictos psicológicos de identidad.

Un bigote revuela orondo sobre la cabeza de Pilar que viene y va, la niña lo confunde con una mariposa y lo atrapa con su vestidito de flores, lo encierra en una pecera de cristal y lo oculta en su habitación, pasa con el los mejores momentos de su adolescencia solitaria, escribe un día en su diario contemplando el bigote revoletear en su pecera: yo soy un hombre sincero nadando en arena fina, nado y nado durante años sin avanzar más que unos centímetros, pero no cejo en mi empeño, he sentido la arena durante años correr y correr por todo mi cuerpo, mis senos han crecido bañados en arena, mi condición física y emocional no puede ser igual que la de ninguna de mis condiscípulas, pero me cuido mucho que se haga notar esa diferencia.

Pilar entra en conflicto con sus pocos adeptos  luego de ser objeto de un acto de repudio al declarar que el mensaje de su obra “la mariposa marina” era una respuesta al recrudecimiento del bloqueo espiritual del PCC hacia cuba y que tenía una marcada influencia del famoso poema épico judío “Das Kapital”, su último intento de lograr algún contacto social antes de la profunda depresión que la llevo a su fin fue intentar crear una fundación contra el hábito de fumar tabacos cosechados en suelo extranjero -la maldita circunstancia del café por  todas partes nos obliga a estornudar picadura continuamente, generando una alergia crónica en toda una generación de nuestros niños que han sido contagiados por el hábito de solo fumar tabaco cultivado en suelo patrio, declaro-.

Una noche, meses antes de su fallecimiento, Pilar se sintió poseída por una doncella barbada de yeso, la doncella se presentó como su oráculo personal, y Pilar le preguntó: your majesty when we will destroy this earth?  La doncella respondió: Later, Id like to use before my imagination.  Esa frase provocó el último orgasmo que Pilar recuerda haber tenido en su corta vida de doncella virgen.

Pilar muere otro día de enero  al ser agredida por desertores de la secta clandestina oficial “Los eunucos de Rosa”, se desconoce la locación exacta de su sepulcro donde nunca ha habido un solo ramo de flores y menos una bandera. Años después el Vaticano y la OMS rechazaron la propuesta de que  Pilar fuera canonizada por su supuesto alumbramiento en virginidad, aludiendo incesto interespecies y que no constaban suficientes pruebas ni teológicas ni científicas que pudieran sustentar dicha propuesta.

INDIGESTIÓN, relato ilustrado de Luis Trápaga

Por Luis Trápaga, La Habana (junio 2021)

INDIGESTIÓN

Los frijoles blancos pueden tener un periodo de incubación más largo que el resto, por eso tal vez permanecen más tiempo asintomáticos, pero luego se los puede ablandar con más facilidad y en un periodo más corto. Si se ablandan lo suficiente pueden traspasar la barrera estomacal y llegar con mucha efectividad al sistema endocrino y de ahí la posibilidad de que pasen al cerebro es más probable y más efectiva, instalándose por un tiempo suficientemente prolongado como para lograr una reversión de las condiciones estomacales, digestivas, que han llevado a nuestra sociedad al estado actual de depauperación ideologicosexual y la psicodependencia genital, con posterior menoscabo de las funciones digestivas, y tratando, por todos los medios, que posibles síntomas secundarios no se extiendan a las extremidades causando reacciones impredecibles e indeseadas, con afectación del sistema psicomotor.

En 4 o 5 kilómetros se podría lograr un ablandamiento suficientemente bueno como para ser digeridos sin provocar daños cerebrales irreversibles. Eso sin despreciar la reputación del resto de las leguminosas.  Casos aislados no debían empañar el prestigio logrado durante años de entrega y sacrificio en nuestra lucha por el mejoramiento humano y la realización definitiva de la dignidad plena del hombre, y la mujer.  Ningún sistema digestivo, por fuerte y saludable que parezca a los ojos de los demás, debería consagrarse como modelo único, pues precisamente por su peculiaridad debe, excluirse como ejemplo en una sociedad cuyo anhelo más alto es la igualdad social y la dignificación de hombres y mujeres por igual.

Para un cocido satisfactorio, 4 km en 45 minutos, a velocidad promedio, a pie, 3 km desde El Vedado hasta Centro Habana, a razón de 1 minuto cada 100 metros, aproximadamente; para personas entre 19 y 50 años, a un ritmo pausado, sin ingestión de líquidos, si sobreviniera alguna nausea o fatiga, realizar respiraciones largas y profundas, inhalando en 6 y exhalando en 12, repitiendo este ciclo un total de 10 veces y ,en la décima, levantar las manos y palmear por encima de la cabeza imitando un aplauso repitiendo el mantra “YOMEKEOENEDGAO” por un periodo suficientemente prolongado para lograr una estabilidad mental con una incidencia posterior en la producción de frijoles.

Los frijoles negros y rojos tampoco poseen un privilegio especial sobre sistemas digestivos diferenciados. Cada frijol, cereal o legumbre, con figura jurídica natural, será libre de transitar por cualquier sistema digestivo. No habrá alimentos privilegiados que transiten por los mejores sistemas digestivos: cada sistema digestivo será de todos. Se deberá, además, llevar un riguroso control de los equipajes en el transporte aéreo y marítimo para evitar indigestión o uso indebido de recursos alimenticios. Cualquier equipaje que, a su paso por los controles aduaneros, se detecte segregando semen, pus o cualquier otro fluido corporal, será multado con 500 libras de frijoles de cualquier color por un periodo entre 6 meses y un año.

Las siguientes regulaciones, con el siguiente cuestionario adjunto, diseñado por el Ministerio de Salud Pública para situaciones excepcionales, deberá cumplimentarse por cada viajero previamente a su ingreso al territorio nacional.

  • Una pesquisa rigurosa sobre la capacidad del sistema digestivo nacional lo consideraría como algo valioso, necesario, útil en el contexto actual.
  • ¿Considera que el libertinaje alimenticio, llevado a sus máximas consecuencias, debería ser fiscalizado y penado por la Ley, dada su negativa incidencia en la salud de nuestro pueblo?
  • ¿Consideraría que la práctica de este libertinaje a la larga pudiera derivar en daño psíquico difícil de revertir?
  • ¿Ha participado en alguna orgia alimenticia?
  • ¿Piensa que en nuestro país existe una tendencia (por encima de la media mundial) hacia prácticas de exhibicionismo tales como la masturbación en público? Marque SÍ/NO. Si marca SÍ: ¿A qué cree Ud. que se debe?
  • ¿Tiene usted conocimiento de que se haya producido casos de masturbación femenina en público? Marque SÍ/NO. Si marca SÍ: ¿El hecho de que haya exclusión de las féminas en este tipo de acto lo consideraría motivado por algún tipo de discriminación hacia la mujer?
  • ¿Cree que la participación en orgías alimenticias menoscabaría el prestigio social, dados los valores en que se sustenta nuestro sistema alimenticio?
  • ¿Le molestaría que su pareja participara en alguna orgía alimenticia en solitario? ¿Podría, a la inversa, tolerarlo ella si lo hiciera usted?
  • ¿Ha contemplado a otras personas participando en orgías alimenticias de las que usted ha sido excluido?
  • ¿Se masturba mientras ingiere alimentos? Marque: CON FRECUENCIA /A VECES /NUNCA según sea su experiencia.
  • ¿Ha realizado usted alguna práctica pública de exhibicionismo alimenticio? Si NO lo ha hecho, favor señale:

               Lo considero dentro del ámbito privado

               Lo considero censurable

              Lo considero como una fantasía

  • El contacto con personas que realizan estas prácticas ¿tiene alguna influencia sobre su conducta alimenticia?
  • Aunque hubiera decidido evitar este tipo de prácticas, ¿considera que su vida alimenticia ha sido plena o tiene la sensación de haberse perdido algo valioso?
  • ¿Usted educaría a sus hijos libremente en la alimentación alternativa (entiéndase: flores de barro, semen, fluidos vaginales u otros), aunque fuera considerada impropia por la mayoría?
  • ¿Piensa que existe una relación entre la opinión política de las personas y su conducta alimenticia?

– Mire, oficial, aquí tenemos esta cámara que se le ocupó al ciudadano, luego de su paso por el control aduanal, por una queja de dolores estomacales. Al pasar por los rayos X tuvo que ser conducido al baño por los compañeros de controles aduaneros donde, después de padecer muchos dolores, defecó una cámara fotográfica.

– ¿Dice usted que defecó una cámara?

– Correcto. Al parecer la traía escondida en su sistema digestivo pero fue detectada por los compañeros de rayos X. Usted sabe la práctica esa que usan las mulas para transportar drogas.

– ¿Y qué alega el ciudadano?

– Dice que él no sabe nada, que la cámara no es suya y que nunca la había visto. Alega haber comido frijoles blancos antes de abordar su vuelo, pero no sabe nada acerca de haber ingerido una cámara. Incluso especula que pudo haber sido puesta en su sistema digestivo para perjudicarlo.

– Compañera, ¿qué tiene todo esto que ver con las regulaciones y las medidas que nos hemos visto obligados a tomar para salvaguardar nuestras conquistas en la batalla contra la pandemia, que es lo que nosotros tenemos que priorizar en estos momentos? ¿Ya este viajero pasó por el control del MINSAP? ¿Se le hicieron las pruebas?

– Afirmativo. De hecho se la acaban de hacer y dio negativo. Lo aislamos como sospechoso por este síntoma digestivo.

– Pero es un síntoma digestivo… no es un síntoma respiratorio .

– Sí, pero pensamos que pudiera estar asociado, nunca se sabe. Por eso lo mandé a llamar a usted. Al analizar las imágenes de la cámara nos resultaron sospechosas.

– ¿Y cuáles son esas imágenes?

– Mire, aquí se ve una serie de personas marchando con banderas. Algunas son banderas cubanas, pero de otras no hemos podido identificar la nacionalidad. Y aquí, en esta otra imagen, se ve algo como una especie de pintura con muchas bolitas azules alineadas que asemeja una escalera. Tiene un comentario al pie de la imagen que dice: “¿Con cuántos kilómetros de bolitas azules se puede satisfacer un sistema digestivo promedio no viciado por los males del imperialismo revolucionario?”

– ¿Y eso que quiere decir, compañera? ¡No existe un imperialismo revolucionario, o se es imperialista o se es revolucionario!

– Sí, Teniente, por eso lo mandé a llamar a usted, porque tenía dudas y no sabía bien qué hacer con este caso…

– Pues usted no debería haber tenido dudas de esa índole. Porque de lo contrario puede que no esté capacitada para las funciones que realiza. Eso es todo. ¿Hay alguna otra imagen sobre la que tenga dudas?

– Sí, Teniente. Aquí está esta otra imagen donde se ve un gallo ejerciendo el derecho al voto en una urna con el escudo nacional, como las que tenemos en nuestros colegios electorales. Si se fija, el gallo tiene un inusual abdomen, muy prominente, como si estuviera embarazado.

– ¿Y eso qué quiere decir, compañera? Los gallos no pueden embarazarse ni poner huevos… Las que ponen huevos son las gallinas…

– Sí, precisamente por eso me resultó sospechoso todo esto y lo llamé a usted.

– Pero… además, eso que usted me está mostrando no es la foto de un gallo… Parece un dibujo de un gallo. Le estoy diciendo que ningún gallo puede embarazarse. O sea, esa imagen no es real; es una imagen manipulada.

– Entonces, Teniente, podríamos procesar al ciudadano por divulgación de noticias falsas.

– Pues mire eso, que ya verá usted cómo encuentra una solución al caso consultando las regulaciones que hemos establecido en esta batalla contra la epidemia… Aunque todavía queda aclarar el asunto de la cámara que defecó el acusado. ¿Es que no tenemos antecedentes de ese tipo de delito en nuestra aduana? ¿Usted llamó anteriormente a la especialista en arte para analizar las imágenes?

– Sí la llamé, Teniente, pero me contestó que eso no era de su competencia y me remitió a los compañeros de la CI.

– Pues remítalo a los compañeros de la CI. Y si ellos no lo aceptan, dele de alta pero con medida cautelar.

– De acuerdo, Teniente. Pero mire, todavía queda esta frase aquí, al pie de la imagen del gallo… Es como una pregunta, pero no la entiendo bien porque está en inglés.

– ¿Y qué dice?

That´s fair thought to lie between bean’s crowd?

 

Coma con cuidado, peligro de seducción, son salvajes…

…Etiqueta para un libro de historias de amor y fastidio

Por Miguel Ángel Fraga (texto e imágenes) para Hurón Azul

Mayo 2021

Los cuentos de Haydée Sardiñas pueden olerse y saborearse. ¿Me creería si le dijera que tardé una semana para leer 140 páginas? Reservé tiempo para leer sin prisa. La lectura rápida es insípida y los excesos empalagan. Haga usted lo mismo. Descanse, dese tiempo para catar y hacer que las palabras transformadas en imágenes penetren por sus ojos hasta el paladar. Trague. Las fresas se disfrutan comiéndolas de una en una. No todas las fresas –ni los cuentos de este libro– tienen la misma forma y muchos menos, igual consistencia; hay fresas y cuentos oblatos, cónicos alargados, redondeados y esferoidales. Y lo peor, o mejor, quién sabe, es el inconveniente de los aquenios o pepitas que suelen quedarse entre los dientes cuando muerdes la fresa.

Los cuentos de Haydée, como fresas, se degustan uno a su vez. Muchos son dulces, pero también hay cuentos agridulces o intensamente amargos, irónicos, cínicos… y sensuales. Mientras leía asumía el aviso del principio como etiqueta del envase: coma con cuidado, peligro de seducción, son salvajes.

Sentado, en completa intimidad, bajo la luz de una lámpara que proyecta mi sombra, me detengo en la sugerente portada en blanco y negro, la imagen invertida de una mujer que muestra sus labios y sus dientes justo en el borde inferior de la caratula. Coloco el libro más abajo de mi cintura, sobre los muslos. La boca de la mujer parece respirar, se abre lentamente y yo… comienzo a leer.

Me azora y me gusta la voz masculina que habla a través de una mujer y me convence de la irrelevancia del límite entre lo femenino y lo masculino; los sentimientos se expresan de manera aleatoria sin discriminación. La pansexualidad como panacea desmitifica cualquier especificación de orientación sexual o estado físico del deseo. Lo erótico lo percibo en aquello que me atrae, aunque no sepa si me va a gustar ¿y cómo afirmar que algo no me gusta? Lo que me seduce, lo pruebo.

La primera fresa llega como una película de los años setenta, con Herbert, un periódico de Kansas City, Cora y un helado Nestlé. La descripción me ubica en una ciudad distorsionada, allende los mares, mas la realidad cuántica no tiene geografía. El subconsciente me advierte que esa ciudad innombrable puede ser la mía. Advierto con timidez La Habana al degustar la segunda fresa. La voz del narrador con “agilidad de ninja” me introduce en un mercado negro nada menos que en el cementerio chino. Y aunque los personajes se empeñen en nombrarse Dick, Lucy, Jane, Harold, Jenny… transito sobre el puente Almendares, me siento en uno de los bancos del parque de G, penetro en un cuchitril de Centro Habana y hasta paseo por el Malecón. ¿Cuál es la intención o propósito de esta presunta americanofilia que descentraliza y al mismo tiempo contextualiza los ambientes? La enajenación, la isla, la música que a uno le gusta escuchar, los libros que se leen a escondidas, las tendencias, el rock… ¿son acaso formas encubiertas para expresar limitaciones, represión o auto represión, tal vez el anhelo de vivir en otra parte? Los personajes están descomprometidos, son buscavidas e inconformes que deambulan lejos de la máxima socialista que reza “cada quién su capacidad, cada quien su trabajo”. En la resiliencia percibo “cada quien su posibilidad, cada quien su destino.”

En medio de esto, por oposición, aparecen “Negros pensamientos”, contradicción que deviene en lección de vida. ¡Cómo rechazamos el milagro y la buena fortuna cuando nos sugestionamos con prejuicios, miedos, carencias y autocompasión! ¿Quién puede sentirse desamparado caminando junto a un negro grande? Y en esta vorágine me acojono con los títulos que se entrelazan como aislados chubascos que mueren de ganas junto a una ventana rota –sin recortes del Paraíso.

Una fresa más. La historia de Marcia y la protagonista la siento gráfica, como un cortometraje. Hay sensualidad en la madurez, el deseo y la abulia. La esperanza de salvar lo que se va muriendo… El narrador describe mi cotidianidad sin hablar de ella.

Me gusta como escribes, le dije a Haydée. Tu lenguaje es directo, sin pedantería literaria ni citas en francés. Me gustan los cuentos que se leen sin pausa y se tragan como fresas. Disfruto cuando no soy apabullado por la erudición que trasciende mi tolerancia. Al nivel en el que me encuentro, me basta con apreciar la claridad del lenguaje y el oficio del escritor.

“Fresa Salvaje para siempre” es un libro que alteró mis sentidos. Me llenó de imágenes que aún permanecen en el subconsciente. Los olores que respiré alcanzaron registros desde el sensual perfume de mujer, su sudor, hasta lo nauseabundo de los contenedores de basura. Saboreé un helado y saboreé pastillitas azules, semen y cenizas. Los sonidos me embaucaron y el tacto me hizo una mala jugada. Comí y me manché de fresas. Al final caí en cuenta que todo buen escritor es un impostor. Dejo el libro sobre el velador. La lectura ha terminado, pero a ratos recibo flashes de alguna historia incómoda. Retomo el libro y lo abro en cualquier página, todo refiere a mi Habana y busco por el placer de hallar alguna botella del cementerio que contenga la esencia que me satisfaga. Encuentro plenitud, ilusiones infundadas, autoengaño, angustia, franqueza involuntaria. ¿Es este el sueño que quiero soñar? Cierro el libro y la mujer de la portada insiste en mostrar sus labios. Todo es asunto de percepción, mi percepción, lo que yo quiero sentir y ver: si una imagen en el papel o la boca de esa mujer.

 

Cojas amistades, relato inédito del libro Cumpleaños de Madonna, de Jorge Carpio

Cojas amistades

De Jorge Carpio

Ilustrador: Luis Trápaga

       Para Yallier; y para Frank in memoriam; cojos amigos.

El tribunal provincial sentencia al cojo J a cuatro años de privación de libertad por el delito de “atentar contra los poderes del Estado”. ¿Cómo se le ocurre blasfemar de esa manera? El alegato también asegura que la irresponsabilidad del acusado ha puesto en peligro al país. El enemigo siempre está al acecho, aboga el juez, que en nombre de los miembros del tribunal todo felicita al cojo C y demás autoridades presentes. Los llama compañeros ejemplares, dignos de una medalla por haber hecho la denuncia en el momento preciso. Luego el fiscal en persona añade, en tono más didáctico que jurídico; y en eso coincide con el abogado defensor: consideran que ha sido un juicio ejemplarizante; que ese tipo de comportamiento no se puede tolerar: hay que salirle al paso con firmeza, en el lugar y momento adecuados.

Tras la conclusión del proceso, el auditorio se pone de pie y prorrumpe en un aplauso fervoroso. En repetidas ocasiones un líder autodesignado, -en este caso el cojo C-, proclama consignas patrióticas que son coreadas con igual exaltación por los demás asistentes. El momento lo amerita, así que los ánimos individuales enardecen el ánimo colectivo, y viceversa, y la ovación se prolonga durante unos minutos hasta que se va diluyendo poco a poco, y sólo queda flotando en el aire el murmullo viciado del público que se retira satisfecho. La certeza del juicio ha cumplido las expectativas trazadas, el beneplácito unánime de los asistentes lo demuestra con creces. Otra vez, una vez más, se alcanza una contundente victoria sobre el enemigo interno y externo.

Un par de ujieres colocan las esposas al cojo J. No lo miran a la cara ni hablan con él, está prohibido, pero hacen comentarios entre ellos. Uno dice que la suerte es que aquí, en clara alusión al sistema penitenciario nacional, no se utilizan las esposas de piernas como en el sistema americano, que él ha visto en la película del sábado. Los grilletes en las canillas hubieran sido un problema con este sujeto, aclara el ujier. Luego hace un gesto de desprecio con los labios y señala al cojo J. Menos mal, responde el otro, más concentrado en su tarea que atento al comentario de su compañero, y sigue dando tirones a las esposas oxidadas que coloca en las muñecas del detenido. Cuando el ujier tira, hacia arriba y hacia abajo con firmeza, el cojo J siente el latigazo metálico que sube desde las muñecas hasta los hombros, y en lo más profundo de su alma se caga una y mil veces en la mismísima madre que lo parió, y también en la del ujier. En más de una ocasión tiene deseos de gritar que lo suelten, le duelen las manos, las tiene hinchadas. Está a punto de romper en llanto, mira hacia todas partes en busca de un rostro compasivo, pero nadie se apiada de él. Aunque hace muecas de sufrimiento, tiene que aguantar como el macho que es, lo sabe, y se anima compungido.

Dos o tres pasos después el cojo J se detiene. Los ujieres también se detienen y lo miran asombrados. Rápidamente activan el sistema de alarma como dispone el reglamento. Recorren con la vista la sala en busca de algún alboroto, una componenda organizada para liberar a aquel reo peligroso. Pero no detectan ningún movimiento inusual, el público asistente sigue en retirada todavía eufórico por el dictamen del juicio. Durante años de servicios en esa audiencia, ni en ninguna otra del país, que ellos sepan, un condenado ha osado detenerse camino a prisión. Más bien, después del veredicto apresuran el paso como si quisieran ganar tiempo; parece que pensaran: de lo malo es mejor salir rápido. Lo antes dicho entra en una lógica particularísima del entorno tropical, filosofan a su manera los ujieres, que también hablan del voluntarismo innato de los insulares para el cautiverio. ¿Pero qué le sucede a ese desahucio, listo para aguardar años tras las rejas?, se preguntan ahora más sorprendidos que alertas, y siguen hablando. Durante el proceso los ujieres han estado indignados. Ningún mercenario merece clemencia, repiten a modo de consigna, no se puede admitir semejante actitud, hay que aplastar a esos gusanos como a cucarachas. Pero cuando se fijan bien en el cojo J comprenden la razón de la demora. Se hacen otra mirada y amenazan con reír de su falsa alarma, es imposible que alguien intente escapar; es sencillamente un desatino; y menos un cojo; a entender de ellos el sistema es infalible incluso para personas que disponen de ambas piernas.

Todo está en orden y los ujieres vuelven a la calma. No hay de que alarmarse, pero sujetan con firmeza al cojo J, temen que ese caso inusual, adefesio de persona, se desplome en medio de la sala y el éxito del juicio termine en un fiasco, otro escándalo más en las redes sociales. Deben mantener la imagen ante la opinión pública, es la orden recibida. Pero prometen, ahora más indignados, que en cuanto les echen el guante a los demás mercenarios, esos hijos de puta, los que aparecen a menudo por internet, la van a pasar peor que este maldito cojo. Éste está jodido y ya ha sido sentenciado, dice uno de los ujieres, y chasquea los labios como si se apiadara del acusado. El otro lo interrumpe con un ademán brusco, mira al cojo J, y con desaire en el tono de la voz habla de medias personas. ¿Cómo alguien imperfecto, -y aquí hace énfasis en la mente del detenido, también coja-, se arriesga a decir lo que afirmó este cabrón? Hay que tener valor o estar loco, concluye el ujier que sigue malhumorado.

Por su parte, el cojo J mantiene la serenidad. No escucha los comentarios referidos a su persona, o al menos no se da por aludido, se empeña en olvidar el dolor que le causan las esposas en las muñecas. Además, está acostumbrado a recibir insultos hostiles, soeces o mal intencionados, como que los cojos son hijos del diablo; y entre una diversa gama de discapacitados, cada uno con sus particularidades, que los cojos son las más perversas de las maldiciones, y así por el estilo.

Luego de buscarlo con la vista, el cojo J encuentra al cojo C entre la multitud en retirada. Su amigo continúa sentado en el mismo banco con el bulto guardado en la mochila sobre el ñongo de la pierna mutilada. En ningún momento, ni siquiera cuando tiene que testificar, suelta aquel paquete notorio que protege con esmero. El cojo J y demás asistente se preguntan qué diablos lleva ese otro cojo en la mochila, pero nadie sabe. Es un misterio. Cualquier cosa, piensa todo el mundo.

El cojo J trata de levantar el brazo en señal de despedida pero las esposas se lo impiden. ¡Caramba!, protesta por el inconveniente. Ha olvidado su condición de recluso y lo lamenta al sentir otra vez el latido metálico en las muñecas. En cambio el cojo C, que no le quita los ojos de encima, levanta su brazo libremente y le dice adiós.

-No te olvides de lo nuestro -grita el cojo J.

-No te preocupes -responde el cojo C, todavía con el brazo en alto-. Lo tuyo está garantizado –añade, y queda contemplando como lo retiran de la sala. También mira el bulto, siempre a buen recaudo sobre el ñongo de la pierna, sonríe y lo aprieta con más fuerza.

Mientras, el cojo J sigue con un monólogo que parece no tener fin. Habla y habla y no hace caso a los ujieres que lo obligan a continuar casi arrastras. Los mira con una furia implacable: se salvan porque él no tiene las muletas a mano, se las incautaron el día que lo detuvieron. ¿Y por qué no se le ha ocurrido antes?, durante la velada debía haber indagado por ellas, o al menos haberlas mencionado. La ausencia de muletas, más que su pierna inexistente, pudo haber sido un mejor atenuante para su defensa: ¿de qué forma él se va a desplazar en esas prisiones infectas de delincuentes y bugarrones? Incluso con muletas, entre tantos malhechores, su paso, por muy firme que sea, será en falso y desde que ponga el pie en la celda estará tirado por el piso, o quién sabe si en una posición más ignominiosa. Entonces el cojo J increpa a los ujieres: déjenme tranquilo, cojones, grita, mientras se zarandea igual que un poseído. Parece que se va a caer pero milagrosamente mantiene el equilibrio, y en un acto considerado audaz por los presentes, dice a viva voz a su amigo que recuerde elegir zapatos de norma ancha, que por favor tenga en cuenta su otro defecto; siempre que adquieren zapatos, el cojo J recuerda su otro defecto. Acuérdate del juanete, coño, reitera en un grito ahogado por el dolor de la ausencia.

El eco del grito retumba en la sala, pero los asistentes que quedan retrasados no lo echan a ver: la sentencia ya está dictada y por suerte es irrevocable.

El cojo C, por su parte, se cuestiona en silencio la irreverencia del cojo J. Si ya ha sido sentenciado por qué es tan insolente. Igual da por descontada su petición, -aunque nunca lo ha mencionado, él también padece de aquel otro defecto-, y siempre gestiona zapatos de norma ancha, se dice, y vuelve a mirar el bulto que aún aprieta contra el cuerpo. Al cojo C, y eso lo tiene atento, más bien a la expectativa, le ha llamado la atención la forma en que los ujieres conducen al acusado, lo llevan agarrado por los sobacos, como un fardo dando salticos hacia la puerta trasera del recinto. El hecho en sí es extravagante por no decir grotesco. Ante aquel espectáculo inusual, cree que no hay nada más ridículo en el mundo que un cojo dando salticos entre ujieres. El cojo C lo piensa mejor y tiene que llevarse la mano a la boca para contener la risa que ya afloraba en sus labios. Apenado, recorre la sala de una ojeada; por suerte nadie lo estaba mirando. No es correcto esa desfachatez ante el público que se retira disciplinado, se dice, y reprime su actitud.

Pero pensándolo bien, este no es ni será su caso, qué coño, se dice igual. Aunque le falte una pierna, incluso aunque le falten las dos, por alguna u otra desgracia, él es un hombre íntegro, un revolucionario cabal, y nunca va a incurrir en el desliz en que ha caído el acusado.

***

El cojo J y el cojo C se conocen años atrás. Es la época en que todavía anhelan que la desaparición de sus piernas se puede solucionar o al menos encontrarán, siempre con paso firme, la forma de ser felices. Viven relativamente cerca uno del otro, aunque no se conocen; no han tenido el honor, a decir de ellos. Pero una tarde apacible, de cielo despejado y sol radiante, coinciden en la barbería del barrio. Llegan casi al mismo tiempo, a dos o tres pasos de muletas de diferencia, como si se hubieran puesto de acuerdo. El cojo J le da el último de la cola al cojo C o el cojo C se lo da al cojo J, no lo recuerdan pero no es tan importante y se sientan, uno al lado del otro.

Al principio evitan mirarse, fingen estar entretenidos con el pelado de turno que hace el barbero. Pero al rato no lo pueden soportar y con disimulo se detallan por lo más elemental visible, o invisible, de sus cuerpos mutilados: el vacío de la pierna que les falta. Luego se fijan en las muletas, -es costumbre arraigada entre cojos reconocerlas durante el primer encuentro-, y finalmente se concentran en el zapato que traen puesto en el pie palpable. Ese día el cojo J lleva un tenis Adidas gastado, casi listo para tirar a la basura, y el cojo C luce un Nike lustroso, al parecer acabado de estrenar. Es probable que hasta calcen el mismo número y vuelven a mirarse; sobre todo el pie visible. Tras la ojeada de reconocimiento quedan convencidos de sus dimensiones porque sentados y todo, miden más o menos la misma estatura. ¿Y qué?, dice el cojo J. Bien y tú, responde el cojo C; mientras se hacen un movimiento de cabeza y una sonrisa de aceptación.

La ocasión es propicia y se estrechan la mano. A partir de entonces conversan como si se conocieran desde siempre. Pero antes, incluso antes de presentarse por sus nombres, -tampoco lo pueden evitar-, indagan por la talla de pie que calzan. ¿Qué número tú usas?, pregunta el cojo J, al tiempo que señala el Nike existente de su compañero. El siete y medio, responde el cojo C, que vuelve a mirar con menosprecio el tenis Adidas gastado.

Desde el inicio también advierten otro detalle de sus cuerpos incompletos, y ahora lo toman en cuenta: cojean de piernas diferentes, al cojo J le falta la derecha y al cojo C la izquierda. Mirándolo desde una perspectiva individual y a la vez de conjunto, de eso no caben dudas, cada uno es el otro o en términos más filosóficos, la contraparte del otro.

Muchas coincidencias, y han quedado sin palabras, pero ninguno de los dos cree en casualidades. Un inicio de relación entre impedidos físicos; al parecer casual más que causal; pinta a las mil maravillas para vaticinios esotéricos. Pero tampoco es el caso de ellos, que con más certezas que dudas auguran el comienzo de una amistad duradera o al menos de una compañía permanente. Hasta que la muerte nos separe, piensan a modo de conclusión. Entonces es que se presentan por sus nombres de pila:

-Llamadme J –dice el cojo J.

-Y a mí, llamadme C –dice el cojo C, que igual responde con ingenio culterano la broma de su nuevo amigo.

***

Desde que quedan mutilados, aún adolescentes, añoran su encuentro. Esa tarde, con indicios de lágrimas en los ojos confiesan detalles de la ansiada búsqueda. Cada uno ha fantaseado a su manera: la parte alejada existía en algún sitio de la ciudad, de eso siempre estuvieron seguros. Igual lamentan haberse buscado con desespero, los justificaba la premura juvenil por ver sus cuerpos completos. Tal vez la prisa haya sido la causa de que hubieran demorado en encontrarse: en cuanto veían a un cojo detenían las muletas, abandonaban lo que estuvieran pensando y reparaban en sus atributos, sobre todo en el pie existente y en el zapato que usaba.

J dice que buscó su pierna perdida por las azoteas. La separación de un miembro importantísimo como una extremidad debía estar en las alturas, más cerca de Dios que las otras partes que componen el cuerpo. Cuando pasea por la ciudad se enternece mirando para los techos. Esa obsesión se ha convertido en costumbre y más de una vez es testigo de escenas fortuitas que lo llevan a juegos más fantasiosos. Nunca lo ha comentado, no había encontrado a alguien digno de escuchar sus experiencias, pero ahora que se presenta la ocasión lo dice sin miramientos y sonríe con malicia. Por su parte, C sostiene con argumentos precisos que su pierna ausente ha ido a parar a lugares bajos. Privarlo de una extremidad es un golpe bajísimo que le ha dado la vida; y él jamás lo perdonará; por lo cual la nefanda pierna no puede encontrarse en otro sitio que no sea, dígase una cloaca o un sótano en el mejor de los casos. Las piernas son las partes más cercanas al suelo, dice afligido. C ha buscado su extremidad, aunque ya sin esperanzas, un pesimismo punzante lo embarga, por cuanta oquedad ha encontrado a su paso asimétrico.

Pero ahora están uno frente al otro. Pueden complementarse: con la pierna existente, antaño desaparecida, forman un todo como cualquier otro cuerpo humano. Ahora no solo son J y C, sino que definitivamente se han convertido en algo más completo: en JC.

Pasada la emoción del encuentro, J y C, (si se prefiere desde este momento JC), como caballeros iniciados en una orden secreta, se dan un abrazo sostenido. Después, con la persistencia del mismo ritual garboso, están contemplándose un rato más. Continúan agarrados con fuerza por los hombros, parece que sostuvieran el mundo, y con lágrimas que brotan a borbotones de sus ojos se miran sorprendidos de que puedan mantener el equilibrio. Comprueban que en ese intervalo de apoyo mutuo no necesitan las muletas. Es un placer andar como si se tuviera pierna propia, pero también sienten una imaginada nostalgia por tener que abandonar aquellos instrumentos, extensión necesaria, ya convertidos en parte de sus cuerpos. Luego sacan sendos pañuelos, para más coincidencia del mismo modelo aunque difieren en el color: el de J es azul y el de C rojo. Al ver la combinación, -¿casual?- en prenda tan higiénica, ríen con desparpajo y sin pudor alguno, secan las lágrimas que ya ruedan por sus mejillas.

J y C aprovechan la demora en la barbería. Discuten el pacto, para garantizar el futuro que siempre es incierto, anotan en la presentación. Se explican hasta el esclarecimiento definitivo que, a partir de entonces, cada vez que compren un par de zapatos intercambiarán el que les sobra, o mejor el de la pierna inexistente; que para el caso se trata de lo mismo, anotan en la conclusión. Dispuesto ya el reglamento, factores en activo de la zona estarán al tanto de que cumplan con lo establecido: no importa si los compran o es el resultado de una donación. J y C están conformes con lo pactado y juran solemnes, siempre con la vista clavada en el tenis que lleva cada cual. En un trozo de papel, cortesía del barbero, testigo único y principal, estampan sus firmas y anotan la fecha.

Posterior al estrechón de manos protocolar, quedan pensativos. Cada uno, en silencio, procesa los contenidos debatidos durante el pacto. Evalúan los pros, que a simple vista son muchos, y no encuentran ningún contra. El tratado es perfecto: un par de zapatos se convierten en dos y dos costarán el precio de uno, así de sencillo reza el algoritmo. El ahorro de dinero va a ser significativo, pero la mayor satisfacción, lo que verdaderamente los conmueve, la hallan en el goce espiritual de que exista, y hayan encontrado en la realidad, el pie que ocupará el zapato sobrante. De modo que sienten una alegría indescriptible; sobre todo J, que no deja de mirar por el rabillo del ojo el Nike casi de estreno de su amigo. En ese aspecto el entusiasmo de C es discreto; aunque pensándolo bien, aún gastado, se trata de un Adidas, su marca favorita.

Ansiosos por salir, de vez en cuando J y C se miran por el espejo de la barbería y sonríen. Tampoco ha sido casual que le hicieran el mismo pelado. Lo aprecian en la mirada complaciente del barbero que calcula con ojos de profesional la cabeza de uno y otro. Cuando les llega el turno a cada cual, dicen estar satisfechos: es lo último de la moda en corte de cabello. Y como muestra de refrendación, añaden emocionados que el inicio de una amistad tan significativa tiene que coincidir, por naturaleza, con un cambio de look. Dan las gracias al barbero, también lo estrechan en un abrazo sentido, y contrario a su estigma de cojos dejan suntuosas propinas.

J y C salen emocionados a la calle, dispuestos a celebrar el acontecimiento. Aún es temprano y se dirigen a una cafetería más o menos a la misma distancia de la casa de ambos. En asuntos de  equidad espacial, detalle importantísimo entre minusválidos, también han acertado: la amistad comienza con buen pie. J y C andan el resto del camino a la par; habladores y risueños como de costumbre; uno al lado del otro, hombro con hombro, o mejor dicho, muleta con muleta.

-¿Cómo te gustan a ti las mujeres? –pregunta C, a la vez que mira la cara repleta de orgullo de su nuevo amigo.

-A mí me encantan las negras culonas –responde J sin pensarlo. Hace un giro con la cabeza, necesita comprobar la reacción de su compañero, seguido por una carcajada que retumba en el vecindario de paso.

-Qué bien –dice C. A mí me gustan las rubias-, y continúan riendo durante unas zancadas más. Seguidamente inician un debate sobre gustos mujeriles y cualidades femeninas, que los mantiene entretenidos el tiempo de desplazamiento.

El tic tac del plástico de las muletas suena acompasado sobre el pavimento, pero el ruido no interfiere la fluida conversación que han establecido. J y C hablan y se oyen perfectamente; en cambio los otros transeúntes, por mucho que se aproximen o agucen el oído, no pueden captar el diálogo entre ellos. Y es en ese detalle cuando sienten, por primera vez en sus vidas, -y a partir de ahora ya es histórico en ese tipo de mal-, que la cojera sirve de algo edificante. Lo que ha sido una barrera a lo largo de su existencia, en unos minutos de compañía se ha convertido en un muro de seguridad, como muralla infranqueable, que no los puedan escuchar en una ciudad abarrotada de chismosos resulta una ventaja de incalculable valor, y una vez más se alegran.

J y C comen y beben cerveza en abundancia. El dueño de la cafetería acompañado del personal de servicio, los sacan casi a rastras pasada la media noche. Tienen inconvenientes mientras ejecutan la operación de auxilio, a causa del alto grado etílico de aquellos clientes insólitos, y por su deficiente experiencia en manejos de minusválidos. Llaman un taxi y los envían de regreso a casa. Ambos cojos, a partir de ahora amigos para siempre, han bebido hasta derrumbarse de sus propias muletas.

***

Veinte años después, J y C mantienen la amistad del primer día. La unión, inseparable en todo momento, con los años se ha hecho famosa en el barrio y en la ciudad, y va en camino a extenderse por el resto del país. El populacho los llama los cojos de la cerveza, y ellos ríen: el mote les hace justicia.

Acuerdan celebrar el aniversario, como el primer día. Se trata de una fecha cerrada, nada más y nada menos que veinte años, que no se cumplen todos los días, dicen orgullosos. Pero el tiempo ha pasado, con crueldad; y luego también dicen, con nostalgia: peinan canas y han echado una barriguita que achacan más que todo a la ingesta desmesurada de cerveza. Hacen la reservación a tiempo en un restaurante de reciente apertura en la ciudad, lo último en novedades culinarias, con mucho más glamour que la cafetería del encuentro original. La ocasión lo amerita y encargan un cake con sus respectivas veinte velas. No importa lo que cueste, dicen.

Un empleado vestido de esmoquin, el maîtres en persona, espera por ellos en la entrada del restaurante. J y C se bajan de un flamante taxi negro que alquilaron en una agencia de protocolos. El maîtres queda atónito con la presencia de aquellos dos seres incompletos, como una aparición diabólica, piensa, y cruza los dedos en señal de protección. El parecido entre ambos es significativo, y también usan la misma marca de zapato, aunque en piernas diferentes. Luego el maîtres se calma, pero queda meditabundo: el restaurante dispone de sillas para niños pero no de implementos para trasladar cojos. Le vuelve el alma al cuerpo cuando los ve echar mano de las muletas y desplazarse como andarines empedernidos. Ante la mirada expectante de los empleados, los conduce a la mesa asignada, y ellos se sientan en sendas sillas que les ofrece una joven camarera, igual de elegante y olorosa.

La joven da las buenas noches y anuncia la bienvenida. J y C devuelven el saludo y dan las gracias por tanta atención. Los olores, de agradable esencia, los extasía, sobre todo el aroma de sándalo que inunda la sala, cuando aparece de imprevisto el cake con las veinte velas. Es la primera sorpresa de la noche. Demasiado dulce para dos, pero es la medida que los clientes encargaron, dice la joven. Después llega un séquito de otros camareros, se despliegan como dispuestos para una emboscada, y los rodean en silencio. Los cojos miran alrededor y de inmediato a las muletas, más al alcance de la mano que de los pies, tanta gente junta próxima los pone nerviosos. Pero vuelven a la calman. La camarera pide tranquilidad a los clientes y a la sala, que dejen el nerviosismo, y anuncia que comienza la ceremonia de felicitación. Enciende las velas y ordena que apaguen las luces que perturban el encanto del convite. Acto seguido, en un coro muchas veces ensayado, la comitiva le cantan el Happybirth day.

Con ayuda del personal de servicio, J y C pican el cake y brindan con champán, cortesía de la casa. Apenas prueban el dulce: está riquísimo, dicen. Tras estudio minucioso de la carta eligen los platos más exquisitos, nada de arroz ni frijoles, eso lo dejan para la casa, ordenan mariscos: camarones y langostas. Tampoco beben cerveza; para acompañar piden un vino blanco exquisito, recomendación del maîtres.

-Cómo va lo de la prótesis -dice J, y se pasa la servilleta por los labios.

-En eso estoy, responde C, que sigue con la vista a la camarera. Luego dice que sus parientes de Miami ya se la compraron; carísima, por cierto; en unos laboratorios farmacéuticos; famosísimos, por su calidad; que radican en San Francisco. Pero no dice que ya la tiene en la casa, y que ha estado haciendo pruebas de adaptación.

Continúan disfrutando de la comida y del vino. Piden otra botella. Aprovechan el ritual del descorche y se fijan de nuevo en el local. Tanto lujo corresponde a la apertura que está teniendo el país, convienen; y entonces C habla de cambios necesarios: es el tema actual. Y más en la vida de un cojo, ser indefenso donde los haya, agrega, y habla con emoción de los ejércitos de cojos que han transitado por la Historia.

J lo escucha con atención. Piensa en las palabras de su amigo. En parte tiene razón, y a decir verdad, no le interesa mucho que C use una prótesis, hay que cambiar, aunque le molesta que incumpla con lo convenido.

-¿Y el pacto? –pregunta.

C vuelve a desviar la vista hacia la camarera que se acerca a las mesas del salón. J insiste.

-La dialéctica –responde C. Aunque no sabe por qué ha mencionado esa palabra que considera excelsa.

J no entiende qué ha querido decir C con eso de la dialéctica. Está confundido; desde que se enteró de su decisión de utilizar la prótesis, lo perturba lo difícil que se le hará de ahora en lo adelante conseguir zapatos; y sobre todo, encontrar otro cojo con la misma característica de su amigo.

-¿Qué significa cuando te refieres a la dialéctica? –pregunta más extrañado que molesto.

De momento, C tarda en responder. Busca otra palabra más adecuada que aclare la situación, pero no encuentra ninguna:

-La dialéctica, ¿no sabes qué es la dialéctica? –pregunta en un tono áspero.

J queda pensativo. Se molesta por aquella respuesta en forma de pregunta que le hizo su amigo. -La dialéctica es una mierda –responde al rato en un tono también áspero. Qué se cree éste, piensa. C ha dicho algo que no viene al caso, y repite ahora más indignado, casi en un grito-: La dialéctica es una mierda, compadre-, y se lleva la copa de vino a los labios.

El grito estalla en el silencio del restaurante. Los demás clientes dejan de comer y los miran. La discusión sube de tono. Primero acude la joven camarera, que no es entendida en el tema que debaten pero la motiva la porfía sobre asuntos de tanta envergadura, y queda estática frente a ellos. Mira con atención la cara de uno y otro contendiente. La pelea está a punto de estallar en el momento en que aparece el maîtres con el séquito de camareros. Intervienen cuando los cojos empuñan las muletas, y a duras penas logran detener la trifulca. Minutos después llega la policía.

***

La sala de juicios ha quedado vacía; solo C permanece sentado en el mismo sitio. Los ujieres, a cada lado de la puerta del recinto, esperan por él. Lo disimulan pero están impacientes. C indica con una señal que aguarden, necesita hacer una operación de suma importancia. Los ujieres no responden, pero no lo pierden de vista. Cuando C abre la mochila aguzan la mirada y se llevan la mano al arma de reglamento que portan en la cintura. C desempaca el bulto con cuidado, también sin perderlos de vista, alza el brazo y muestra una flamante prótesis, como trofeo de competencia. Los ujieres quedan perplejos por el deslumbre de aquella parte del cuerpo, para ellos extraña, que parece un juguete. No hablan, pero piensan que esa prótesis tiene más encanto que una pierna normal; porque de seguro es de importación. Incluso, si este cojo hubiera sido el detenido, piensan, no hubiera habido problemas para el uso de los grilletes que aparecen en la película del sábado. Es más, a ellos les encantaría que hubiera sido éste el acusado. A su vez, C ya se ha colocado la prótesis en el ñongo de la pierna, se pone de pie casi de un salto, y da unos pasos de calentamiento en el lugar. Luego avanza ligero, con andar natural, rumbo a la puerta de salida. Los ujieres despejan el camino, –sospechan que aquel individuo de desplazamiento atlético pueda echar a correr en cualquier momento-; y de paso, no menos asombrados, se fijan que lleva en los pies unos tenis Adidas, como acabados de estrenar para la ocasión.

 

La Habana, mayo 2021

Homenaje a Teresa María Rojas: una vida sobre las tablas

Con ocasión del lanzamiento de su último poemario (Ecos de la brevedad, Ediciones Hurón Azul, Madrid, 2020), El Nuevo Herald presenta un breve recorrido por algunas de las escenas a las que Teresa dio vida en su carrera. Puedes verlo aquí:

https://www.elnuevoherald.com/entretenimiento/teatro/article247224374.html

ECOS DE LA BREVEDAD, poemario de Teresa María Rojas, será presentado en la Feria del Libro de Miami 2020

La FIL Miami 2020

En este extraño 2020, que nos obliga a distanciarnos para seguir celebrando, tenemos el honor de apoyar la presentación de un poemario de Teresa María Rojas en la Feria del Libro de Miami. Aunque sea virtual, esperamos que podáis participar.

El miércoles 18 de noviembre a las 7:30 pm hora de Miami, desde el portal de la Feria www.MiamiBookFairOnline.com será la presentación del último poemario ECOS DE LA BREVEDAD, estaremos con ella, junto a la escritora y amiga ROSIE INGUANZO, que la presentará.

Teresa nos deja este mensaje para vosotr@s: “compartiré algunos versos. Los invito con mucha ilusión”

Para acceder al portal, es necesario registrarse con un email, lo cual pueden hacer desde ahora.

El programa completo de la Feria se divulgará en esa página a partir del 1 de noviembre.

El poemario

La autora profundiza su senda poética que, según el poeta chileno Alberto Baeza Flores, es “de clara luz antillana, de herido paraíso y de recuperado fulgor que no teme ni a lo muy íntimo y secreto, ni a lo muy externo y difuso, porque todo –suma y síntesis de su mundo- le sirve para expresar su personal universo humano hacia el universo de todos”.

La autora

Teresa María Rojas, La Habana, Cuba. Poeta, actriz y directora de teatro. Reside en Miami. Es licenciada en Psicología. Ha publicado Señal en el agua (Época y Ser, Costa Rica); Raíz en el desierto (Suplemento antológico Torre Tavira, Barcelona), La casa de agua (Editorial Playor, Madrid), Campo oscuro y capilla ardiente (Ediciones Universal, Miami), Hierba dura (Torre de Papel, Miami), Los días cercanos (Eriginal Books, 2013) y Ecos de la brevedad (Editorial Las Palmas, Madrid, 2020). Su poesía ha sido incluida en diversas antologías y selecciones como Poesía en éxodo(OCLC); Cinco poetisas cubanasCaballo de fuego y La pérdida y el sueño Antología de poetas cubanos en la Florida (Término Editorial). Fundó y dirigió Teatro Prometeo en el Miami Dade College, el único programa de teatro universitario en español en los Estados Unidos. Ha trabajado en televisión, cine y teatro, siendo reconocida en Cuba, Ecuador, Estados Unidos, España, México y República Dominicana. Ha recibido múltiples distinciones y reconocimientos, entre ellos, el nombramiento de Profesora Emérita del MDC. En Crear fuera de Cuba, Rojas presenta Ecos de la brevedad (Hurón azul), un poemario de vocación intimista y de carácter reflexivo, no exento de notas alegres que se alternan con otras nostálgicas.’

T, esa de ahí arriba.

Elizabeth y las viejas muñecas de uso

PUENTEALAVISTA

Un edificio como isla, una playa para el exorcismo, una tienda para el trueque de “viejas muñecas de uso” y el miedo de confrontar a nuestras propias sombras. El espanto a que esas sombras nos definan. Que se erijan, usurpándonos, como bitácora y propósito.

Este pavor, del que nadie susurra siquiera para sí mismo, nos lo devuelve María Matienzo Puerto (La Habana, 1979) con su libro Elizabeth aún juega a las muñecas. Una novela que asusta por una razón simple: nos hace temer a la realidad que emplaza allende las puertas del apartamento [o reducto]. Una novela espejo pero que jamás se somete a la gratuidad de los espejismos. Una novela, dígase ya desde el inicio, bien escrita.

Como bien nos advierte Amir Valle en el prólogo, la autora “ha logrado la gran hazaña de diferenciarse de esa uniformidad que afecta actualmente a buena parte de la literatura cubana”.

Para ello ha construido un escenario desde las reglas del caleidoscopio donde, señala el prologuista, “todas las historias están unidas por un hilo interno que las remueve en sus cimientos; y ese, desde el mismo inicio, es ya un acierto: la convulsa y siempre cambiante cotidianeidad cubana no puede valorarse en su justo peso desde una única perspectiva. Por ello, los personajes de María Matienzo, en este libro, se nos aparecen como sombras que se corporizan”.

En Elizabeth aún juega a las muñecas los personajes parecieran romper, también, las reglas del juego, los seis grados de separación ‒donde una persona puede acceder a cualquier otra del mundo a través de conectar cinco intermediarios conocidos‒ porque nada los intermedia. Solo un único estambre los conexa: la llamada “situación de país”, donde rige por decreto la concepción de “plaza sitiada”. Donde la única legitimación es la incautación de los sueños personales.

“Cuando las manchas pasan a mis sueños es porque durante el día hemos logrado armonizar”, dice la propia Elizabeth, y quizás sea esta puntualidad el único recodo de paz durante toda la historia. Pero solo ella, nadie más, sobrelleva el misterio. Solo ella sabe de su pánico y, por antonomasia, carga los otros viejos pánicos de uso.

Carga con todos: los de Lorenzo; Irina; Manolo; Ernesto; Laurita; Javier; Mauricio; Yessica; La Morsa; La Jicotea; El Jicoteo; Marilín; La Jirafa; Octavio; Marcos; Robinson; Olivia; Magdalena; Yanira; Dagoberto; Alberto Medina; Yahima; Marlen; Luisa; Alfredo; Olirca; Ismael; Sumeria; Raúl; Yamirka; Anisia; Nelson; Carmen; Yusleidis; Mirtha; Estable.

Todos imprescindibles para alcanzar su metamorfosis. Para llegar al lugar de nada después de haber partido desde nada. O sí, desde sus sombras. Sin embargo, este drama del cubano ‒del cubano de trasfondo, el de a pie, el confinado, el hacinado, el marginado, el del doble rasero moral‒ no es un antojo de la autora.

“Sigo siendo de carne y hueso. No soy una muñeca. No soy un espejismo”, parece advertirnos la autora a través de uno de los personajes.

Y es que Elizabeth aún juega a las muñecas no es una novela de pesadumbres o de configuraciones trasnochadas. Tampoco la sabana donde llevar a pastar las ordalías. Es, sin lugar a dudas, el préstamo que nos hace la autora para medir hasta qué punto los personajes [nosotros mismos] podrían ser capaces de tolerar esa perpetua quietud que solemos conocer como cubanía, o cubanidad, o cubanismo.

“La gente le cree. La gente le compra muñecas por esas historias. La gente es ingenua […]. Lorenzo las utiliza [a las muñecas] y no se dan cuenta. Se dejan manosear y siempre parecen dispuestas a mostrarse. No se les puede pedir demasiado, son plásticas. No han tenido como yo una vida, no las han dejado abandonadas nunca, no las han golpeado como a mí”.

En el trueque de las muñecas se borda el señuelo [como el agua filtrándose en cada hendija]. El éxito de la emboscada se percibe en la descripción de un sueño que, a su vez, es la fotografía del país. La del individuo dentro del país, aunque se niegue a sí mismo en la sobrevivencia:

“La casa estaba en penumbras. Pensé que me había quedado ciega, pero la vista se me fue adaptando y no estoy ciega, solo estaba a oscuras. El sueño fue claustrofóbico, denso. Desaparecía también. Mi cuerpo perdía consistencia, se transparentaba al punto de no reconocerlo como mío. Me miraba en el espejo del baño y veía a través de mí los azulejos de la bañadera. Sin embargo, estaba consciente de que solo era un sueño, así que me preguntaba, mientras ocurría la metamorfosis, si eso era lo que le había pasado a Mauricio”.

Los paralelos literarios que se trashuman en Elizabeth aún juega a las muñecas recuerdan la zona más escatológica en la novelística de Charles Bukowski; la temporada más soberbia del siempre irreverente Ray Loriga y, en los adentros de la isla, la época más rabiosa de un Guillermo Vidal que se describía a sí mismo como un “perro viejo”. Un animal de feria.

Con Elizabeth aún juega a las muñecas María Matienzo reafirma que su narrativa es de peso. Más que autora manifiesta autoridad en uno de los oficios más difíciles y peligrosos: la novela. En el parlamento de uno de los personajes [“Alguien se asomó en mí, como si yo fuera un espejo”] deja claro que leerla conlleva riesgos, porque todos solemos temer a las pautas, a lo que se dibuja diferente y desde la diferencia.

La ficción le sirve a su propósito, pero sin prefigurarse eje o tramoya. Lo que rige en María Matienzo y su pieza Elizabeth aún juega a las muñecas es la más primigenia concepción del arte [literatura incluida]; la más eficaz; la única que ha sobrevivido a siglos de oficio: la belleza y la funcionalidad.

En el episodio «Muñecas» María Matienzo lo advierte, y nos hace temblar una vez más:

“Me pregunto si las muñecas flotan cuando caen al agua. Un agua profunda, negra, como el río que soñé anoche. El mismo río que me ha arrastrado tantas veces y que no desemboca en ningún mar. Un río al que tiro piedras y del que no recibo ninguna queja. Si los ríos se pudieran quejar. Este solo corre, no importa en qué dirección”.

Léelo directamente, en: https://puentealavista.org/2020/09/28/elizabeth-y-las-viejas-munecas-de-uso/

Desde Suecia, Miguel Ángel Fraga, un superviviente de otro confinamiento mucho más duro, nos comparte algunas de sus reflexiones

FRAGMENTOS RECOMENDADOS PARA UN CONFINAMIENTO

No miré hacia atrás cuando cerraron el portón, para qué, si había llegado. De una cosa estaba seguro: mi vida, lo que quedaba de ella, había dado un giro de ciento ochenta grados. El problema no es la muerte sino creer que uno comienza a morirse. Durante el viaje tuve la sensación de este cambio. El epidemiólogo encargado de nuestros casos se había sentado junto al chofer del auto. Para culminar su trabajo nos iba a dejar en el confín de los apestados. (pág.19)

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El problema no es de los otros, es nuestro. Adaptarse significa aceptar o asimilar, al tiempo que participas como observador de la vida que transcurre. Durante el proceso de exploración, con los ojos abiertos y los oídos atentos, escucho las anécdotas y opiniones de los internos. “Estamos encerrados los aparentemente enfermos para proteger a la población aparentemente sana”, dice Sonsoles, con razón. Las conversaciones vienen a carenar en lo mismo: el sexo, la transmisión, el miedo. ¿Por qué uno es promiscuo? ¿Por qué estamos encerrados? ¿Por qué la sociedad nos teme? ¿Por qué debo dejar de tener sexo porque otros determinen que no puedo hacerlo? Aquí introduzco el tema de la responsabilidad, tanto social como individual. Hasta el momento ha sido nuestra: encerrados cuidamos a la población. “Nos educan para no transmitir el virus, nadie parece tener más responsabilidad que nosotros”, apunta Muñequero. “Pero resulta que las medidas que yo tomo para no transmitirlo son las mismas medidas que se deben tomar para no infectarse”, añade Canguro. Divina Concepción, el médico paciente, interviene con suspicacia: “Si diez millones de habitantes se protegieran responsablemente sería más efectivo que si sólo lo hacen ochocientas personas”.  (pág.63)

 

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La versión oficial dada en los medios es que en Cuba la epidemia sigue los mismos derroteros de otros países desarrollados (Estados Unidos o países europeos), los mismos patrones epidemiológicos. El Estado ha presentado hasta el momento a los seropositivos como homosexuales y prostitutas, obviando que una parte de los internos fueron soldados internacionalistas que cumplieron misiones en África o personas contagiadas por ellos. Tantos años alejados de sus familias, en territorios hostiles, en medio de conflictos armados y precariedades de todo tipo, reconstruían países ajenos mientras demolían, sin saberlo y poco a poco, los cimientos de su propio cuerpo. Incluso se conjetura que a lo mejor el sida había podido llegar a América por esta vía. Lo debatíamos: era una posibilidad, sobre todo si teníamos en cuenta que las primeras misiones databan de los años setenta. Pero de poco podía servirnos atar estos cabos, trazar estos mapas imaginarios en los que el virus se desplazaba, si al final, había llegado a nuestra sangre y, lo que era realmente más dramático, al final estábamos allí, encerrados, sin posibilidad de seguir trazando mapas, trayectorias. Anclados, la vida transcurría sin prisas. Evocábamos el mundo exterior mientras nos asfixiaba el aislamiento impuesto. Conversábamos, esperábamos. No sé si esperábamos volver a conversar o morir; en aquella circunstancia esas acciones eran intercambiables. Mientras, anotaba en mi diario. (pág. 68)

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La casa de Bernarda Alba. Muñequero y Cosecose insisten en llamar así nuestra vivienda. Han repartido los nombres de los personajes por analogías. Ratón, por ser el mayor de todos y el que se encarga de las labores domésticas, es Bernarda. Arístides, el más callado y que suele aislarse y se repugna con facilidad, es Martirio. Yo soy Angustias, pues siempre ando escribiendo cuentos pesimistas y morbosos. El modisto es Amelia; y Muñequero, más jovial, es Adela. Por las noches, cuando Muñequero corre las cortinas, tanto de la puerta de entrada como las de la puerta que da al patio, repite siempre el parlamento: “¡Nadie saldrá de esta casa! ¡Carbones ardientes en el sitio del pecado!” En la noche nos reunimos en la sala para ver la telenovela. Estamos todos, excepto Ratón, que no pierde oportunidad para hacer vida social en el vecindario. Tocan a la puerta, pero como las cortinas están corridas no podemos ver quién llama. Pensamos en alguien conocido que viene a hacernos la visita, y de paso, a que se le brinde alguna merienda. Cosecose desde su butacón grita: “¡Muertas, estamos muertas!” (pág. 226)

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