Walfrido Dorta | Nueva Jersey | 14 Mar 2015
Había nieve fuera. Mucha, es mejor decir. Con ese paisaje demasiado blanco, uno no puede dejar de pensar en que no está simplemente en la habitación de una pensión, sino en que se cobija de algo que afuera persiste. Estábamos en el Old Court Inn de Providence (Rhode Island), en una calle con nombre optimista, y un alto en el evento “Cuba in Splinters”, organizado por la universidad de Brown y Orlando Luis Pardo Lazo, permitió que nos juntáramos brevemente este, Ahmel Echevarría, Jorge Enrique Lage y el que escribe, para aventurar algo sobre sus textos.
Osdany Morales y Lizabel Mónica, que también participaban en el evento, se unieron por correo electrónico al intercambio (por lo que han contado con el “privilegio” de la no inmediatez). Es por esto que se leerán al menos dos tonalidades y dos extensiones en lo que sigue; cierta rotundidad y largueza de la palabra escrita, más “trabajada”, y los meandros de la oralidad. He preferido combinarlos, antes que no contar con los puntos de vista de Osdany y Lizabel.
Tengo la certeza de que este conjunto de escrituras (y de otras de algunos autores que no están aquí, como Legna Rodríguez o Abel Fernández Larrea, entre otros), suponen algunas contingencias productivas para la literatura escrita por cubanos, sin que esto convoque ningún consuelo redentorista de un estadio radicalmente nuevo, o la ilusión efímera de que el capital simbólico y la rentabilidad mercantil de otras escrituras no sigan alimentando el acomodo y la inercia.
Con ellos hablamos.
Si pensamos en la literatura cubana como un archivo, cuál sería la relación de ustedes con él; hacia qué zonas se dirigen preferentemente. Lage ha hablado de Miguel Collazo; Ahmel de Guillermo Rosales. No es tanto una cuestión sobre “influencias” o linajes la que me interesa comentar, como sobre las zonas de ese archivo que privilegian para establecer diálogos. Se ha hablado bastante de la precariedad a la hora de acceder dentro de Cuba a lo que se publica fuera. Para algunos de ustedes, ¿la posibilidad de acceder fuera de Cuba a otro repertorio más amplio y plural incide en la manera de concebir los textos?
Orlando Luis Pardo Lazo: Lage hablaba en el evento de algo interesante. De cómo esa precariedad provoca un gesto de lectura mucho más activo, porque te tienes que aferrar a dos o tres referentes (y sabes que por lo tanto van a ser incompletos), y sacar lo que no tienes. Puede ser un discurso de Ricardo Piglia en Casa de las Américas, o un libro que te trae un amigo, o el descubrimiento precario del ensayo que apareció en un suplemento cultural. De manera que la actitud como lector es mucho más activa.
Lage y Ahmel no han tenido todavía la experiencia, pero yo siento que mi repertorio de lecturas todavía sigue repitiendo los mismos protocolos. No tengo aquí avidez de leer. No sería el caso de Lage, creo. Pero yo estoy “trabado” con las mismas lecturas precarias, pasadas por los malos lectores, por los talleres. No me preocupa “destrabarme” porque todavía tengo ciertas deudas de escritura. Quiero terminar mi nuevo proyecto desde esas condiciones, aunque quizá se identifique que ya estoy “escapado” de esa trampa, pero estoy ahí todavía.
Mis contemporáneos, mis aliados, siguen siendo esos actores, que en mi opinión ya no están ahí, ni ellos, ni Jorge Alberto Aguiar Díaz (JAAD), nadie está ahí, pero es como un retrato de grupo. Si después de eso ya me siento libre y empiezo a escribir en inglés, no lo sé… Pero ahora todavía estoy “trabado” con esas carencias.
Claro, uno se contamina un poco más afuera, pero me siento cómodo en ese provincianismo, aunque no es un provincianismo de pobreza. Y mi novela va a ser una maquinaria “trabada” en ciertas coordenadas. Me interesa que no sea la novela de un hombre libre o ecuánime. Es como la rabia de Reinaldo Arenas, todavía escribiendo catarsis después de diez años en el exilio.
Cada cual se ubica a su manera. A lo mejor Ahmel y Lage lo van a hacer de otra forma, pero a mí sí me interesa la relación con un archivo precario; la actitud de leer entre líneas; con un ensayito tienes que construir un mundo, un concepto, una novela, tratando de construir una máquina un poco más precaria.
Jorge Enrique Lage: A mí me interesa la posibilidad de hacer lecturas más microscópicas. Estuve releyendo, por ejemplo, Memorias del subdesarrollo de Edmundo Desnoes (por cierto, se puede ver Trilogía sucia de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez como una especie de apéndice o complemento de Memorias…). Hay un momento en el que Sergio habla de sus amigos, de Pablo, que se va a ir. Pablo está en el carro americano, hablando de las colas, los garajes, y de que “para este carro ya no hay piezas”. Entonces le dice a Sergio: “este país no aguanta una Revolución sin carros americanos”.
En efecto, no la aguantó. Los carros americanos están en todas las calles de La Habana. Entonces, se trata de coger eso y traerlo al presente. Ese tipo de lecturas, como un subrayado. Agrandar algo, traer a ese Pablo al presente…[1]
Como escarbar en pasajes poco advertidos… en Paradiso de Lezama Lima, por ejemplo, del que ayer hablaban ustedes, específicamente del encuentro entre Cemí y un guagüero (“Cemí se sonrió al ver un guagüero almidonado, ya por la tercera carrilera lupular, que hipante y con los labios espumantes, decía: Estoy como lo soñó Martí, la poesía sabrosa, sacada de la guitarra con azúcar, con el lazo azul que le puso mi chiquita. Clara, clarita, clara como el agua, siempre viene bien”, capítulo X).
- E. Lage: Es ir hacia el “Tápate eso, cochina” de Paradiso, que le dice Fronesis a Lucía también en el capítulo X, “dándole un pequeño golpe en el monte venusino”.
- L. Pardo Lazo: Dos momentos de Memorias…, ya que estamos ahí. Sergio ve pasar unos camiones, que supuestamente son los que traen los cohetes nucleares. De uno de ellos, alguien le hace un gesto…[2] Yo he asociado esto con el tren de ataúdes de Piglia, yendo hacia el sur.[3] Esos camiones nadie los vio en Cuba nunca… A lo mejor ni Desnoes se acuerda de ese pasaje. En otro momento hay un cruce telefónico, y alguien dice (Dios no me permita mentir) “están descargando ataúdes en la bahía”. Y Sergio cuelga, dice que son dos viejas burguesas, locas, hablando, y sigue con sus cosas existenciales.[4]
Un ataúd también aparece fantasmagóricamente en Días de entrenamiento (2012) de Ahmel…
Ahmel Echevarría: Sí, sí, en Días de entrenamiento…
- E. Lage: Pareciera que hay cosas que Desnoes hubiera escrito para ti. No estoy pensando en recepción propiamente, ni pongo la novela en contexto, lo que hago es como un pequeño diálogo o conversación… Por ejemplo, Orlando Luis nos dijo que buscáramos en su casa de Lawton sus libros subrayados y se los trajéramos. Ahí encontré Ese sol del mundo moral de Cintio Vitier, y me detuve en las marcas que él hizo, ahí están documentadas todas sus broncas con Vitier… Hay una cosa de la que solemos hablar mucho, y en la que nos insistía Jorge Alberto Aguiar, la manera de leer de un escritor (Piglia también insiste en eso). Uno se hace escritor con una manera peculiar de leer. Entonces, mi relación con el archivo es con esa “mala intención”, esa “mala cabeza”.
Lizabel Mónica: Al intentar tomar prestado del archivo literario cubano, voy buscando gestos que desde lo formal intenten hackear culturalmente discursos hegemónicos. Discursos opresivos —por lo que excluyen— acerca de la familia nuclear, el género, la literatura misma como dispositivo autoritario, o sobre la definición de lo normal y lo humano.
Por mencionar nombres que han escrito textos que me hubiera gustado escribir: Enrique Labrador Ruiz (las novelas gaseiformes), Virgilio Piñera (sobre todo el teatro y la novela La carne de René), Luis Rogelio Nogueras, Reinaldo Arenas (todo menos Antes que anochezca; lo siento por los fans) y Ángel Escobar. De los más cercanos en el tiempo, y que uno ha tenido el enorme privilegio de conocer en persona: Reina María Rodríguez, Juan Carlos Flores y Soleida Ríos (estos dos últimos grandes inspiraciones, con especial mención a Juan Carlos Flores, la mayor de todas las inspiraciones), también Antonio José Ponte, Damaris Calderón, Alessandra Molina y Víctor Fowler (pienso en sus poemas, donde se ensaya la realidad cubana desde sus comparecencias micropolíticas), y Enrique del Risco, por sus cuentos.
Dos obras de Gerardo Fernández Fe tuvieron también mucho impacto en mis lecturas juveniles: La falacia y Cuerpo a diario. También algunas historias de Juan Abreu, especialmente su Gimnasio, que es uno de mis libros preferidos. Y por supuesto, Historias de Olmo, de Rolando Sánchez Mejías. Pero mis relaciones con el archivo cubano no se limitan a la literatura. No solo he escrito, sino que he intentado articular literatura e intervención poética desde una instancia más performativa.
Mi intención siempre ha sido la de salir de la literatura desde el desarrollo de una línea literaria que se distancie de la página en blanco. No me gustan los libros, a menos que sean capaces de erigirse como aparatos transgenéricos, o como me gusta denominar a mis piezas, degenerados. Pero para terminar esta pregunta, y por si aún te interesa saber si me gusta Miguel Collazo, la respuesta es no, pero no solo porque me aburren sus ficciones, sino porque sus mujeres no son reales. Eddy Campa, el poeta, me gusta mucho más que Guillermo Rosales. Se trata de dos narrativas que se encuentran pero que en cierto punto se separan. Hay un desgarramiento en Campa que no encuentro en la desilusión melancólica de Rosales.
En cuanto a la segunda parte de la pregunta: en Cuba leí muchísimo. La precariedad de información en Cuba no conduce a la ausencia de lecturas, sino a la circulación viciosa sobre los mismos autores y obras. Salir ayuda, quizás, a ampliar la visión del mundo. Pero no por las lecturas, sino porque contemplas la realidad que dejaste atrás de otra manera. El mundo se ensancha, y aquella realidad empequeñece, o al menos empequeñece su importancia relativa. Creo que no hay que salir para mirar hacia otras literaturas, o para intentar acercarse a otras tradiciones; nosotros hicimos eso desde Cuba. Pero sí creo que vivir fuera y sumergirse en otras realidades ayuda a dejar atrás la idea de que somos el ombligo del mundo.
Osdany Morales: Al hablar de archivo, como sabemos, estamos invocando una figura arquitectónica, un edificio custodiado, que en el caso cubano, sin embargo, se replica en varios lugares y sigue proliferando, con lo cual es posible imaginar caminos subterráneos que emergen en determinados puntos, bajo lógicas de inclusión y acceso que responden a distintos poderes. He visitado algunos archivos donde es posible encontrar páginas clasificadas como literatura cubana. En otros casos, perseguir la obra publicada de autores como Lorenzo García Vega es casi una investigación policial. No creo, sin embargo, que en lo que he publicado hasta ahora, que es muy poco, pueda marcarse una diferencia de influencias entre dentro y fuera. Yo sigo estando en el mismo lugar.
Osdany, en un pasaje de tu Papyrus (2012) se concentran para mí varias claves de lectura de lo que podría ser tu visión sobre el canon literario, el archivo como repertorio de contingencias narrativas, o la posibilidad de un desplazamiento más allá de la fijeza de la identidad (cosas que por otra parte recorren todo el libro). Ahí se habla de “un archivo agujereado por balas”, de “la ficción automática”, de un “centro inmóvil, pero minúsculo” (“algo contra lo que no puedes pelear porque es un hecho que involucra mucha producción, y es interminable”). Sin ánimo de que proveas un comentario “autorizado” del pasaje, ¿pudieras comentar hacia dónde apuntan esas claves en referencia a los aspectos que te he dicho?
- Morales: Entre las frases que mencionas, lo que recuerdo es una posibilidad de nombrar la ficción y la escritura. No me parece que señalen, desde mi punto de vista, algo parecido a una relación con un canon (cualquier cosa que esto sea). La identidad o el estilo en todo caso, siguiendo tus palabras, sería justamente ese desplazamiento más de allá de cualquier fijeza. Es un libro que tiene ya algunos años, la lectura que haga hoy es un recuerdo influenciado también por el libro que no es.
Hay en varios textos de Lage y de Osdany repetidas apariciones de escenas sobre la traducción. Están en “La gran guagua china”, “Las hermosas vísceras”, en momentos de Vultureffect (2011), pasajes de Carbono 14. Una novela de culto (2010), todos de Lage (hay personajes que quieren ser traducidos en Japón), y en Papyrus de Osdany. Se expande esta presencia incluso como comentario en una reseña de Lage sobre Diario de la rabia, de Héctor Libertella; ahí reparas en la contracubierta del libro, donde se lee: “¿Así que siempre escribí para no ser traducido? ¿Qué patología será esta?”… En Papyrus se habla de lo “intraducible”, y uno de los cuentos se centra justamente en el lost in translation, “Perdido en la traducción (OVA)”. Me pregunto qué valencias le dan a estas figuras de la traducción, y si para ustedes podría vincularse a una preocupación por la “escucha”, la recepción de sus narrativas.
- E. Lage: A lo mejor tiene que ver con la textura que uno quiere imprimirle a lo que escribe, o con la idea de la “mala escritura”, de volverse ilegible, pero siempre con la intención de hacerlo solo para determinados ojos, para hacerte cómplice de otros, los lectores que a ti te interesan. Es un elogio que determinados lectores te digan “yo no entendí”. Uno crea como un complot a partir de lo que hace…
El lost in translation tiene que ver con Japón, lo he usado en varios textos como el “afuera” más “afuera”, la lejanía. Estoy escribiendo una novela donde entra de nuevo Japón, la cultura japonesa de las mascotas, sobre un artista que trabaja la mascota japonesa del peso cubano, la de la caña de azúcar… para introducir algún “ruido”. Me han interesado el manga, el anime, voy a usarlos. Uno va encontrando materiales y no siempre les encuentra un sentido conscientemente.
Me interesan también los animados norteamericanos de sátira o de incorrección política, como South Park, y he tratado de usarlos. En cuanto a Libertella, escribí esa reseña para DDC, y luego otra en OnCuba Magazine, donde lo relaciono con Lorenzo García Vega. Libertella publicó Devastación del Hotel San Luis en la editorial Mansalva. Es como el LGV de Buenos Aires. Hablo sobre los linajes secretos en la literatura cubana. A mí por demás me interesa mucho LGV.
- Morales: Hoy la única traducción que me parece preocupante es la traducción al cine. Simplificando mucho: mientras se pueda escribir algo difícil de llevar a imágenes, un artefacto que solo funcione (o se produzca con cierta exclusividad) en la lectura, la literatura estará en buen lugar. La traducción a otra lengua, por lo tanto, sigue estando en el terreno de lo literario, en el espacio de la escritura. Para citar otro intraducible del cine: “No problemo”.
A propósito, cuando hablaba de la relación con el archivo, tenía en mente también un cuento de Lage, “Pensando todo el tiempo en Lorenzo García Vega”, que leo como una puesta en clave absurda sobre la precariedad a la hora de acceder a determinadas zonas de la literatura cubana… el doble que encuentra el narrador, los espejismos, los caminos oblicuos para acceder a zonas del archivo.
Por otro lado, veo a La Noria (2013)de Ahmel como un ejercicio de intervención en el archivo de los años 70 cubanos. Ahmel, hablabas en el encuentro de ayer sobre lo sorprendente del hecho de que la novela se hubiera publicado en Cuba. Quizá me pudieras aclarar un poco ahora sobre la genealogía de tu texto, pero veo esto en relación a cierto estado de cosas (la “guerrita de los emails“, los debates promovidos por el Centro Cultural Criterios…) que ha garantizado cierto grado de permisividad a la hora de reconstruir los 70, y una antesala sobre lo que fueron esos años a nivel cultural, sobre todo a partir de lo que estos debates han asentado en cuanto a eso. ¿Ves alguna relación de tu novela con esto?
- Echevarría: Sí, en ese sentido sí. Teniendo en cuenta cómo las instituciones y los ensayistas han ido aceptando esos debates, incluso propiciándolos, y su publicación, sí hay, no una posibilidad, pero sí una realidad de publicación, pero mi comentario ayer se debía al propio final de la novela.
Entonces en qué medida tu novela interviene para distanciarse o abrir una brecha en ese estado del debate.
- Echevarría: Mi sorpresa viene por el final de la novela, en el que el dispositivo de chequeo y control, en su ejecutar delirante, trae como consecuencia una suerte de accidente, aunque no se aclara hasta qué punto es un accidente o es una ejecución ex profeso; esta eliminación y desaparición de esa persona, me dejaba en la duda de cuánto podían las instituciones publicar o no el libro. Se comenta incluso que el debate del jurado para elegir la obra a premiar[5] estuvo bastante tenso, sobre si era pertinente o no publicar el libro, sobre si era “revolucionario” o “contrarrevolucionario”.
Todo lo que escribo lo hago con la conciencia de que hay límites que estoy rebasando; que aparezcan o no publicados los textos, ya es otra cuestión, eso no me interesa. Los concursos me interesan por el dinero que dejan, lo que puede garantizar una beca, divertimentos, o más dolores de cabeza, y la posibilidad o imposibilidad de establecer un diálogo con algunos lectores, como decía Lage. En ese sentido, yo aprovecho la brecha y mando a los concursos; si se publica la obra, ya es otra cosa. Es lo que pasó con Días de entrenamiento [publicado en Praga por la editorial Fra]. Orlando Luis y Lage tienen su opinión sobre Días…, piensan incluso que en buena medida es una especie de canto a ese hombre senil [Fidel Castro]. No es un libro que echa por tierra la figura, sino que se acerca de manera crítica y punzante, pero al mismo tiempo hay como una candidez en ese acercamiento.
Son pasajes ambiguos los de los encuentros entre el escritor y ese avatar de Fidel Castro. Ahí se “interviene” también las “Palabras a los intelectuales” de Castro, como archivo mismo, y las relaciones de este con los escritores. Los pasajes cubren también esa zona ciertamente poca imaginada de las escenas de encuentro entre Castro y un escritor como personaje.
- Echevarría: Sí, sobre todo lo que me interesa es el espacio privado atravesado por las líneas de fuerza de lo político.
¿Por qué eliges nombrar en La Noria a las instituciones cubanas con nombres no reales, si todo el libro pretende una intervención con referentes puntuales de lo que fue determinado periodo?
- Echevarría: En la medida en que fui construyendo ese libro, específicamente su parte ficcional, sentía que, al igual que con Días…, tenía que establecer una serie de marcas para que no se generaran altas dosis de patetismo o solemnidad. Quizás, visto desde fuera de Cuba, eso que me comentas puede verse como un temor a no tocar la entidad real: Seguridad del Estado, Instituto Cubano del Libro, Ministerio de Cultura…, pero yo sentía que, llevando a la ficción esos nombres que tienen una alta carga, al menos en mí provocaría un acercamiento diferente a lo que estaba contando, y aunque yo haya renombrado, el lector igual reconoce los nombres.
Pero ¿estás consciente de que se produce un roce entre esas alusiones y las notas al pie que pones, más el glosario al final de la novela? (este sobre todo es una alfabetización para un tipo de lector que no tiene estos referentes).
- Echevarría: Sí, todo es ex profeso. Pero incluso en ese glosario hay ficción. Claro, todo lector no familiarizado con el espacio de tiempo de la novela, con lo que ocurrió en términos culturales, políticos, puede que no detecte nada allí. Incluso en la propia ficción hay algo tan delirante como todo ese aparato de chequeo y control, que es puro carnaval. Entonces me parecía que era perfectamente posible admitir que esa manera de renombrar entrara en la novela y no causara problemas, y si causara, entenderlo como que el autor estaba llevando todo al paroxismo. Ficción y realidad entroncan aquí.
¿Cómo asumen ustedes lo que ha hecho Orlando Luis Pardo Lazo en relación con la literatura de la llamada “Generación Cero”? Yo lo veo como una especie de “traductor cultural” que ha facilitado, a partir de esos textos, desautomatizar cierta recepción de la literatura cubana (acostumbrada a localizar los mismos lugares comunes), y tratar de desactivar determinadas maneras de leer y escuchar esa literatura. Propiciar la traducción al inglés de los textos, y la organización de eventos como este que ha ocurrido en la universidad de Brown, está en consonancia con ir construyendo una nueva visibilidad para esos textos y autores. ¿Qué efectos tendría esto para ustedes, qué esperanzas puede suscitar?
- Mónica: Como dije en la conferencia, nuestra generación, y específicamente nuestro grupo, levantó su obra literariamente desde la doble preparación de lecturas de ficción y lecturas teóricas acerca de la literatura. Por eso la “Generación 0” es una síntesis consciente de Orlando Luis para crear sentido alrededor de su obra y la de un grupo de escritores y amigos. Más que una traducción cultural, es un gesto de autor.
La traducción al inglés, y específicamente la publicación y las presentaciones en Estados Unidos, abren puertas que suelen estar cerradas a la literatura nacional. Los circuitos de circulación de la literatura latinoamericana pasan por la relevancia del mercado y las editoriales españolas frente al anonimato comercial de las editoriales latinoamericanas. Estados Unidos traduce muy poca literatura extranjera, y de la que traduce, la cantidad de libros hispanos es irrisoria. Lo que hace Orlando Luis es saltar del primer eslabón al último, dejando a un lado el monopolio de las editoriales españolas sobre la literatura regional. El suyo es un gesto desde la literatura y la gestión cultural que resulta homólogo al de Barack Obama: reestablecer las relaciones-conexiones es un eufemismo; de lo que se trata es de cambiar a los actores que intervienen en el juego y relocalizar la circulación de capitales.
- Morales: En mi opinión, hablar de la censura, de la dificultad de leer literatura internacional, de la imposibilidad de acceder a un mercado, etc., no es desautomatizar, por el contrario es repetir los mismos lugares comunes. De alguna manera, la lectura que pueda hacerse dentro de una universidad es un hecho aislado en un espacio autoinmune, donde (no siempre, pero muchas veces) se suele leer con cierta operatividad y donde las literaturas se acomodan por temas de estudio (y de moda), temporalidades o zonas geográficas, así se pierden otras conexiones, respuestas y, a fin de cuentas, lecturas.
Pediré perdón luego por la asociación, pero que un escritor vaya a leer algo a una academia es como si un león fuera a dar un job talk a un zoológico para que lo acepten en una de las jaulas. La academia es también una de esas instancias de traducción, a veces de la manera más simplificadora.
- L. Pardo Lazo: Yo lo veo como una cosa muy epidérmica. Es como decir, ahora tengo la facilidad, y de manera coyuntural y “carambólica” se pueden ir colocando los textos, pero no es más que la punta de lanza. Lo principal es que esa operación cultural,[6] que puede ser mala al final, o precaria, tiene dos o tres elementos o personas dentro y fuera de la Isla, que están siendo generados. Lo que he hecho ahora es una cosa epidérmica; no sé si ellos se van a sentir más entusiasmados para hundirse más, pero yo veo que de cualquiera de esos puntos (a lo mejor si Ahmel se iba para Colombia), se podía haber regenerado.
Ahora estoy acelerando un poco la visibilidad. Yo lo veo epidérmico comparado con el hecho de que, tal vez si hay algo de semilla o de raíz, tiene que ver con Jorge Alberto Aguiar Díaz, con las “Clínicas”, los laboratorios de escritura. Por ejemplo, Lage rápidamente lo “mató” desde el inicio, no le interesaban determinadas cosas, y rebasó a JAAD en muchos sentidos. Osdany, que no tuvo nada que ver con eso, es definitivamente un factor negador ahí… Se generó algo verdaderamente puntual, creativo, un repertorio común de lecturas provocativas, vulgarizadas algunas. Un Foucault vulgarizado por JAAD, que no era especialista en Foucault, pero tenía todos los libros y los había leído. JAAD era un archivo lleno de balazos. Eso a mí me sirvió mucho. Pero ya después inmediatamente, lo que Lage o Raúl Flores leen no era los libros de JAAD.
Ahmel, por ejemplo, introdujo a Guillermo Rosales con más fuerza, llevó Boarding Home a Cuba, porque nadie nos lo prestaba; metió a Nicolás Guillén Landrián. Cada cual ha hecho muchas violencias simbólicas. Ahora de repente yo tengo la voz en el prólogo [de las antologías], pero el prólogo lo pudiera haber hecho Carlos A. Aguilera o Lage. Mi función ahora la veo como una catálisis para darles [a los autores] una posición de poder, de manera que la próxima vez que Jon Lee Anderson escriba sobre Leonardo Padura o Wendy Guerra, le digan, “escribe sobre los sustratos de otra literatura en Cuba”…
Pero el fenómeno está ahí, y a la vez me parece que no hay fenómeno. Ya Lage está aislado en Cuba, como Ahmel… Ya ahí no hay amalgama. A mí me era imposible ya en Cuba reunirnos, hablarnos… era duro, yo sentía ese desierto que dice Lage, algo muy opresivo. Encontrar entonces una salida por ahí, una adyacencia.
Yo pensaba sobre todo en los efectos de estos ejercicios de traducción fuera de Cuba. Sí creo que es necesario “traducir” la literatura cubana, lo que es lo mismo que descentrarla, porque ha sido casi siempre muy autocentrada; propiciar caminos desde donde se acose esa literatura desde otros puntos de vista o lugares.
O.L. Pardo Lazo: También depende de la traducción. Por ejemplo, con el trabajo que hizo Hillary Gulley con su traducción al inglés de los textos [en Cuba in Splinters…], yo sentía que ella estaba creando una literatura cubana que se escribió directamente en inglés. Es como decir que la literatura cubana la hace Hillary Gulley a través de llamadas telefónicas y correos a OLPL, con textos que les robé a los autores, sin pagarles nada, textos viejos… Y de repente me empezó a gustar la “mecánica”, y a decirme que esos cuentos estaban mejor en inglés. Es una manera de nombrar la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, de poner Union of Writers; una manera de que el pathos político más “padillesco” esté de otra manera.
- Echevarría: A mí me parece que esto que está ocurriendo aquí [en el evento de la universidad de Brown], en buena medida está planteado en aquella conversación delirante que tuvimos en La Cabaña con Leopoldo Luis.[7] Todo lo que está diciendo ahora OLPL, además de su jerga y su delirio, las claves que ha mencionado, estaban en aquella conversación… las figuras de Michel Encinosa y Raúl Flores… En ese momento entendimos, o malentendimos, lo que estaba pasando por ejemplo entre nosotros tres [OLPL, Lage, Ahmel Echevarría], el ezine The Revolution Evening Post… Una serie de cosas que se mantuvieron, pero que estallaron entre nosotros, que éramos más o menos cercanos, y que en buena medida es lo que está pasando ahora aquí.
O.L.Pardo Lazo: Las columnas que publicamos en The Revolution… era porque queríamos ser columnistas de El País en Cuba, eso era lo que decíamos, vamos a publicar columnas de El País en Cuba, claro no habíamos visto todavía El País. Los movimientos que hizo Lage en esas columnas, televisivos, fetichistas, de cartoon, de cómic, hay ahí dos o tres síntomas. Ahmel casi estaba haciendo en las columnas el Cuaderno de Altahabana que está en Días de entrenamiento. Y las mías con variable calidad, algunas más cómicas, otras más farsescas. Ahí está un texto mío, “RefleXXIones. E-vangelio cubano del 21” (y otro como “Lo cubano en la pornografía”)[8]…
No le doy ninguna importancia a esos puntos de “RefleXXIones…”, pero secretamente había líneas ahí. Y en aquella entrevista para El Caimán Barbudo hablábamos sobre narrar el metro de La Habana, que es como querer narrar un paisaje irreal, pero en muchos sentidos la literatura de Lage reinterpreta esos paisajes, y la de Ahmel en cierto sentido, con los búfalos, etc., también se va rellenando de ese paisaje.
- Echevarría: En buena medida ahí está el germen de todo lo que está pasando ahora, porque Lage, y yo estamos ahora ejerciendo el columnismo, en OnCuba Magazine, por ejemplo.
Hablemos de la relación de ustedes con las escrituras del grupo Diáspora(s). En un cuento de Lage, por ejemplo, “Yo también fui deleuziano”, se desliza de pasada un pasaje que comenta esta relación en tono de broma.[9] Por otro lado, si uno revisa las entrevistas a escritores cubanos, principalmente de la llamada generación de los 80, que hace Jorge Cabezas en su libro Proyectos poéticos en Cuba (1959-2000)… [2012], encuentra una serie de respuestas sobre Diáspora(s) que pasan por el desconocimiento, la lejanía, el rechazo o la crítica frontales. Esa comunidad letrada no quiso o no pudo escuchar lo que Diáspora(s) proponía. En el caso de ustedes, ¿dónde se colocan frente a esas escrituras?
- Morales: El escritor Raúl Flores me prestó una vez, entre los varios libros que solía prestar y que espero que continúe moviendo, Cuaderno de Feldafing. Lo leí, y me gustó y no me gustó al mismo tiempo, tal vez porque los libros prestados se leen con apuro y con la predisposición de que al devolverlos ocurrirá una breve tertulia en la que explicas qué te ha parecido. Creo que es lo único que he leído de Rolando Sánchez Mejías. Pero lo más legítimo es que dijera que no me interesa leer por promociones literarias o generaciones, cada autor me parece único.
- L. Pardo Lazo: En mi caso, mi lectura de Diáspora(s) está completamente diferida por Jorge A. Aguiar. Durante años él tuvo la revista; era tan diáspora como ellos, lo que no estuvo jamás ni quiso estar [en el grupo], mientras que Ismael González estuvo y no era diáspora, ni remotamente. Yo vine a leer la revista como cinco años después de que JAAD comenzara a hablar de ella. Después Jorge Duany hizo un estudio sociológico, y tuvimos que fotocopiar y ordenar los números de la revista; yo los leí con orden, los fui deglutiendo poco a poco. Pero todo fue a través de JAAD. Ya no quedaba ninguno de los miembros del grupo en Cuba. Yo no hubiera leído ese fenómeno, pero después lo redescubro, leído por JAAD, y vi físicamente la revista por él.
- E. Lage: En mi caso es similar. La mía es una relación casi autobiográfica. Al primer taller literario que voy es al de JAAD. Hay momentos que a uno lo marcan cuando empieza a escribir. Yo venía con lecturas que me gustaban (la ciencia ficción, lo fantástico), y empiezo a escuchar sobre autores cubanos, no solo los de Diáspora(s), y sobre otros relacionados con éstos. Diáspora(s) fue como una especie de país. Estoy escuchando hablar de ellos, leo la revista, y busco a los autores que mencionan, y busco a los autores que mencionan estos que han sido mencionados. Ahí entró Deleuze, etc… “Yo también fui deleuziano” tiene que ver con esto, en tono de broma. Yo siempre trataba de mirar eso de otra manera. JAAD tenía una especie de… Mil mesetas, Capitalismo y esquizofrenia, era lo que había que leer. A mí me parecía interesante, pero no tenía por qué meterme… Igual, de Diáspora(s) me gustan algunos textos, otros no tanto, pero en general, como fenómeno, me parece lo más valioso de la década, la idea de complot que tenían, “vamos a hacer una revista, a reunirnos”. Después el destino de ellos (son diáspora en verdad), es un poco también el destino de una literatura, que es minoritaria, que no circula en los grandes circuitos. Tú vas a España y dices Carlos A. Aguilera, Pedro Marqués…, y es como contraseña de una identidad. A través de ellos yo llego también a Lorenzo García Vega; a Ricardo Piglia, por una entrevista en que Aguilera mencionaba un texto de Piglia, “Tres propuestas para el próximo milenio”.[10] Hay una constelación de nombres y autores…
O sea que verías a Diáspora(s) como un proveedor de cierto archivo. Pero a nivel conceptual, ¿les llegó a interesar después lo que hablaba Diáspora(s) en su momento?… descentramiento, el totalitarismo, lo político…
- E. Lage: Sí, a mí me interesó, pero simultáneamente me sentí un poco asfixiado por eso. Al mismo tiempo veía que perdían un poco (aunque no es del todo cierto, porque tú sientes en sus textos el goce, el placer)… que a veces se volvía demasiado rígido eso. Como que escribes un texto, una novela, y el supuesto factor diáspora… era una cosa que me parecía rígida, como una especie de cárcel. Incluso hace poco se publicó en La Noria un fragmento de la novela de Rolando Sánchez Mejías, y me pareció bien en un sentido, pero no me gustaba que seguía los viejos tópicos de los animales, los diminutivos, el personaje que decía “este país está lleno de cotorras, las cotorras lezamianas…”. Entiendo por dónde va, pero me gustaría hacer otra cosa a partir de eso.
- L. Pardo Lazo: En poesía Diáspora(s) era lo extremo (Antonio José Ponte ha escrito sobre eso), era lo ilegible. En narrativa, había un encanto al inicio en una serie de textos. Después C. A. Aguilera publica Teoría del alma china y recupera una gran narratividad sin traicionar lo conceptual, pero sin estar tan cargado de esto. Y con Discurso de la madre muerta me parece que vuelve a lo mismo que ya sabe hacer.
- E. Lage: Ahora que Orlando dijo China… Diáspora(s) y China, eso es interesante. Ellos tomaron China, no sé si como fetiche, como una especie de paisaje (a lo mejor yo hablo de desierto y ellos hablaban de China). Sánchez Mejías diciendo que Cuba es China; Aguilera y Teoría del alma china; que Lezama convirtió al castellano en un chino inteligible. China tenía un peso que a lo mejor para ellos era muy conceptual. Yo lo veo como algo no solo conceptual, sino como algo que se usa como alegoría de una extrañeza, como lo que dije antes sobre Japón… y al mismo tiempo hablar sobre totalitarismo, y sobre Deleuze haciendo referencia a escribir como el chino traza una rayita en el horizonte, ¿qué quiere decir eso?…
- L. Pardo Lazo: En Diáspora(s), hay que tomar en cuenta la ensayística. No es una ensayística erudita, es completamente parcial, y en un sentido es un archivo reducido, pero yo noto que ellos lograron ahí una “holística”. Todos tienen uno o dos ensayos, “El arte de graznar” [de Sánchez Mejías], “El lenguaje y el poder” [de Rogelio Saunders]…
“Olvidar a Orígenes” [de Sánchez Mejías]…[11]
- L. Pardo Lazo: Todos tienen un momento ahí, hasta Ponte, que no era de Diáspora(s). Ya la ficción, es más o menos cómica…
Pero yo sí subrayaría esto, sin tratarse de ver quién es el que “gana la batalla” ni mucho menos. Diáspora(s) fue ampliando y empujando los límites, de lo legible, por ejemplo. De cierta manera, los textos de ustedes se colocan en esa ampliación, si no hubiera que hacer una labor de “zapa” mucho más grande, a la hora de desautomatizar los oídos…
- E. Lage: Si yo tuviera que definir una especie de tribu de donde uno proviene sería Diáspora(s).
- Echevarría: Ellos en buena medida abrieron un camino.
- L. Pardo Lazo: Cuando Jorge Alberto Aguiar comienza la revista Cacharro(s), con esa s entre paréntesis, terminó, además de publicar a los de Diáspora(s), reproduciendo textos de la revista. Él trató de que la revista tuviera ese impacto; creó el mecanismo de entretenernos a través de Cacharro(s), y después cada uno la convirtió en lo que quiso. Todo eso se le debe a él.
Hubo un momento en que JAAD era muy político, hacía periodismo independiente y hacía su ficción, que a mí me interesa, que era de una alta carga narrativa. Él es un Pedro Juan Gutiérrez natural, diez años antes de Pedro Juan Gutiérrez, pero va a pasar como un epígono malo. La narrativa de JAAD es fluida, oculta toda la técnica, y sin embargo hubo un momento en que él era un erudito en técnica narrativa; era como el “interpretador” que nos estaba traduciendo Diáspora(s). Esa labor de él pasa oculta. Incluso lo que hizo en un Centro que hubo encima de la librería Hanoi. Una vez Abel Prieto le dio 30 o 40 sillas plásticas para que él hiciera su taller, y el Centro Cultural del Libro le empezó a pagar un sueldo por cada taller, para que viviera… Yo traté un poco de que ese taller tuviera una mínima representación institucional, mira tú qué paradoja.
Ese esfuerzo, esa fe de JAAD, ese respeto por la palabra y la escritura, no los he visto en más nadie. Los recogieron del piso algunas personas, y se los llevaron a otra zona. En lo que pasaba la debacle, estaba la fe de JAAD por una cosa pura, inteligente, bella, muy liberadora.
- Mónica: No puedo hablar por todos, pero puedo decir que nuestro círculo en particular estuvo más expuesto que otros en Cuba a la influencia de Diáspora(s), sobre todo porque nuestro gran maestro, Jorge Alberto Aguiar, era admirador y amigo personal de algunos integrantes del grupo (como Pedro Marqués de Armas o Carlos A. Aguilera). En lo personal, recuerdo algunas conversaciones con Carlos y algunos encuentros con Pedro. Recuerdo haberme alimentado de la biblioteca de este, y sobre todo de sus libros sobre cuestiones de género.
Este tipo de lecturas, y de preocupaciones, eran por entonces una rareza en un gremio donde primaba, y aún prima, el machismo. Pero lo que pasó con Diáspora(s) en Cuba es similar, yo diría, a lo que pasa hoy con Tania Bruguera a raíz de su última intervención. En Cuba hemos aprendido a acceder a la política de manera oblicua, para evitar la censura y tener un mayor margen de negociación con la rigidez ideológica que impone el Estado a sus instituciones culturales.
Aquellos que se radicalizan políticamente no solo dejan de tener acceso a las instituciones culturales, sino que quedan marginados del campo cultural, porque como sabemos, un campo cultural funciona con unas reglas comunitarias implícitas, una suerte de pacto colectivo que moldea las dinámicas del circuito en cuestión. Son reglas, ante todo, de supervivencia. Pues quien radicaliza políticamente su arte en Cuba, incluso hoy, ha incumplido con estas reglas, y se deja de dialogar con su obra, se entiende que esta ya no es útil como modo de operar desde la cultura.
En cierto sentido, es un diagnóstico realista. Gestos como el de Diáspora(s) y el de Tania no sirven para ser repetidos dentro de la Isla, y no resultan modelos duraderos para políticas culturales de largo alcance. En otro sentido, es una manera muy jodida de ver las cosas, y de actuar, por lo general inconscientemente, que reduce nuestra capacidad, ya bastante mutilada, de ser una sociedad democrática, donde la diversidad ideológica no sea una maldición.
Lizabel, en sentido general, tus textos narrativos se centran en algunas experiencias del trauma, en la sensorialidad y sexualidad de los cuerpos, pero como sustrayéndole a todo eso un pathos, más bien “enfriándolo” (“Los mismos ojos”, por ejemplo). En muchos de tus poemas o prosas poemáticas (eres la única que has publicado poesía además de narrativa, de los que están conversando acá) se hace todavía más visible este enfriamiento o concentración en procesos muy localizados (como en “Voz”). Y por otro lado, optas por una escritura parca, más precisa o ascética.
- Mónica: Si la búsqueda artística es ajena a los talleres de Jorge Alberto Aguiar, he de decir que la poesía en mi caso es también su culpa. Jorge era también poeta, y parte de nuestro lenguaje en común nació de este tipo de expresión. La poesía devino en algún momento mi principal canal expresivo en literatura, mucho más cercano a la posibilidad de combinar literatura y arte. Poesía y performance es lo que más hago. Incluso mi narrativa actual tiene menos de ficción que de teatro.
La novela que se supone publicara en Cuba (ganó una beca de creación con promesa de ser publicada —según las bases del concurso—; pero la promesa murió con mi salida del país) se apoya en un lenguaje cinematográfico, como puede verse en el fragmento publicado en la revista La Noria. Este recurso obliga a leer de una manera menos pasiva. Las escenas tienen que ser imaginadas por el lector, completadas por este. Hay un distanciamiento brechtiano —esa frialdad que mencionas— que obliga a leer y pensar, pero también, a participar de la construcción de ficciones.
Más adelante encontré la teoría de Max Aub acerca de la necesidad de trabajar en la distancia y me he apropiado de ella. Su ojo multiplicado como principio estético es uno de mis modelos principales. Esta poética puede leerse en sus diarios, y está descrita en la nota introductoria de su novela cinematográfica Campo francés. Encontré a Aub luego de haber escrito Tim sin Tina, por lo que es posible hablar de un encuentro, una afinidad de mirada sobre la literatura que además puedo usar como herramienta. Pero el procedimiento ya había sido puesto en marcha antes de encontrar esta herramienta conceptual de Max Aub. Sin embargo, sus reflexiones son muy útiles para entender esa combinación entre intensidad o narración de experiencias extremas y lo que llamas enfriamiento. No quiero que el lector sufra o que piense. Quiero que sea capaz de pensar el sufrimiento. Narrativa cerebral y narrativa emocional no son opuestos.
Lage, Orlando Luis y Ahmel han hablado de la importancia que para ellos tuvo (ya sea por comunión o por rechazo) las experiencias de “sociabilidad” de las “Clínicas”, los laboratorios de escritura, de Jorge Alberto Aguiar Díaz, o talleres similares. ¿Tuvieron ustedes, Lizabel y Osdany, una experiencia similar de estos espacios, o alguna relación con ellos?
- Mónica: Definitivamente nuestro maestro literario fue Jorge Alberto Aguiar. En los talleres se compartieron lecturas, se pensó en colectivo acerca de lo qué era escribir, y de allí salieron zonas en común. Tuve una relación más cercana a Jorge y a Orlando Luis. Los tres nos radicalizamos también finalmente en términos políticos, por lo que comenzamos a publicar periodismo independiente. Jorge usó su nombre, Orlando Luis y yo usamos seudónimos.
El gesto político se articuló en gesto literario con la publicación de Cacharro(s) en 2003, una revista que se inspiró hasta cierto punto en Diáspora(s). Luego Jorge emigró a España y todos comenzamos a realizar nuestros propios proyectos. Tomé un camino más personal, y fundé la revista Desliz en 2007, un proyecto multidisciplinario e internacional que recogía colaboraciones inéditas. Orlando Luis, Lage y Ahmel, por su parte, fundaron otra revista literaria, TREP (The Revolution Evening Post), que recoge mucha de la estética que aún sus obras siguen promoviendo.
- Morales: Nunca estuve en ese punto cero de la Generación Cero. (Pienso que Kafka. Por una literatura menor es uno de los textos más malinterpretados de Deleuze y Guattari.)
[1] “Aquí no van a volver a ver un carro nuevo americano. ¡Con lo que gustan aquí los carros americanos! El cubano no aguanta una revolución sin carros americanos. Te lo digo yo” (Edmundo Desnoes, Memorias del subdesarrollo).
[2] “Otra larga rastra pasó como un tren con otra enorme masa tapada por una lona opaca y grasosa. Me pareció ver una mano que me saludó.”
[3] “Alguien contaba que alguien le había contado de alguien que en una estación de ferrocarril del suburbio, al amanecer, había visto pasar un tren de carga, lento, interminable, lleno de ataúdes. Un tren con féretros que iba hacia el sur, en la noche. Y esa historia, esa imagen fantástica de alguien que en el medio de la noche ve pasar un tren cargado de ataúdes, empezó a circular por la ciudad. La historia aludía, desde luego, a la dictadura que hacía desaparecer los cadáveres y a que, por lo tanto, no había féretros y no había cadáveres a los cuales se pudiera sepultar” (Ricardo Piglia, “El arte de narrar”).
[4] No existe este momento en Memorias… No importa. Valga la “reescritura” de Pardo Lazo. En la novela de Desnoes, Sergio, en efecto, oye por casualidad una “extraña conversación” telefónica. Un hombre le cuenta a una mujer que él trató de tranquilizar en un hospital a otra mujer, porque estaban poniendo en los pasillos “unas mesas de madera … para poner cadáveres … unas mesas con una tarjetica y un cordelito, etiquetas para coger y amarrarlas al tobillo de los heridos, de los cadáveres”. Los ataúdes son un recuerdo futuro de Orlando Luis Pardo Lazo.
[5] Premio de Novela Italo Calvino 2012; jurado integrado por Alberto Garrandés, Ana Luz García Calzada, Leonardo Acosta.
[6] Se refiere específicamente a las antologías de cuentos Cuba in Splinters… (OR Books, 2014), y Generation Zero… (Sampsonia Way Magazine, 2014).
[7] “Año 0. Los benditos se reúnen”, Leopoldo Luis y Rafael Grillo. Publicado originalmente en El Caimán Barbudo, no. 339, marzo-abril, 2007 (no accesible ya en Internet). Republicado online en Kaos en la red, 5-11-2008.
[8] “RefleXXIones…”, The Revolution Evening Post, episodio 4, pp. 7-9; “Lo cubano en la pornografía”, The Revolution Evening Post, episodio 7, pp. 7-9.
[9] “Gilles [Deleuze] había estado leyendo, hoja por hoja, mis desarmados ejemplares de Diáspora(s), la revista literaria de un grupito de poetas que se fueron a otra parte. Lejos. ¿Cuál es la fijación de estos muchachos con China y los chinos? ¿Tú entiendes lo que quieren decir? Y fue poco lo que hablamos de literatura menor, máquinas a la moda, post-estructuralismo de autoayuda. Yo sólo podía pensar en Michel (…)” (El color de la sangre diluida, Letras Cubanas, La Habana, 2007).
[10] Lage se refiere en realidad al ensayo de C. A. Aguilera, “El arte del desvío. Apuntes sobre literatura y nación” (Diáspora(s), 7-8, 2002), donde se cita “Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades)” de Piglia.
[11] Publicados respectivamente en Diáspora(s) 7-8 (2002), 6 (2001), y 1 (1997).