“El motor para de toser y comienza a ronronear. A mi diestra, una mujer. Bien pudiera llamarse Consuelo, como tú, aunque no lo sea. Tú, que te has quedado en casa, rehuyéndome. Dice que ella también huye. Al final todos lo hacemos.
Sus ojos no se pueden comparar con los tuyos. Su pelo no se puede comparar con el tuyo. Pero estamos solos y la carretera es larga. Y no hay nada ni a un lado, ni al otro. Cada cierto tiempo una gasolinera, un poblado, una posada, algún desconocido haciendo señas.
Por favor, no me culpes, le paré a ella porque ya había visto perderse por el retrovisor a otros dos y, ya sabes: a la tercera va la convencida. Además, me dije, ¿y si fuera Consuelo?, ¿si fueras tú, de pronto, ahí, en medio de la nada, esperando por un poco de piedad..?”
ISLA A MEDIODÍA