Cuadernos carcelarios presenta once relatos de un grupo de autores que cumplen o han cumplido condenas en prisiones cubanas. Ellos conforman un taller literario, auspiciado por la Casa de la Cultura del municipio Centro Habana, en la prisión La lima, en La Habana. El objetivo de esta selección es mostrar el imaginario de estos autores-reclusos, quienes a través de la escritura han pretendido presentar sus experiencias y fabulaciones. A diferencia de la mayoría de los presos que han publicado sus testimonios carcelarios, en el pasado y presente, las causas por la que estos están recluidos corresponden a la categoría de preso común.
Cuadernos carcelarios publica también dos relatos que corresponden, uno a Carlos Montenegro, como autor que inicia en Cuba este tipo de literatura en el siglo XX; y el otro a Ángel Santiesteban, escritor que también ha cumplido prisión y publicado libros sobre la vida carcelaria cubana más reciente. El texto de Montenegro es “La herencia”, antologado en el libro El renuevo y otros cuentos, y el de Santiesteban “¡Mandela, van por ti!”, relato inédito.
BIOGRAFÍA DE AUTORES ENCARCELADOS
Daviel Prieto Olay (Pinar del Río, 1985) Poeta y narrador. Licenciado en Bibliotecología por la Universidad de la Habana 2013 participa en el taller literario Rincón del Poeta. Ha obtenido en el 2007 Tercer Premio de Poesía. Concurso Literario Desde la Prisión. En el año 2008 Segun- do Premio de Poesía. Concurso Literario Desde la Prisión. En 2012. Mención Concurso Literario de poesía erótica Eloísa Álvarez Guedes. Habana del Este. En 2017 Primer Premio Encuentro Debate Municipal de Talleres Literarios Centro Habana. 2018 Tercer Premio en el Encuentro Debate Municipal de Talleres Literarios Centro Habana. Entre sus cuentos se destacan La noche, Intrusos; Gato Wao Wao; Salvamento y Recuerdos. Email: davielhaba- na2015@gmail.com
Raúl Pedro García Rouco (La Habana, 1977) Poeta y narrador. Licenciado en Estudios Socioculturales por la Universidad de la Habana 2012, Ha obtenido en el 2002 Mención en Poesía. Concurso Literario Desde la Prisión. En el año Segundo Premio de Poesía 2008. Concurso Literario Desde la Prisión. 2016 Mención en Encuentro Debate Municipal de Talleres Literarios Centro Habana. 2018 Mención en Encuentro Debate Municipal de Talleres Literarios Centro Habana. Entre sus obras podemos encontrar El novato, Prófugos, Novia bohemia y Viaje corto. Participó en el taller literario Rincón del Poeta extensivo en el Centro Penitenciario La Lima del municipio Guanabacoa en La Habana que conduce el asesor literario Ernesto Arcia. Email: rpgrouco@gmail.com
Madalina D. Cobián González (La Habana, 1970) Narrado- ra. Licenciada en Español y Literatura por la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, La Habana. Obtuvo en el año 2002 el premio del Concurso Literario Desde la Prisión, y en el 2008, el segundo Premio de Poe- sía. En 2016, Tercer Premio de Cuento en el Encuentro Debate Provincial de Talleres Literarios, La Habana, y en 2018, el primer Premio de Cuento. Participó en Taller Literario Hojarasca. Prisión de Mujeres de Occidente, en 2010. Participó en Taller Literario Rincón del poeta, La Lima, La Habana, 2014. Participa en el taller literario municipal Visiones opacas. ANCI. Asociación de Ciegos de Cuba, Centro Habana que conduce Ernesto Arcia. Entre sus obras encontramos el cuento Melesio. Pertenece al taller literario municipal Rincón del Poeta de Centro Habana. Email: mcobian70@gmail.com
Jesús Lacier Ortiz Hechavarría (La Habana, 1992) Poeta y narrador. Técnico Medio en Reparación de Equi- pos de Refrigeración. Ha obtenido en el 2007 Tercer Premio de Narrativa en el concurso literario Desde la Prisión. En 2015 y 2016 obtiene el segundo premio en el Encuentro Debate Municipal de Talleres Literarios Centro Habana. En 2018 obtuvo el Tercer Premio de narrativa en Centro Habana. Entre sus cuentos se destacan A hurtadillas; Bajandanga, cara de guante. Email: jesusortiz92@gmail.com
Daniel Fuentes Ferrer (La Habana, 1995) Narrador. Técnico Medio en Contabilidad y Finanzas. Es casado y recien- temente ha debutado como padre mostrando todo el amor por la familia formada y la fe en un futuro mejor. Es miembro del Taller Literario Rincón del Poeta. En el cuento Regalo de vida, denuncia los excesos de feeling y Encuentros furtivos entre rejas. Email: dfuentes95@ gmail.com
Ernesto Arcia Fuentes Noel. (Guantánamo. 1966), Profesor residente en La Habana. Instructor del Taller de Centro Habana y de La Lima. Realiza investigaciones sociocultu- rales para la formación de valores en jóvenes internos en centros penitenciarios desde la comunidad. Tercer Premio de Poesía Desde la Prisión 2002 y 2003. Primer Premio de poesía erótica Eloísa Álvarez Guedes 2012. Participa en el taller literario El verso de mi bahía en Casablanca, Regla y Rincón del Poeta on line por whapssap +53 52787927. Email: ernestoarciafuentes@gmail.com
FUERA DE LA PRISIÓN (ACTUALMENTE), PARTICIPAN:
Carlos Montenegro (La Coruña, 1900); Ángel Santiesteban (La Habana, 1966).
Ilustraciones de Luis Trápaga.
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La Colección Arte Impossible inaugura su andadura con un libro escrito por creadores privados de libertad en las cárceles cubanas. La obra, ilustrado por Luis Trápaga, sitúa el relato de temática carcelaria a partir del prólogo Literatura y prisión: a propósito de una isla, así como incluye un decálogo ilustrado y dos relatos de autores consagrados que escribieron sobre la prisión.
Cuadernos carcelarios selecciona trece relatos, once de ellos escritos por reclusos cubanos miembros de un taller literario de un municipio habanero, y los dos restantes de la autoría de Carlos Montenegro, pionero de este género en Cuba, y Ángel Santiesteban, escritor contemporáneo que ha sufrido prisión y publicado libros al respecto.
El sexo, la violencia aparejada al entorno carcelario, la fuga del reclusorio y del país, son algunas de las temáticas que abordan estos autores, casi siempre basadas en experiencias personales. Los textos de Cuadernos carcelarios muestran un lenguaje directo, y siempre descarnado, sobre una realidad que se torna insoportable, aunque en algunos casos destellan chispas de humor como válvula de escape, ante una situación límite.
Los relatos de la presente antología han sido ilustrados por el artista de la plástica cubana Luis Trápaga, cuyos dibujos no solo abordan el encierro en la cárcel, sino que también hacen referencia al individuo en su máxima expresión. Además, en ocasiones, el artista muestra al sujeto capturado por la maquinaria carcelaria, en la realidad cubana. Es, en definitiva, el individuo enrejado, como componente fundamental de la “isla-prisión”.
Los autores
Daviel Prieto Olay (Pinar del Rio, 1985); Raúl Pedro García Rouco (La Habana, 1977); Madalina D. Cobián González (La Habana, 1970); Jesús Lacier Ortiz Hechavarría (La Habana, 1992); Daniel Fuentes Ferrer (La Habana, 1995); Carlos Montenegro (La Coruña, 1900); Ángel Santiesteban (La Habana, 1966); Ernesto Arcía Fuentes Noel (Guantánamo, 1966).
Ilustrador: Luis Trápaga
Selección y edición: Jorge Carpio
Obra de cubierta: Ángel Hernández
ISBN: 978-84- 123798-0-8
PVP: 16 euros
Por Luis Trápaga, La Habana (junio 2021)
INDIGESTIÓN
Los frijoles blancos pueden tener un periodo de incubación más largo que el resto, por eso tal vez permanecen más tiempo asintomáticos, pero luego se los puede ablandar con más facilidad y en un periodo más corto. Si se ablandan lo suficiente pueden traspasar la barrera estomacal y llegar con mucha efectividad al sistema endocrino y de ahí la posibilidad de que pasen al cerebro es más probable y más efectiva, instalándose por un tiempo suficientemente prolongado como para lograr una reversión de las condiciones estomacales, digestivas, que han llevado a nuestra sociedad al estado actual de depauperación ideologicosexual y la psicodependencia genital, con posterior menoscabo de las funciones digestivas, y tratando, por todos los medios, que posibles síntomas secundarios no se extiendan a las extremidades causando reacciones impredecibles e indeseadas, con afectación del sistema psicomotor.
En 4 o 5 kilómetros se podría lograr un ablandamiento suficientemente bueno como para ser digeridos sin provocar daños cerebrales irreversibles. Eso sin despreciar la reputación del resto de las leguminosas. Casos aislados no debían empañar el prestigio logrado durante años de entrega y sacrificio en nuestra lucha por el mejoramiento humano y la realización definitiva de la dignidad plena del hombre, y la mujer. Ningún sistema digestivo, por fuerte y saludable que parezca a los ojos de los demás, debería consagrarse como modelo único, pues precisamente por su peculiaridad debe, excluirse como ejemplo en una sociedad cuyo anhelo más alto es la igualdad social y la dignificación de hombres y mujeres por igual.
Para un cocido satisfactorio, 4 km en 45 minutos, a velocidad promedio, a pie, 3 km desde El Vedado hasta Centro Habana, a razón de 1 minuto cada 100 metros, aproximadamente; para personas entre 19 y 50 años, a un ritmo pausado, sin ingestión de líquidos, si sobreviniera alguna nausea o fatiga, realizar respiraciones largas y profundas, inhalando en 6 y exhalando en 12, repitiendo este ciclo un total de 10 veces y ,en la décima, levantar las manos y palmear por encima de la cabeza imitando un aplauso repitiendo el mantra “YOMEKEOENEDGAO” por un periodo suficientemente prolongado para lograr una estabilidad mental con una incidencia posterior en la producción de frijoles.
Los frijoles negros y rojos tampoco poseen un privilegio especial sobre sistemas digestivos diferenciados. Cada frijol, cereal o legumbre, con figura jurídica natural, será libre de transitar por cualquier sistema digestivo. No habrá alimentos privilegiados que transiten por los mejores sistemas digestivos: cada sistema digestivo será de todos. Se deberá, además, llevar un riguroso control de los equipajes en el transporte aéreo y marítimo para evitar indigestión o uso indebido de recursos alimenticios. Cualquier equipaje que, a su paso por los controles aduaneros, se detecte segregando semen, pus o cualquier otro fluido corporal, será multado con 500 libras de frijoles de cualquier color por un periodo entre 6 meses y un año.
Las siguientes regulaciones, con el siguiente cuestionario adjunto, diseñado por el Ministerio de Salud Pública para situaciones excepcionales, deberá cumplimentarse por cada viajero previamente a su ingreso al territorio nacional.
- Una pesquisa rigurosa sobre la capacidad del sistema digestivo nacional lo consideraría como algo valioso, necesario, útil en el contexto actual.
- ¿Considera que el libertinaje alimenticio, llevado a sus máximas consecuencias, debería ser fiscalizado y penado por la Ley, dada su negativa incidencia en la salud de nuestro pueblo?
- ¿Consideraría que la práctica de este libertinaje a la larga pudiera derivar en daño psíquico difícil de revertir?
- ¿Ha participado en alguna orgia alimenticia?
- ¿Piensa que en nuestro país existe una tendencia (por encima de la media mundial) hacia prácticas de exhibicionismo tales como la masturbación en público? Marque SÍ/NO. Si marca SÍ: ¿A qué cree Ud. que se debe?
- ¿Tiene usted conocimiento de que se haya producido casos de masturbación femenina en público? Marque SÍ/NO. Si marca SÍ: ¿El hecho de que haya exclusión de las féminas en este tipo de acto lo consideraría motivado por algún tipo de discriminación hacia la mujer?
- ¿Cree que la participación en orgías alimenticias menoscabaría el prestigio social, dados los valores en que se sustenta nuestro sistema alimenticio?
- ¿Le molestaría que su pareja participara en alguna orgía alimenticia en solitario? ¿Podría, a la inversa, tolerarlo ella si lo hiciera usted?
- ¿Ha contemplado a otras personas participando en orgías alimenticias de las que usted ha sido excluido?
- ¿Se masturba mientras ingiere alimentos? Marque: CON FRECUENCIA /A VECES /NUNCA según sea su experiencia.
- ¿Ha realizado usted alguna práctica pública de exhibicionismo alimenticio? Si NO lo ha hecho, favor señale:
Lo considero dentro del ámbito privado
Lo considero censurable
Lo considero como una fantasía
- El contacto con personas que realizan estas prácticas ¿tiene alguna influencia sobre su conducta alimenticia?
- Aunque hubiera decidido evitar este tipo de prácticas, ¿considera que su vida alimenticia ha sido plena o tiene la sensación de haberse perdido algo valioso?
- ¿Usted educaría a sus hijos libremente en la alimentación alternativa (entiéndase: flores de barro, semen, fluidos vaginales u otros), aunque fuera considerada impropia por la mayoría?
- ¿Piensa que existe una relación entre la opinión política de las personas y su conducta alimenticia?
– Mire, oficial, aquí tenemos esta cámara que se le ocupó al ciudadano, luego de su paso por el control aduanal, por una queja de dolores estomacales. Al pasar por los rayos X tuvo que ser conducido al baño por los compañeros de controles aduaneros donde, después de padecer muchos dolores, defecó una cámara fotográfica.
– ¿Dice usted que defecó una cámara?
– Correcto. Al parecer la traía escondida en su sistema digestivo pero fue detectada por los compañeros de rayos X. Usted sabe la práctica esa que usan las mulas para transportar drogas.
– ¿Y qué alega el ciudadano?
– Dice que él no sabe nada, que la cámara no es suya y que nunca la había visto. Alega haber comido frijoles blancos antes de abordar su vuelo, pero no sabe nada acerca de haber ingerido una cámara. Incluso especula que pudo haber sido puesta en su sistema digestivo para perjudicarlo.
– Compañera, ¿qué tiene todo esto que ver con las regulaciones y las medidas que nos hemos visto obligados a tomar para salvaguardar nuestras conquistas en la batalla contra la pandemia, que es lo que nosotros tenemos que priorizar en estos momentos? ¿Ya este viajero pasó por el control del MINSAP? ¿Se le hicieron las pruebas?
– Afirmativo. De hecho se la acaban de hacer y dio negativo. Lo aislamos como sospechoso por este síntoma digestivo.
– Pero es un síntoma digestivo… no es un síntoma respiratorio .
– Sí, pero pensamos que pudiera estar asociado, nunca se sabe. Por eso lo mandé a llamar a usted. Al analizar las imágenes de la cámara nos resultaron sospechosas.
– ¿Y cuáles son esas imágenes?
– Mire, aquí se ve una serie de personas marchando con banderas. Algunas son banderas cubanas, pero de otras no hemos podido identificar la nacionalidad. Y aquí, en esta otra imagen, se ve algo como una especie de pintura con muchas bolitas azules alineadas que asemeja una escalera. Tiene un comentario al pie de la imagen que dice: “¿Con cuántos kilómetros de bolitas azules se puede satisfacer un sistema digestivo promedio no viciado por los males del imperialismo revolucionario?”
– ¿Y eso que quiere decir, compañera? ¡No existe un imperialismo revolucionario, o se es imperialista o se es revolucionario!
– Sí, Teniente, por eso lo mandé a llamar a usted, porque tenía dudas y no sabía bien qué hacer con este caso…
– Pues usted no debería haber tenido dudas de esa índole. Porque de lo contrario puede que no esté capacitada para las funciones que realiza. Eso es todo. ¿Hay alguna otra imagen sobre la que tenga dudas?
– Sí, Teniente. Aquí está esta otra imagen donde se ve un gallo ejerciendo el derecho al voto en una urna con el escudo nacional, como las que tenemos en nuestros colegios electorales. Si se fija, el gallo tiene un inusual abdomen, muy prominente, como si estuviera embarazado.
– ¿Y eso qué quiere decir, compañera? Los gallos no pueden embarazarse ni poner huevos… Las que ponen huevos son las gallinas…
– Sí, precisamente por eso me resultó sospechoso todo esto y lo llamé a usted.
– Pero… además, eso que usted me está mostrando no es la foto de un gallo… Parece un dibujo de un gallo. Le estoy diciendo que ningún gallo puede embarazarse. O sea, esa imagen no es real; es una imagen manipulada.
– Entonces, Teniente, podríamos procesar al ciudadano por divulgación de noticias falsas.
– Pues mire eso, que ya verá usted cómo encuentra una solución al caso consultando las regulaciones que hemos establecido en esta batalla contra la epidemia… Aunque todavía queda aclarar el asunto de la cámara que defecó el acusado. ¿Es que no tenemos antecedentes de ese tipo de delito en nuestra aduana? ¿Usted llamó anteriormente a la especialista en arte para analizar las imágenes?
– Sí la llamé, Teniente, pero me contestó que eso no era de su competencia y me remitió a los compañeros de la CI.
– Pues remítalo a los compañeros de la CI. Y si ellos no lo aceptan, dele de alta pero con medida cautelar.
– De acuerdo, Teniente. Pero mire, todavía queda esta frase aquí, al pie de la imagen del gallo… Es como una pregunta, pero no la entiendo bien porque está en inglés.
– ¿Y qué dice?
– That´s fair thought to lie between bean’s crowd?
…Etiqueta para un libro de historias de amor y fastidio
Por Miguel Ángel Fraga (texto e imágenes) para Hurón Azul
Mayo 2021
Los cuentos de Haydée Sardiñas pueden olerse y saborearse. ¿Me creería si le dijera que tardé una semana para leer 140 páginas? Reservé tiempo para leer sin prisa. La lectura rápida es insípida y los excesos empalagan. Haga usted lo mismo. Descanse, dese tiempo para catar y hacer que las palabras transformadas en imágenes penetren por sus ojos hasta el paladar. Trague. Las fresas se disfrutan comiéndolas de una en una. No todas las fresas –ni los cuentos de este libro– tienen la misma forma y muchos menos, igual consistencia; hay fresas y cuentos oblatos, cónicos alargados, redondeados y esferoidales. Y lo peor, o mejor, quién sabe, es el inconveniente de los aquenios o pepitas que suelen quedarse entre los dientes cuando muerdes la fresa.
Los cuentos de Haydée, como fresas, se degustan uno a su vez. Muchos son dulces, pero también hay cuentos agridulces o intensamente amargos, irónicos, cínicos… y sensuales. Mientras leía asumía el aviso del principio como etiqueta del envase: coma con cuidado, peligro de seducción, son salvajes.
Sentado, en completa intimidad, bajo la luz de una lámpara que proyecta mi sombra, me detengo en la sugerente portada en blanco y negro, la imagen invertida de una mujer que muestra sus labios y sus dientes justo en el borde inferior de la caratula. Coloco el libro más abajo de mi cintura, sobre los muslos. La boca de la mujer parece respirar, se abre lentamente y yo… comienzo a leer.
Me azora y me gusta la voz masculina que habla a través de una mujer y me convence de la irrelevancia del límite entre lo femenino y lo masculino; los sentimientos se expresan de manera aleatoria sin discriminación. La pansexualidad como panacea desmitifica cualquier especificación de orientación sexual o estado físico del deseo. Lo erótico lo percibo en aquello que me atrae, aunque no sepa si me va a gustar ¿y cómo afirmar que algo no me gusta? Lo que me seduce, lo pruebo.
La primera fresa llega como una película de los años setenta, con Herbert, un periódico de Kansas City, Cora y un helado Nestlé. La descripción me ubica en una ciudad distorsionada, allende los mares, mas la realidad cuántica no tiene geografía. El subconsciente me advierte que esa ciudad innombrable puede ser la mía. Advierto con timidez La Habana al degustar la segunda fresa. La voz del narrador con “agilidad de ninja” me introduce en un mercado negro nada menos que en el cementerio chino. Y aunque los personajes se empeñen en nombrarse Dick, Lucy, Jane, Harold, Jenny… transito sobre el puente Almendares, me siento en uno de los bancos del parque de G, penetro en un cuchitril de Centro Habana y hasta paseo por el Malecón. ¿Cuál es la intención o propósito de esta presunta americanofilia que descentraliza y al mismo tiempo contextualiza los ambientes? La enajenación, la isla, la música que a uno le gusta escuchar, los libros que se leen a escondidas, las tendencias, el rock… ¿son acaso formas encubiertas para expresar limitaciones, represión o auto represión, tal vez el anhelo de vivir en otra parte? Los personajes están descomprometidos, son buscavidas e inconformes que deambulan lejos de la máxima socialista que reza “cada quién su capacidad, cada quien su trabajo”. En la resiliencia percibo “cada quien su posibilidad, cada quien su destino.”
En medio de esto, por oposición, aparecen “Negros pensamientos”, contradicción que deviene en lección de vida. ¡Cómo rechazamos el milagro y la buena fortuna cuando nos sugestionamos con prejuicios, miedos, carencias y autocompasión! ¿Quién puede sentirse desamparado caminando junto a un negro grande? Y en esta vorágine me acojono con los títulos que se entrelazan como aislados chubascos que mueren de ganas junto a una ventana rota –sin recortes del Paraíso.
Una fresa más. La historia de Marcia y la protagonista la siento gráfica, como un cortometraje. Hay sensualidad en la madurez, el deseo y la abulia. La esperanza de salvar lo que se va muriendo… El narrador describe mi cotidianidad sin hablar de ella.
Me gusta como escribes, le dije a Haydée. Tu lenguaje es directo, sin pedantería literaria ni citas en francés. Me gustan los cuentos que se leen sin pausa y se tragan como fresas. Disfruto cuando no soy apabullado por la erudición que trasciende mi tolerancia. Al nivel en el que me encuentro, me basta con apreciar la claridad del lenguaje y el oficio del escritor.
“Fresa Salvaje para siempre” es un libro que alteró mis sentidos. Me llenó de imágenes que aún permanecen en el subconsciente. Los olores que respiré alcanzaron registros desde el sensual perfume de mujer, su sudor, hasta lo nauseabundo de los contenedores de basura. Saboreé un helado y saboreé pastillitas azules, semen y cenizas. Los sonidos me embaucaron y el tacto me hizo una mala jugada. Comí y me manché de fresas. Al final caí en cuenta que todo buen escritor es un impostor. Dejo el libro sobre el velador. La lectura ha terminado, pero a ratos recibo flashes de alguna historia incómoda. Retomo el libro y lo abro en cualquier página, todo refiere a mi Habana y busco por el placer de hallar alguna botella del cementerio que contenga la esencia que me satisfaga. Encuentro plenitud, ilusiones infundadas, autoengaño, angustia, franqueza involuntaria. ¿Es este el sueño que quiero soñar? Cierro el libro y la mujer de la portada insiste en mostrar sus labios. Todo es asunto de percepción, mi percepción, lo que yo quiero sentir y ver: si una imagen en el papel o la boca de esa mujer.
Cojas amistades
De Jorge Carpio
Ilustrador: Luis Trápaga
Para Yallier; y para Frank in memoriam; cojos amigos.
El tribunal provincial sentencia al cojo J a cuatro años de privación de libertad por el delito de “atentar contra los poderes del Estado”. ¿Cómo se le ocurre blasfemar de esa manera? El alegato también asegura que la irresponsabilidad del acusado ha puesto en peligro al país. El enemigo siempre está al acecho, aboga el juez, que en nombre de los miembros del tribunal todo felicita al cojo C y demás autoridades presentes. Los llama compañeros ejemplares, dignos de una medalla por haber hecho la denuncia en el momento preciso. Luego el fiscal en persona añade, en tono más didáctico que jurídico; y en eso coincide con el abogado defensor: consideran que ha sido un juicio ejemplarizante; que ese tipo de comportamiento no se puede tolerar: hay que salirle al paso con firmeza, en el lugar y momento adecuados.
Tras la conclusión del proceso, el auditorio se pone de pie y prorrumpe en un aplauso fervoroso. En repetidas ocasiones un líder autodesignado, -en este caso el cojo C-, proclama consignas patrióticas que son coreadas con igual exaltación por los demás asistentes. El momento lo amerita, así que los ánimos individuales enardecen el ánimo colectivo, y viceversa, y la ovación se prolonga durante unos minutos hasta que se va diluyendo poco a poco, y sólo queda flotando en el aire el murmullo viciado del público que se retira satisfecho. La certeza del juicio ha cumplido las expectativas trazadas, el beneplácito unánime de los asistentes lo demuestra con creces. Otra vez, una vez más, se alcanza una contundente victoria sobre el enemigo interno y externo.
Un par de ujieres colocan las esposas al cojo J. No lo miran a la cara ni hablan con él, está prohibido, pero hacen comentarios entre ellos. Uno dice que la suerte es que aquí, en clara alusión al sistema penitenciario nacional, no se utilizan las esposas de piernas como en el sistema americano, que él ha visto en la película del sábado. Los grilletes en las canillas hubieran sido un problema con este sujeto, aclara el ujier. Luego hace un gesto de desprecio con los labios y señala al cojo J. Menos mal, responde el otro, más concentrado en su tarea que atento al comentario de su compañero, y sigue dando tirones a las esposas oxidadas que coloca en las muñecas del detenido. Cuando el ujier tira, hacia arriba y hacia abajo con firmeza, el cojo J siente el latigazo metálico que sube desde las muñecas hasta los hombros, y en lo más profundo de su alma se caga una y mil veces en la mismísima madre que lo parió, y también en la del ujier. En más de una ocasión tiene deseos de gritar que lo suelten, le duelen las manos, las tiene hinchadas. Está a punto de romper en llanto, mira hacia todas partes en busca de un rostro compasivo, pero nadie se apiada de él. Aunque hace muecas de sufrimiento, tiene que aguantar como el macho que es, lo sabe, y se anima compungido.
Dos o tres pasos después el cojo J se detiene. Los ujieres también se detienen y lo miran asombrados. Rápidamente activan el sistema de alarma como dispone el reglamento. Recorren con la vista la sala en busca de algún alboroto, una componenda organizada para liberar a aquel reo peligroso. Pero no detectan ningún movimiento inusual, el público asistente sigue en retirada todavía eufórico por el dictamen del juicio. Durante años de servicios en esa audiencia, ni en ninguna otra del país, que ellos sepan, un condenado ha osado detenerse camino a prisión. Más bien, después del veredicto apresuran el paso como si quisieran ganar tiempo; parece que pensaran: de lo malo es mejor salir rápido. Lo antes dicho entra en una lógica particularísima del entorno tropical, filosofan a su manera los ujieres, que también hablan del voluntarismo innato de los insulares para el cautiverio. ¿Pero qué le sucede a ese desahucio, listo para aguardar años tras las rejas?, se preguntan ahora más sorprendidos que alertas, y siguen hablando. Durante el proceso los ujieres han estado indignados. Ningún mercenario merece clemencia, repiten a modo de consigna, no se puede admitir semejante actitud, hay que aplastar a esos gusanos como a cucarachas. Pero cuando se fijan bien en el cojo J comprenden la razón de la demora. Se hacen otra mirada y amenazan con reír de su falsa alarma, es imposible que alguien intente escapar; es sencillamente un desatino; y menos un cojo; a entender de ellos el sistema es infalible incluso para personas que disponen de ambas piernas.
Todo está en orden y los ujieres vuelven a la calma. No hay de que alarmarse, pero sujetan con firmeza al cojo J, temen que ese caso inusual, adefesio de persona, se desplome en medio de la sala y el éxito del juicio termine en un fiasco, otro escándalo más en las redes sociales. Deben mantener la imagen ante la opinión pública, es la orden recibida. Pero prometen, ahora más indignados, que en cuanto les echen el guante a los demás mercenarios, esos hijos de puta, los que aparecen a menudo por internet, la van a pasar peor que este maldito cojo. Éste está jodido y ya ha sido sentenciado, dice uno de los ujieres, y chasquea los labios como si se apiadara del acusado. El otro lo interrumpe con un ademán brusco, mira al cojo J, y con desaire en el tono de la voz habla de medias personas. ¿Cómo alguien imperfecto, -y aquí hace énfasis en la mente del detenido, también coja-, se arriesga a decir lo que afirmó este cabrón? Hay que tener valor o estar loco, concluye el ujier que sigue malhumorado.
Por su parte, el cojo J mantiene la serenidad. No escucha los comentarios referidos a su persona, o al menos no se da por aludido, se empeña en olvidar el dolor que le causan las esposas en las muñecas. Además, está acostumbrado a recibir insultos hostiles, soeces o mal intencionados, como que los cojos son hijos del diablo; y entre una diversa gama de discapacitados, cada uno con sus particularidades, que los cojos son las más perversas de las maldiciones, y así por el estilo.
Luego de buscarlo con la vista, el cojo J encuentra al cojo C entre la multitud en retirada. Su amigo continúa sentado en el mismo banco con el bulto guardado en la mochila sobre el ñongo de la pierna mutilada. En ningún momento, ni siquiera cuando tiene que testificar, suelta aquel paquete notorio que protege con esmero. El cojo J y demás asistente se preguntan qué diablos lleva ese otro cojo en la mochila, pero nadie sabe. Es un misterio. Cualquier cosa, piensa todo el mundo.
El cojo J trata de levantar el brazo en señal de despedida pero las esposas se lo impiden. ¡Caramba!, protesta por el inconveniente. Ha olvidado su condición de recluso y lo lamenta al sentir otra vez el latido metálico en las muñecas. En cambio el cojo C, que no le quita los ojos de encima, levanta su brazo libremente y le dice adiós.
-No te olvides de lo nuestro -grita el cojo J.
-No te preocupes -responde el cojo C, todavía con el brazo en alto-. Lo tuyo está garantizado –añade, y queda contemplando como lo retiran de la sala. También mira el bulto, siempre a buen recaudo sobre el ñongo de la pierna, sonríe y lo aprieta con más fuerza.
Mientras, el cojo J sigue con un monólogo que parece no tener fin. Habla y habla y no hace caso a los ujieres que lo obligan a continuar casi arrastras. Los mira con una furia implacable: se salvan porque él no tiene las muletas a mano, se las incautaron el día que lo detuvieron. ¿Y por qué no se le ha ocurrido antes?, durante la velada debía haber indagado por ellas, o al menos haberlas mencionado. La ausencia de muletas, más que su pierna inexistente, pudo haber sido un mejor atenuante para su defensa: ¿de qué forma él se va a desplazar en esas prisiones infectas de delincuentes y bugarrones? Incluso con muletas, entre tantos malhechores, su paso, por muy firme que sea, será en falso y desde que ponga el pie en la celda estará tirado por el piso, o quién sabe si en una posición más ignominiosa. Entonces el cojo J increpa a los ujieres: déjenme tranquilo, cojones, grita, mientras se zarandea igual que un poseído. Parece que se va a caer pero milagrosamente mantiene el equilibrio, y en un acto considerado audaz por los presentes, dice a viva voz a su amigo que recuerde elegir zapatos de norma ancha, que por favor tenga en cuenta su otro defecto; siempre que adquieren zapatos, el cojo J recuerda su otro defecto. Acuérdate del juanete, coño, reitera en un grito ahogado por el dolor de la ausencia.
El eco del grito retumba en la sala, pero los asistentes que quedan retrasados no lo echan a ver: la sentencia ya está dictada y por suerte es irrevocable.
El cojo C, por su parte, se cuestiona en silencio la irreverencia del cojo J. Si ya ha sido sentenciado por qué es tan insolente. Igual da por descontada su petición, -aunque nunca lo ha mencionado, él también padece de aquel otro defecto-, y siempre gestiona zapatos de norma ancha, se dice, y vuelve a mirar el bulto que aún aprieta contra el cuerpo. Al cojo C, y eso lo tiene atento, más bien a la expectativa, le ha llamado la atención la forma en que los ujieres conducen al acusado, lo llevan agarrado por los sobacos, como un fardo dando salticos hacia la puerta trasera del recinto. El hecho en sí es extravagante por no decir grotesco. Ante aquel espectáculo inusual, cree que no hay nada más ridículo en el mundo que un cojo dando salticos entre ujieres. El cojo C lo piensa mejor y tiene que llevarse la mano a la boca para contener la risa que ya afloraba en sus labios. Apenado, recorre la sala de una ojeada; por suerte nadie lo estaba mirando. No es correcto esa desfachatez ante el público que se retira disciplinado, se dice, y reprime su actitud.
Pero pensándolo bien, este no es ni será su caso, qué coño, se dice igual. Aunque le falte una pierna, incluso aunque le falten las dos, por alguna u otra desgracia, él es un hombre íntegro, un revolucionario cabal, y nunca va a incurrir en el desliz en que ha caído el acusado.
***
El cojo J y el cojo C se conocen años atrás. Es la época en que todavía anhelan que la desaparición de sus piernas se puede solucionar o al menos encontrarán, siempre con paso firme, la forma de ser felices. Viven relativamente cerca uno del otro, aunque no se conocen; no han tenido el honor, a decir de ellos. Pero una tarde apacible, de cielo despejado y sol radiante, coinciden en la barbería del barrio. Llegan casi al mismo tiempo, a dos o tres pasos de muletas de diferencia, como si se hubieran puesto de acuerdo. El cojo J le da el último de la cola al cojo C o el cojo C se lo da al cojo J, no lo recuerdan pero no es tan importante y se sientan, uno al lado del otro.
Al principio evitan mirarse, fingen estar entretenidos con el pelado de turno que hace el barbero. Pero al rato no lo pueden soportar y con disimulo se detallan por lo más elemental visible, o invisible, de sus cuerpos mutilados: el vacío de la pierna que les falta. Luego se fijan en las muletas, -es costumbre arraigada entre cojos reconocerlas durante el primer encuentro-, y finalmente se concentran en el zapato que traen puesto en el pie palpable. Ese día el cojo J lleva un tenis Adidas gastado, casi listo para tirar a la basura, y el cojo C luce un Nike lustroso, al parecer acabado de estrenar. Es probable que hasta calcen el mismo número y vuelven a mirarse; sobre todo el pie visible. Tras la ojeada de reconocimiento quedan convencidos de sus dimensiones porque sentados y todo, miden más o menos la misma estatura. ¿Y qué?, dice el cojo J. Bien y tú, responde el cojo C; mientras se hacen un movimiento de cabeza y una sonrisa de aceptación.
La ocasión es propicia y se estrechan la mano. A partir de entonces conversan como si se conocieran desde siempre. Pero antes, incluso antes de presentarse por sus nombres, -tampoco lo pueden evitar-, indagan por la talla de pie que calzan. ¿Qué número tú usas?, pregunta el cojo J, al tiempo que señala el Nike existente de su compañero. El siete y medio, responde el cojo C, que vuelve a mirar con menosprecio el tenis Adidas gastado.
Desde el inicio también advierten otro detalle de sus cuerpos incompletos, y ahora lo toman en cuenta: cojean de piernas diferentes, al cojo J le falta la derecha y al cojo C la izquierda. Mirándolo desde una perspectiva individual y a la vez de conjunto, de eso no caben dudas, cada uno es el otro o en términos más filosóficos, la contraparte del otro.
Muchas coincidencias, y han quedado sin palabras, pero ninguno de los dos cree en casualidades. Un inicio de relación entre impedidos físicos; al parecer casual más que causal; pinta a las mil maravillas para vaticinios esotéricos. Pero tampoco es el caso de ellos, que con más certezas que dudas auguran el comienzo de una amistad duradera o al menos de una compañía permanente. Hasta que la muerte nos separe, piensan a modo de conclusión. Entonces es que se presentan por sus nombres de pila:
-Llamadme J –dice el cojo J.
-Y a mí, llamadme C –dice el cojo C, que igual responde con ingenio culterano la broma de su nuevo amigo.
***
Desde que quedan mutilados, aún adolescentes, añoran su encuentro. Esa tarde, con indicios de lágrimas en los ojos confiesan detalles de la ansiada búsqueda. Cada uno ha fantaseado a su manera: la parte alejada existía en algún sitio de la ciudad, de eso siempre estuvieron seguros. Igual lamentan haberse buscado con desespero, los justificaba la premura juvenil por ver sus cuerpos completos. Tal vez la prisa haya sido la causa de que hubieran demorado en encontrarse: en cuanto veían a un cojo detenían las muletas, abandonaban lo que estuvieran pensando y reparaban en sus atributos, sobre todo en el pie existente y en el zapato que usaba.
J dice que buscó su pierna perdida por las azoteas. La separación de un miembro importantísimo como una extremidad debía estar en las alturas, más cerca de Dios que las otras partes que componen el cuerpo. Cuando pasea por la ciudad se enternece mirando para los techos. Esa obsesión se ha convertido en costumbre y más de una vez es testigo de escenas fortuitas que lo llevan a juegos más fantasiosos. Nunca lo ha comentado, no había encontrado a alguien digno de escuchar sus experiencias, pero ahora que se presenta la ocasión lo dice sin miramientos y sonríe con malicia. Por su parte, C sostiene con argumentos precisos que su pierna ausente ha ido a parar a lugares bajos. Privarlo de una extremidad es un golpe bajísimo que le ha dado la vida; y él jamás lo perdonará; por lo cual la nefanda pierna no puede encontrarse en otro sitio que no sea, dígase una cloaca o un sótano en el mejor de los casos. Las piernas son las partes más cercanas al suelo, dice afligido. C ha buscado su extremidad, aunque ya sin esperanzas, un pesimismo punzante lo embarga, por cuanta oquedad ha encontrado a su paso asimétrico.
Pero ahora están uno frente al otro. Pueden complementarse: con la pierna existente, antaño desaparecida, forman un todo como cualquier otro cuerpo humano. Ahora no solo son J y C, sino que definitivamente se han convertido en algo más completo: en JC.
Pasada la emoción del encuentro, J y C, (si se prefiere desde este momento JC), como caballeros iniciados en una orden secreta, se dan un abrazo sostenido. Después, con la persistencia del mismo ritual garboso, están contemplándose un rato más. Continúan agarrados con fuerza por los hombros, parece que sostuvieran el mundo, y con lágrimas que brotan a borbotones de sus ojos se miran sorprendidos de que puedan mantener el equilibrio. Comprueban que en ese intervalo de apoyo mutuo no necesitan las muletas. Es un placer andar como si se tuviera pierna propia, pero también sienten una imaginada nostalgia por tener que abandonar aquellos instrumentos, extensión necesaria, ya convertidos en parte de sus cuerpos. Luego sacan sendos pañuelos, para más coincidencia del mismo modelo aunque difieren en el color: el de J es azul y el de C rojo. Al ver la combinación, -¿casual?- en prenda tan higiénica, ríen con desparpajo y sin pudor alguno, secan las lágrimas que ya ruedan por sus mejillas.
J y C aprovechan la demora en la barbería. Discuten el pacto, para garantizar el futuro que siempre es incierto, anotan en la presentación. Se explican hasta el esclarecimiento definitivo que, a partir de entonces, cada vez que compren un par de zapatos intercambiarán el que les sobra, o mejor el de la pierna inexistente; que para el caso se trata de lo mismo, anotan en la conclusión. Dispuesto ya el reglamento, factores en activo de la zona estarán al tanto de que cumplan con lo establecido: no importa si los compran o es el resultado de una donación. J y C están conformes con lo pactado y juran solemnes, siempre con la vista clavada en el tenis que lleva cada cual. En un trozo de papel, cortesía del barbero, testigo único y principal, estampan sus firmas y anotan la fecha.
Posterior al estrechón de manos protocolar, quedan pensativos. Cada uno, en silencio, procesa los contenidos debatidos durante el pacto. Evalúan los pros, que a simple vista son muchos, y no encuentran ningún contra. El tratado es perfecto: un par de zapatos se convierten en dos y dos costarán el precio de uno, así de sencillo reza el algoritmo. El ahorro de dinero va a ser significativo, pero la mayor satisfacción, lo que verdaderamente los conmueve, la hallan en el goce espiritual de que exista, y hayan encontrado en la realidad, el pie que ocupará el zapato sobrante. De modo que sienten una alegría indescriptible; sobre todo J, que no deja de mirar por el rabillo del ojo el Nike casi de estreno de su amigo. En ese aspecto el entusiasmo de C es discreto; aunque pensándolo bien, aún gastado, se trata de un Adidas, su marca favorita.
Ansiosos por salir, de vez en cuando J y C se miran por el espejo de la barbería y sonríen. Tampoco ha sido casual que le hicieran el mismo pelado. Lo aprecian en la mirada complaciente del barbero que calcula con ojos de profesional la cabeza de uno y otro. Cuando les llega el turno a cada cual, dicen estar satisfechos: es lo último de la moda en corte de cabello. Y como muestra de refrendación, añaden emocionados que el inicio de una amistad tan significativa tiene que coincidir, por naturaleza, con un cambio de look. Dan las gracias al barbero, también lo estrechan en un abrazo sentido, y contrario a su estigma de cojos dejan suntuosas propinas.
J y C salen emocionados a la calle, dispuestos a celebrar el acontecimiento. Aún es temprano y se dirigen a una cafetería más o menos a la misma distancia de la casa de ambos. En asuntos de equidad espacial, detalle importantísimo entre minusválidos, también han acertado: la amistad comienza con buen pie. J y C andan el resto del camino a la par; habladores y risueños como de costumbre; uno al lado del otro, hombro con hombro, o mejor dicho, muleta con muleta.
-¿Cómo te gustan a ti las mujeres? –pregunta C, a la vez que mira la cara repleta de orgullo de su nuevo amigo.
-A mí me encantan las negras culonas –responde J sin pensarlo. Hace un giro con la cabeza, necesita comprobar la reacción de su compañero, seguido por una carcajada que retumba en el vecindario de paso.
-Qué bien –dice C. A mí me gustan las rubias-, y continúan riendo durante unas zancadas más. Seguidamente inician un debate sobre gustos mujeriles y cualidades femeninas, que los mantiene entretenidos el tiempo de desplazamiento.
El tic tac del plástico de las muletas suena acompasado sobre el pavimento, pero el ruido no interfiere la fluida conversación que han establecido. J y C hablan y se oyen perfectamente; en cambio los otros transeúntes, por mucho que se aproximen o agucen el oído, no pueden captar el diálogo entre ellos. Y es en ese detalle cuando sienten, por primera vez en sus vidas, -y a partir de ahora ya es histórico en ese tipo de mal-, que la cojera sirve de algo edificante. Lo que ha sido una barrera a lo largo de su existencia, en unos minutos de compañía se ha convertido en un muro de seguridad, como muralla infranqueable, que no los puedan escuchar en una ciudad abarrotada de chismosos resulta una ventaja de incalculable valor, y una vez más se alegran.
J y C comen y beben cerveza en abundancia. El dueño de la cafetería acompañado del personal de servicio, los sacan casi a rastras pasada la media noche. Tienen inconvenientes mientras ejecutan la operación de auxilio, a causa del alto grado etílico de aquellos clientes insólitos, y por su deficiente experiencia en manejos de minusválidos. Llaman un taxi y los envían de regreso a casa. Ambos cojos, a partir de ahora amigos para siempre, han bebido hasta derrumbarse de sus propias muletas.
***
Veinte años después, J y C mantienen la amistad del primer día. La unión, inseparable en todo momento, con los años se ha hecho famosa en el barrio y en la ciudad, y va en camino a extenderse por el resto del país. El populacho los llama los cojos de la cerveza, y ellos ríen: el mote les hace justicia.
Acuerdan celebrar el aniversario, como el primer día. Se trata de una fecha cerrada, nada más y nada menos que veinte años, que no se cumplen todos los días, dicen orgullosos. Pero el tiempo ha pasado, con crueldad; y luego también dicen, con nostalgia: peinan canas y han echado una barriguita que achacan más que todo a la ingesta desmesurada de cerveza. Hacen la reservación a tiempo en un restaurante de reciente apertura en la ciudad, lo último en novedades culinarias, con mucho más glamour que la cafetería del encuentro original. La ocasión lo amerita y encargan un cake con sus respectivas veinte velas. No importa lo que cueste, dicen.
Un empleado vestido de esmoquin, el maîtres en persona, espera por ellos en la entrada del restaurante. J y C se bajan de un flamante taxi negro que alquilaron en una agencia de protocolos. El maîtres queda atónito con la presencia de aquellos dos seres incompletos, como una aparición diabólica, piensa, y cruza los dedos en señal de protección. El parecido entre ambos es significativo, y también usan la misma marca de zapato, aunque en piernas diferentes. Luego el maîtres se calma, pero queda meditabundo: el restaurante dispone de sillas para niños pero no de implementos para trasladar cojos. Le vuelve el alma al cuerpo cuando los ve echar mano de las muletas y desplazarse como andarines empedernidos. Ante la mirada expectante de los empleados, los conduce a la mesa asignada, y ellos se sientan en sendas sillas que les ofrece una joven camarera, igual de elegante y olorosa.
La joven da las buenas noches y anuncia la bienvenida. J y C devuelven el saludo y dan las gracias por tanta atención. Los olores, de agradable esencia, los extasía, sobre todo el aroma de sándalo que inunda la sala, cuando aparece de imprevisto el cake con las veinte velas. Es la primera sorpresa de la noche. Demasiado dulce para dos, pero es la medida que los clientes encargaron, dice la joven. Después llega un séquito de otros camareros, se despliegan como dispuestos para una emboscada, y los rodean en silencio. Los cojos miran alrededor y de inmediato a las muletas, más al alcance de la mano que de los pies, tanta gente junta próxima los pone nerviosos. Pero vuelven a la calman. La camarera pide tranquilidad a los clientes y a la sala, que dejen el nerviosismo, y anuncia que comienza la ceremonia de felicitación. Enciende las velas y ordena que apaguen las luces que perturban el encanto del convite. Acto seguido, en un coro muchas veces ensayado, la comitiva le cantan el Happybirth day.
Con ayuda del personal de servicio, J y C pican el cake y brindan con champán, cortesía de la casa. Apenas prueban el dulce: está riquísimo, dicen. Tras estudio minucioso de la carta eligen los platos más exquisitos, nada de arroz ni frijoles, eso lo dejan para la casa, ordenan mariscos: camarones y langostas. Tampoco beben cerveza; para acompañar piden un vino blanco exquisito, recomendación del maîtres.
-Cómo va lo de la prótesis -dice J, y se pasa la servilleta por los labios.
-En eso estoy, responde C, que sigue con la vista a la camarera. Luego dice que sus parientes de Miami ya se la compraron; carísima, por cierto; en unos laboratorios farmacéuticos; famosísimos, por su calidad; que radican en San Francisco. Pero no dice que ya la tiene en la casa, y que ha estado haciendo pruebas de adaptación.
Continúan disfrutando de la comida y del vino. Piden otra botella. Aprovechan el ritual del descorche y se fijan de nuevo en el local. Tanto lujo corresponde a la apertura que está teniendo el país, convienen; y entonces C habla de cambios necesarios: es el tema actual. Y más en la vida de un cojo, ser indefenso donde los haya, agrega, y habla con emoción de los ejércitos de cojos que han transitado por la Historia.
J lo escucha con atención. Piensa en las palabras de su amigo. En parte tiene razón, y a decir verdad, no le interesa mucho que C use una prótesis, hay que cambiar, aunque le molesta que incumpla con lo convenido.
-¿Y el pacto? –pregunta.
C vuelve a desviar la vista hacia la camarera que se acerca a las mesas del salón. J insiste.
-La dialéctica –responde C. Aunque no sabe por qué ha mencionado esa palabra que considera excelsa.
J no entiende qué ha querido decir C con eso de la dialéctica. Está confundido; desde que se enteró de su decisión de utilizar la prótesis, lo perturba lo difícil que se le hará de ahora en lo adelante conseguir zapatos; y sobre todo, encontrar otro cojo con la misma característica de su amigo.
-¿Qué significa cuando te refieres a la dialéctica? –pregunta más extrañado que molesto.
De momento, C tarda en responder. Busca otra palabra más adecuada que aclare la situación, pero no encuentra ninguna:
-La dialéctica, ¿no sabes qué es la dialéctica? –pregunta en un tono áspero.
J queda pensativo. Se molesta por aquella respuesta en forma de pregunta que le hizo su amigo. -La dialéctica es una mierda –responde al rato en un tono también áspero. Qué se cree éste, piensa. C ha dicho algo que no viene al caso, y repite ahora más indignado, casi en un grito-: La dialéctica es una mierda, compadre-, y se lleva la copa de vino a los labios.
El grito estalla en el silencio del restaurante. Los demás clientes dejan de comer y los miran. La discusión sube de tono. Primero acude la joven camarera, que no es entendida en el tema que debaten pero la motiva la porfía sobre asuntos de tanta envergadura, y queda estática frente a ellos. Mira con atención la cara de uno y otro contendiente. La pelea está a punto de estallar en el momento en que aparece el maîtres con el séquito de camareros. Intervienen cuando los cojos empuñan las muletas, y a duras penas logran detener la trifulca. Minutos después llega la policía.
***
La sala de juicios ha quedado vacía; solo C permanece sentado en el mismo sitio. Los ujieres, a cada lado de la puerta del recinto, esperan por él. Lo disimulan pero están impacientes. C indica con una señal que aguarden, necesita hacer una operación de suma importancia. Los ujieres no responden, pero no lo pierden de vista. Cuando C abre la mochila aguzan la mirada y se llevan la mano al arma de reglamento que portan en la cintura. C desempaca el bulto con cuidado, también sin perderlos de vista, alza el brazo y muestra una flamante prótesis, como trofeo de competencia. Los ujieres quedan perplejos por el deslumbre de aquella parte del cuerpo, para ellos extraña, que parece un juguete. No hablan, pero piensan que esa prótesis tiene más encanto que una pierna normal; porque de seguro es de importación. Incluso, si este cojo hubiera sido el detenido, piensan, no hubiera habido problemas para el uso de los grilletes que aparecen en la película del sábado. Es más, a ellos les encantaría que hubiera sido éste el acusado. A su vez, C ya se ha colocado la prótesis en el ñongo de la pierna, se pone de pie casi de un salto, y da unos pasos de calentamiento en el lugar. Luego avanza ligero, con andar natural, rumbo a la puerta de salida. Los ujieres despejan el camino, –sospechan que aquel individuo de desplazamiento atlético pueda echar a correr en cualquier momento-; y de paso, no menos asombrados, se fijan que lleva en los pies unos tenis Adidas, como acabados de estrenar para la ocasión.
La Habana, mayo 2021
LA NOCHE, por Daviel Prieto Olay
Taller Literario “Tras las rejas del poeta”
Ilustraciones de Luis Trápaga
Ambos somos locos. Eminentemente locos. Él tiene una cicatriz en el rostro. Hace mucho tiempo, cuando en una riña del pasillo, le arrebató la chaveta al flaco de la esquina. Mi rara marca en la parte izquierda del pecho viene de una calentura, con mi prima del campo durante mi adolescencia.
No puedo decir que tenemos dulce el alma ni la mente, algo horrible que nos aleja un tanto de la belleza. Tanto los suyos como los míos son ojos llenos de
rabia y resignación enfrentados a la situación del entorno. Eso nos ha unido por largos años de encierro. Quizás por el desprecio que sentimos el uno al otro por nosotros mismos.
Nos conocimos una mañana en el patio solar, mientras hacíamos ejercicios para avivar el cuerpo y moretear un poco la piel. Nos examinamos sin gracia, pero con rara curiosidad; allí nos dimos la primera ojeada, nuestras respectivas miradas de complicidad.
En las celdas todos estaban de a seis. Otras eran de nueve y las más grandes para treinta y seis reclusos. Las literas de tres camas de hierro parecían un vaivén sobre el piso de granito toda la noche. Eran auténticas parejas de viejos presidiarios que se amaban como locos, entre la angustia, el amor y el desamor tras las rejas; esposos, novios, amantes, transgresores de la ley. Atados de la mano a la deriva del tiempo. Solo Ángel y yo teníamos las manos sueltas, crispadas a la cintura sin soltarnos.
Nos miramos con detenimiento, con solvencia, sin reparo. Recorrí la hendidura de sus pompas con el enorme desparpajo que daba mi símbolo lingual desaparecido en sus adentros. Él, sonrojado, mugía como gata en celo.
– Me gustó que fuera dura- dijo. Has inspeccionado mis entrañas cual hojarasca en bosque ajeno. Me gusta tu barba, cómplice de subversiones policiales.
Llegada la hora entramos donde más queríamos. Él se retorcía a los bombardeos continuos de mi bomba presidiaria.
A la mañana siguiente nos sentamos en mesas distintas. Las aulas del Combinado del Este eran destinadas a los más jóvenes. Para sopesar la situación aprobaron que los de más años se unieran a nosotros como ejemplo de perseverancia. Un viejo sentado al lado de un joven. Solo eso nos separaba un par de horas al día dos veces por semana. Él no podía mirarme. Le daba celos verme sentado con otro, pero yo, aun en la penumbra del local y la oscuridad del día lluvioso rozaba de reojo su negra cabellera encrespada, su oreja colorada ante la mirada penetrante de su amado. Era la mirada de su lado virginal.
Durante dos horas admiramos las respectivas bellezas de cada uno, a pesar de la distancia prudencial. Un guardia, vestido totalmente de verde, uniforme ajustado y bastón enarbolado descubrió como espantajo la complicidad del entorno.
– Oye, tú, interno. Póngase de pie. ¿Cuál es su insistente mirar al interno de la fila dos?
– A usted le importa, o quiere que lo mire a usted- le dije.
Solo sentí el duro golpear de mi cabeza sobre el piso de granito. Ahora, en una cama del Hospital, la cabeza vendada y doce puntadas en el rostro. El guardia de pie frente a mi cama en espera de que me recupere para arremeter nuevamente su embestida brutalidad. El guardia se sobaba el paquete a cada instante mostrando su hombría ante un pervertido encarcelado.
– Yo te voy a dar miradas furtivas a los demás, cabrón. No te imaginas lo que te espera. Un 47 es poco para maricones como tú.
– ¿Qué cojones voy a hacer yo en el 47? Ahí debes ir tú por abusador. Te luces porque estás vestido de verde, pero deja que salga y te coja en la calle, cabronzón de pacotilla. Tú vas a saber lo que es dar bastonazos a un indefenso. Lo que tienes es envidia porque no eres capaz de admirar lo bello como nosotros, que, aun perdiendo la libertad, no perdemos el gusto y el amor.
– Cállate.
– Oyeeee
– Que te calles he dicho.
– Ja, ja, ja. Yo gozo con tu sufrimiento. Estás loco por cogerme el tolete y no tienes más que conformarte con el bastoncito negro ese en la mano. Ja ja ja ja ja ja ja. Rinoceronte con cabeza, so´a podrío. ja ja ja ja ja ja ja
El guardiecito se abalanzó sobre la cama y me arrancó de un solo tajo parte de la venda. La herida comenzó a sangrar como si fuera hecha en el momento.
Una enfermera chaparrita corrió a socorrerme. –¡Firme, soldado! Salga inmediatamente de la sala. ¡Salga!
– Pártelo en dos, enfermera. Pártesela. Sin tener piedad, que él no la tuvo conmigo.
– Me pregunto qué suerte habrías corrido si y no estuviera de guardia hoy en la sala. Normalmente la jefa de turno, que le tocaba hoy, es su novia, pero es tan perra como él. No se dan tiempo ni para ellos mismos.
– Ah, ahora entiendo su carácter lacónico y pervertido.
– Ya estás de alta, Rodrigo. Puedes regresar a tu Destacamento. Llamaré a un guardia para que te conduzca. Yo les acompañaré. Aquí están las instrucciones del médico. Debes seguirla al pie de la letra.
La esperé a la salida del hospital. Caminé unos metros junto a ella y el guardia de conduce. Cuando llegamos al edificio 2 ella se detuvo y me miró. Tuve la impresión de que me vacilaba. La invité a que charláramos en la enfermería, y aceptó.
La sala estaba llena, pero en ese momento se desocupó una cama. A medida
que pasábamos entre los guardias y reclusos de conduce, quedaban a nuestras espaldas las rejas, las miradas y comentarios de chismes.
Mis antenas de seguridad biológica están adiestradas para captar la curiosidad enfermiza de guardias y presos, ese bruto sadismo que llevan en el rostro, pero mis oídos alcanzan para registrar murmullos, comentarios, risitas y falsas carrasperas. Es como para pegarle un manotazo en la cara, pero no vale la pena. Es mejor ignorarlos y el premio será más grande.
Nos sentamos al pie de la cama que me tocaba a partir de ese momento, no sé cuántos días o semanas. Nos trajeron las ropas de cama y el pijama de paciente. También, pedimos firmar el libro de entrada, si no, es como si nunca hubieras estado allí: lo mismo pueden matarte que desaparecerte sin que nadie sepa de uno. Te dan por fugado de la prisión, o apareces ultimado junto a una cerca acusado por intento de fuga. Si es que alguien vuelve a saber de ti.
— Prométame no tomarme como un loco.
— Jamás pensaría eso. ¿Y tu novio?
— Míralo al espejo que está frente a nosotros. Está a mi lado. ja ja ja ja ja ¿Lo intentas? Hay mucha posibilidad de meternos en la noche. En nuestra noche. Sí, hacerla nuestra en la total oscuridad del silencio. ¿Me entiendes?
— Eso intento. Te preguntaba por el chico de las miradas. Lo leí en tu historia clínica.
— ¡Tienes que entenderme! No es que sea mi novio, novio. Es mi amante amigo. Aquí, si no lo tienes, se te encoge el rabo y la mente, de manera que no vuelves a verlo nunca más. Son veinte años que estaré preso perdiendo toda la juventud. Tengo 22 años y ya llevo cuatro aquí. Cuando salga no tendré ni familia y nadie querrá saber de un expresidiario. Lo total oscuro de la vida. El hombre tiene que saber amar al cuerpo y la mente, si no, estamos perdidos.
Tu cuerpo es lindo, ¿no lo sabías?
Se puso roja como un tomate, y los pómulos de la mejilla se volvieron más oscuros que una manzana madura.
— Vivo solo, tengo el apartamento cerrado. Y estoy solo aquí. Mis padres se marcharon del país antes de yo caer en prisión y no he sabido más de ellos. Ni siquiera saben que estoy aquí, y no creo importarles. Si te casas conmigo me portaré bien y haré todo por salir pronto de aquí.
Mirándome a los ojos, como me gusta, me dijo.
— Nosotros no podemos tener relaciones con los reclusos. Eso está en el reglamento.
— Pero ¿Y la parte humana? Está por debajo del Reglamento.
— No, no es eso, mi santo. Yo quisiera, pero no puedo. Es como dice la canción de Los Van Van: me gustas pero no puede ser. Te ayudaré en todo lo que pueda, pero más no puedo hacer, por favor.
Hice un brusco gesto insinuando una caída al piso y, al intentar agarrarme por el brazo, tomé sus labios con los míos. Lo más dulce que he sentido en toda mi vida.
No supe más de ella. En aquel instante un guardia entraba por la puerta del frente conduciendo a otro recluso. Todos los golpes siempre van a mi cabeza. Su bastón no fue la excepción. Todavía me duele, más que el golpe, saber que la trasladaron de centro por mi causa. Mis ojos se apagan como luces en la noche. Ángel, a mi lado, cuida como un gran enfermero mis heridas. Este es el lugar más oscuro del alma.
Por James Campbell Jerez
Hurón Azul, Managua, 20 de diciembre de 2020
En el programa de Radio Televisión Martí “Entre nosotros” (16 de noviembre de 2020) el poeta Orlando González Esteva entrevista a Teresa María Rojas (poeta, actriz y profesora de teatro), cubana como él y, también como él, exiliada. El poeta González Esteva, es amigo personal y de la poeta Rojas y como tal la ayuda en la caza permanente de la palabra precisa que esta autora utiliza para titular sus poemas y/o poemarios. Pero no es un proceso sencillo, confiesa Rojas, pues la palabra precisa, tanto para titular un poema o un poemario la busca, mientras esta la acecha, la acosa; me dice “búscame, búscame o no te dejo respirar”.
Mientras tanto, Rojas se debate entre dos pasiones: el teatro y la poesía. Y en esta dualidad se entrecruzan los acosos inspiradores e iluminantes. Al primero lo define como un amante exigente y cruel que mientras está con él, le brinda la posibilidad de la inspiración poética, misma que se le presenta como el beso del amante efímero, por lo egoísta y acaparador que es el amante del arte escénico.
Teresa María Rojas es la autora del reciente poemario “Ecos de la brevedad”, 70 poemas, la mayoría de ellos inspirados en su hija fallecida, afirmó la autora. Un libro de versos esenciales, habitados por la música y el ritmo propio de todo lo existente, como lo describe la Editorial Hurón Azul, bajo cuyo sello fue publicado.
Para la poeta, actriz y directora teatral cubana, la portada de “Ecos de la brevedad” es la pintura del artista cubano César Santos que Teresa describe como las ondas que deja una piedra cuando se lanza al agua y encima un caracol que mueve el eco y se posa una abeja tratando de entrar por el hueco del caracol. Y es como si ahí viviera la abeja. El autor de la obra pictórica ve a Teresa como una abeja, agregó la poeta.
Para esta amante de la poesía y el teatro, la primera es necesaria en estos tiempos tan turbulentos porque han significado “el gran bastón en mi vida que me ayuda a imaginarme y vivir una vida mejor”. Sin embargo, lo acaparador y desgastante del amante Teatro, le ha alejado de su otro amante, pero que contradictoriamente le sirve de inspiración para su obra poética. Sin embargo, el ser actriz le resulta terapéutico porque interpretar personas es una manera de descansar de una misma.
Flor de Paz, La habana, 20 de octubre de 2020
CUBAPERIODISTAS
Como parte de las actividades por la Jornada Cultura Cubana, quedó inaugurada este 20 de octubre la nueva sede de la Cinemateca de Cuba —en la que fuera la residencia de Alfredo Guevara, fundador y primer presidente del Instituto Cubano de Cine e Industria Cinematográfica (ICAIC).
La asignación de esta nueva sede, por el gobierno y el Ministerio de Cultura, es apreciada como un reconocimiento al trabajo desempeñado, escribió Luciano Castillo, director de la Cinemateca, en un texto publicado en el sitio institucional del ICAIC.
“¡Y qué mejor espacio para acogerla que la residencia de Alfredo Guevara, representante de la estirpe de los fundadores! A su gestión debemos no solo el nuevo cine cubano promovido por el ICAIC, sino todo lo que generó: el Noticiero ICAIC Latinoamericano, la propia Cinemateca de Cuba, los cine móviles, el cine de animación con un criterio artístico, la llamada “escuela documental cubana”, el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, el movimiento de una cartelística cinematográfica con genuinos rasgos distintivos y el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano”.
El 6 de febrero del año curso, el centro cumplió 60 años. De acuerdo con Castillo, no son pocos resultados obtenidos durante las décadas transcurridas y muchos son los planes. “Unos perspectivos y otros en distintas fases de ejecución”.
Entre los más importantes —señaló—, están la atención primordial a la restauración del patrimonio fílmico con que se cuenta y un viraje radical en la dirección de comunicación, con especial énfasis en el rediseño de su sitio web y su presencia en las redes sociales.
La casa de la Cinemateca, situada ahora en la calle 11 no. 806, entre 2 y 4, en el Vedado —añade Luciano Castillo—, deviene espacio idóneo para reunir sus fondos bibliográficos, hemerográficos y su creciente colección de copias en formato DVD y Blu-ray, dispersos hasta ahora en distintas áreas del edificio del ICAIC. Su remodelación permitirá, además, disponer de la pequeña sala El Mégano, destinada a proyecciones y conferencias, y un vasto patio para la realización de actividades multidisciplinarias, con el protagonismo del séptimo arte y sus creadores.
Entre los logros alcanzados por la institución, Castillo destacó su contribución decisiva a la restauración de otra obra mayor en la historia de nuestro cine en el archivo de la Academia de Hollywood: La última cena (1976), de Tomás Gutiérrez Alea, seleccionado para la sección de clásicos por el Festival de Venecia. “Ese honor correspondió en 2019 a La muerte de un burócrata, dirigido también por Titón, y exhibido en agosto junto a su documental El arte del tabaco en el Festival Il Cinema Ritrovato, de Bologna”.
Asimismo, dijo que coincide con François Truffaut cuando afirmó en 1968: “Todo lo que sé lo aprendí del cine, a través de sus películas. Del cine se aprende su historia, su pasado y presente en la Cinemateca. Solo en ella se aprende. Es una enseñanza perpetua. Yo formo parte de la gente que necesita volver a ver siempre viejos filmes, los del cine mudo y el sonoro. Por lo tanto, me paso la vida en la Cinemateca”.
Lée la noticia original, en: https://www.cubaperiodistas.cu/index.php/2020/10/inauguran-hoy-nueva-sede-de-la-cinemateca-de-cuba/