Elizabeth y las viejas muñecas de uso

PUENTEALAVISTA

Un edificio como isla, una playa para el exorcismo, una tienda para el trueque de “viejas muñecas de uso” y el miedo de confrontar a nuestras propias sombras. El espanto a que esas sombras nos definan. Que se erijan, usurpándonos, como bitácora y propósito.

Este pavor, del que nadie susurra siquiera para sí mismo, nos lo devuelve María Matienzo Puerto (La Habana, 1979) con su libro Elizabeth aún juega a las muñecas. Una novela que asusta por una razón simple: nos hace temer a la realidad que emplaza allende las puertas del apartamento [o reducto]. Una novela espejo pero que jamás se somete a la gratuidad de los espejismos. Una novela, dígase ya desde el inicio, bien escrita.

Como bien nos advierte Amir Valle en el prólogo, la autora “ha logrado la gran hazaña de diferenciarse de esa uniformidad que afecta actualmente a buena parte de la literatura cubana”.

Para ello ha construido un escenario desde las reglas del caleidoscopio donde, señala el prologuista, “todas las historias están unidas por un hilo interno que las remueve en sus cimientos; y ese, desde el mismo inicio, es ya un acierto: la convulsa y siempre cambiante cotidianeidad cubana no puede valorarse en su justo peso desde una única perspectiva. Por ello, los personajes de María Matienzo, en este libro, se nos aparecen como sombras que se corporizan”.

En Elizabeth aún juega a las muñecas los personajes parecieran romper, también, las reglas del juego, los seis grados de separación ‒donde una persona puede acceder a cualquier otra del mundo a través de conectar cinco intermediarios conocidos‒ porque nada los intermedia. Solo un único estambre los conexa: la llamada “situación de país”, donde rige por decreto la concepción de “plaza sitiada”. Donde la única legitimación es la incautación de los sueños personales.

“Cuando las manchas pasan a mis sueños es porque durante el día hemos logrado armonizar”, dice la propia Elizabeth, y quizás sea esta puntualidad el único recodo de paz durante toda la historia. Pero solo ella, nadie más, sobrelleva el misterio. Solo ella sabe de su pánico y, por antonomasia, carga los otros viejos pánicos de uso.

Carga con todos: los de Lorenzo; Irina; Manolo; Ernesto; Laurita; Javier; Mauricio; Yessica; La Morsa; La Jicotea; El Jicoteo; Marilín; La Jirafa; Octavio; Marcos; Robinson; Olivia; Magdalena; Yanira; Dagoberto; Alberto Medina; Yahima; Marlen; Luisa; Alfredo; Olirca; Ismael; Sumeria; Raúl; Yamirka; Anisia; Nelson; Carmen; Yusleidis; Mirtha; Estable.

Todos imprescindibles para alcanzar su metamorfosis. Para llegar al lugar de nada después de haber partido desde nada. O sí, desde sus sombras. Sin embargo, este drama del cubano ‒del cubano de trasfondo, el de a pie, el confinado, el hacinado, el marginado, el del doble rasero moral‒ no es un antojo de la autora.

“Sigo siendo de carne y hueso. No soy una muñeca. No soy un espejismo”, parece advertirnos la autora a través de uno de los personajes.

Y es que Elizabeth aún juega a las muñecas no es una novela de pesadumbres o de configuraciones trasnochadas. Tampoco la sabana donde llevar a pastar las ordalías. Es, sin lugar a dudas, el préstamo que nos hace la autora para medir hasta qué punto los personajes [nosotros mismos] podrían ser capaces de tolerar esa perpetua quietud que solemos conocer como cubanía, o cubanidad, o cubanismo.

“La gente le cree. La gente le compra muñecas por esas historias. La gente es ingenua […]. Lorenzo las utiliza [a las muñecas] y no se dan cuenta. Se dejan manosear y siempre parecen dispuestas a mostrarse. No se les puede pedir demasiado, son plásticas. No han tenido como yo una vida, no las han dejado abandonadas nunca, no las han golpeado como a mí”.

En el trueque de las muñecas se borda el señuelo [como el agua filtrándose en cada hendija]. El éxito de la emboscada se percibe en la descripción de un sueño que, a su vez, es la fotografía del país. La del individuo dentro del país, aunque se niegue a sí mismo en la sobrevivencia:

“La casa estaba en penumbras. Pensé que me había quedado ciega, pero la vista se me fue adaptando y no estoy ciega, solo estaba a oscuras. El sueño fue claustrofóbico, denso. Desaparecía también. Mi cuerpo perdía consistencia, se transparentaba al punto de no reconocerlo como mío. Me miraba en el espejo del baño y veía a través de mí los azulejos de la bañadera. Sin embargo, estaba consciente de que solo era un sueño, así que me preguntaba, mientras ocurría la metamorfosis, si eso era lo que le había pasado a Mauricio”.

Los paralelos literarios que se trashuman en Elizabeth aún juega a las muñecas recuerdan la zona más escatológica en la novelística de Charles Bukowski; la temporada más soberbia del siempre irreverente Ray Loriga y, en los adentros de la isla, la época más rabiosa de un Guillermo Vidal que se describía a sí mismo como un “perro viejo”. Un animal de feria.

Con Elizabeth aún juega a las muñecas María Matienzo reafirma que su narrativa es de peso. Más que autora manifiesta autoridad en uno de los oficios más difíciles y peligrosos: la novela. En el parlamento de uno de los personajes [“Alguien se asomó en mí, como si yo fuera un espejo”] deja claro que leerla conlleva riesgos, porque todos solemos temer a las pautas, a lo que se dibuja diferente y desde la diferencia.

La ficción le sirve a su propósito, pero sin prefigurarse eje o tramoya. Lo que rige en María Matienzo y su pieza Elizabeth aún juega a las muñecas es la más primigenia concepción del arte [literatura incluida]; la más eficaz; la única que ha sobrevivido a siglos de oficio: la belleza y la funcionalidad.

En el episodio «Muñecas» María Matienzo lo advierte, y nos hace temblar una vez más:

“Me pregunto si las muñecas flotan cuando caen al agua. Un agua profunda, negra, como el río que soñé anoche. El mismo río que me ha arrastrado tantas veces y que no desemboca en ningún mar. Un río al que tiro piedras y del que no recibo ninguna queja. Si los ríos se pudieran quejar. Este solo corre, no importa en qué dirección”.

Léelo directamente, en: https://puentealavista.org/2020/09/28/elizabeth-y-las-viejas-munecas-de-uso/

La cinematografía cubana y su soporte vital: el cartel serigrafiado como artesanía de colección

El cartel cubano de cine, según lo define la máxima especialista de la Cinemateca de Cuba ICAIC, Sara Vega, en El cartel cubano llama dos veces (Ediciones La Palma: 2015) se caracteriza y se diferencia de otros carteles tanto por limitar la información al título del filme y los créditos principales, sin interferir en el diseño central, además de abandonar los tradicionales fotogramas, como por su tamaño (otra característica del cartel de cine cubano fue cambiar el gran formato por una medida standard de 51 x 76 cm.), así como por su manufactura; si exceptuamos la época del Periodo Especial durante los años 90, cuando se realizaron numerosos diseños en formato digital, los carteles de cine de Cuba se producen basados en la técnica serigráfica con base de cuatro colores.

Según Ricardo Alonso Venereo, especialista en cine del diario Granma, por constituir parte imprescindible del patrimonio del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y ser la expresión gráfica que acompañó a la cinematografía cubana en todo su devenir, la colección de carteles cubanos de cine, recibió julio de 2017, el certificado de inscripción en el Registro Nacional del Programa Memoria del Mundo de la Unesco, conocido como MOW por sus siglas en inglés.

Según palabras del curador Nelson Ysla, el fondo digital de la Cinemateca de Cuba cuenta con más de 600 títulos de filmes cubanos y de coproducciones, de los cuales posee aproximadamente 520 imágenes. Hay muchos y muy buenos carteles de filmes, sin competir con los carteles realizados para filmes extranjeros.

Pese a ello, la colección de carteles cubanos impresos desde los tiempos fundacionales del ICAIC es una colección incompleta y su cifra total es imposible de precisar. También señala que no a todos los filmes cubanos se le realizaron carteles (de hecho, filmes documentales, incluso muy importantes no tienen carteles y en peor caso se encuentra la animación). Uno de los motivos de esto fue la inexistencia, antes de la fundación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) en 1959, de una institución que preservara el cine nacional, algo que provocó que parte considerable de la filmografía de esa primera mitad del siglo XX desapareciera definitivamente.

Por otro lado, la controvertida política de la dirección del ICAIC de borrón y cuenta nueva, obstinada en renegar de todo vestigio del cine pre-revolucionario, contribuyó a que los escasos rollos de celuloide rescatados en las dispersas distribuidoras, no recibieran a lo largo de varias décadas el cuidado prioritario que ameritaban por integrar esos filmes también, no obstante sus falencias, el patrimonio cultural de la nación. Si ni siquiera la Cinemateca exhibía esos títulos en su programación, tampoco existió demasiado interés en conservar toda la información en torno a ellos.

Como señala Sara Vega en la mencionada obra de referencia, del período silente solo se conocen y conservan dos carteles impresos en litografía (y posiblemente diseñados) por alguna firma de Estados Unidos. Uno estaba destinado a la publicidad del largometraje La manigua o La mujer cubana (1915), de Enrique Díaz Quesada, el «padre de la cinematografía nacional». De su prolífica obra sobrevivió apenas un minuto del documental El parque de Palatino (1906). El otro lo encargó la compañía B.P.P. Pictures para estreno de El veneno de un beso (1929), realizado por otro pionero: Ramón Peón. Su concepción, como la de la melodramática trama, rememora visualmente el que promocionó en Estados Unidos el del filme The Sport of the Gods (1921), de Henry Vernot.

Según Luciano Castillo, crítico e historiador cinematográfico y actual Director de la Cinemateca de Cuba, los afiches del ICAIC buscaron siempre proponer el disfrute de la obra de arte y traducir a la vez, el rasgo fundamental del filme que promovían en verdaderas metáforas visuales. Casi desde los primeros en diseñarse y difundirse, constituyeron un genuino medio pleno de posibilidades para la creación artística. No tardó el cartel cubano de cine en convertirse en pieza autónoma capaz de ir más allá de su intención original para devenir pieza obligada en la decoración de una vivienda y pronto objeto de atención por coleccionistas.

Los artistas cubanos del cartel, del afiche, libres de la idea fija de la incitación comercial, tratan de llevar un arte a la calle, allí donde todos lo vean. El cartel de cine del ICAIC es galería permanente, abierta a todos, puerta en las murallas, ostentosa en las esquinas, usándose en él de todas las técnicas de figuración: montaje, collage, reproducciones de imágenes paralelas, popup, y hasta, cuando viene bien, remedos de viejos estilos, interpretados, transfigurados, en función de un título, de un contenido, de un mensaje determinado.

Particular significación concede Carpentier a encomiar el cartel cubano de cine que desde que el catalán Eduardo Muñoz Bachs concibiera el primero —para Historias de la Revolución, de Tomás Gutiérrez Alea, el estreno inaugural de la producción del ICAIC— alcanzara un esplendor extraordinario. Diseñadores de la talla de Morante, Reboiro, Azcuy, Rostgaard, Holbein y Ñiko, entre otros nombres clave, con estilos inconfundibles, convirtieron las limitaciones de la serigrafía en desafíos para la imaginación y el talento.

Siguiendo a Castillo, quien conoció bien aquellos primeros tiempos del nacimiento del nuevo cine cubano y su plasmación en los carteles expuestos en las calles, aquellos que transitaban por las calles de una Habana contemplaban los novedosos diseños promocionales de estrenos de importantes películas en enormes vallas situadas en lugares estratégicos. No es excepcional que los carteles concebidos por creadores cubanos y sus soluciones gráficas para aprehender la esencia argumental de una película, no solo incitaban a verla, sino que resultaran más sugerentes y atractivos que las propias obras que las originaron, razón por la cual han trascendido.

Desde su propia creación por el ICAIC las estrategias asumidas de estructurar una producción acorde a los intereses de la Revolución, la «descolonización» de las pantallas y diversificación geográfica de la programación con el fin de contribuir al fomento de un público cualitativamente superior, incluyó también dinamitar los mecanismos publicitarios utilizados hasta ese momento. La concepción renovadora de los carteles anunciadores de las películas adquiridas para su estreno, contribuyeron en enorme medida a otorgar un signo propio y genuino a lo que no demoró en devenir un movimiento por las proporciones alcanzadas.

Paralelamente, afirma Castillo, a aquellos carteles cubanos que acompañaban grandes obras procedentes de Europa occidental, los países del campo socialista y de Asia, sobre todo China y Japón (con su sangrienta invasión de samuráis), ante la imposibilidad de acceder a la producción fílmica norteamericana por las imposiciones del bloqueo, el devenir del nuevo cine cubano puede seguirse a través de los que identificaban tanto la escuela documental cubana imperante en los palmarés de los más notorios certámenes internacionales, como el cine de ficción.

Adiós, Habana

La golondrina de vuelta a su pasado
no encuentra el nido.
“Rincón de Haikus”, Mario Benedetti

Mateo miró la botella de Havana Club que llevaba en la bolsa plástica, subió la vista hacia el balcón y gritó: ¡¡¡¡Negroooooo!!!!! Su grito rebotó en el aire para caer como eco sordo sobre sus oídos. Repitió varias veces y nada. A punto de irse una señora asomó la cabeza desde el balcón.

⎯Señora, ¿Leo se encuentra?

⎯Él ya no vive aquí…

⎯¿Pudiera darme su nueva dirección?

⎯No me la sé.

Calle abajo, Mateo se pregunta cómo es posible que el negro se haya mudado del “pañal”, como le decían en los buenos tiempos al cuartico de Centro Habana donde nunca faltaron chicas para el negro y el resto del piquete, él incluido, que no es un conquistador en potencia. Cómo pudo irse y dejar tantas madrugadas clavadas como estampillas pornográficas en las paredes, dibujos que ahora quedaron flotando, sin sentido, sobre las cabezas de otros que ignoran las vibraciones de esas paredes.

La suave voz de Mónica cayendo como lluvia sobre sus hombros, goteando camino a la ingle, sacando chispas bajo la ropa. Hasta que ella, la dulce niña mala, la arisca bailarina, descolgara sus palabras en gestos, en caricias, y tomara por asalto su cuerpo liberando al prisionero que crecía entre mis piernas y deteniendo con gracia los gestos de ambos en el aire, como una ilusionista, dando el mejor de los shows para su único espectador interactivo: yo. Es decir Mateo, unos años más joven.

En la avenida le hizo señas a un taxi. En ese instante recordó el rostro de ella, diciéndole adiós desde la ventanilla de un destartalado coche de los años 50, para cinco segundos más tarde pedirle al chofer casi histérica: Detén el carro, por fa, détenlo, chofe… y salir corriendo a abrazarme por la espalda en un salto que casi me deja sin aliento. Mónica es una loca, pero una loca simpática, impredecible y fiel como una perra guardiana, endemoniadamente fiel hasta el día que me dijo: Este barco se hunde, my darling…

⎯¿A dónde quiere ir? ⎯pregunta el taxista.

Mateo pensó en la calle Jesús María, en la puerta pintada de verde olivo con una cabeza de león en la aldaba y un farol desvencijado, pensó en la sonrisa de Mónica entreabriendo la puerta, pero era demasiado temprano para aparecerse ahí con una botella de ron en la mano, ¿o era demasiado tarde?

Después de cinco años del día en que el barco del amor hizo aguas y fue culpa de él: Mea culpa, Monic, mea culpa por quererme más que lo que nos quería, o quién sabe, a lo mejor te quise demasiado cuando ya no sabía cómo era que se quería.

Como sea, temprano o tarde, no es el momento, pensó y se metió dentro del taxi. El chofer hizo un gesto para subir las ventanillas y poner el aire acondicionado, pero Mateo lo contuvo. Abrió sus pulmones al olor corrupto de las calles: a comida podrida y excrementos, a humo de autobuses, al aroma del café tostado clandestino; recordó las ansías de ir disfrutando de aire acondicionado en algún automóvil por estas mismas calles. Hace mucho de aquellos días que ahora intentaba enlazar como cuentas de un collar, pero las cuentas eran de barro y caían al suelo, se estrellaban, se volvían polvo, igual que los edificios, que los recuerdos, que la ciudad de su juventud.

Viajar alejándote de todo lo que eres hasta ese instante, aquello que no quieres perder, eso que es tu vida hasta ese momento, exiliarse como quien se corta las venas con un pasaporte visado. Eso que sangra es la ausencia de patria. Su suicidio emigrante se volvía a repetir con un bucle de abandonos. La ciudad de sus recuerdos no existía ya… Mateo miraba por la ventanilla como desaparecían árboles, edificios, costa. Como quedaba atrás un punto verde en una taza azul marino, un punto que antes fue el universo. Su universo, extinguido desde la ventanilla de un avión.

Se baja del taxi, le extiende un billete al taxista y le dice que se quede con el cambio, arrastra la maleta y entra al aeropuerto.

Mateo sabe que no volverá nunca más.


El cuento pertenece a un libro aún inédito de Lien Carrazana que publicaremos este año, cuando pase la pandemia.

Desde Suecia, Miguel Ángel Fraga, un superviviente de otro confinamiento mucho más duro, nos comparte algunas de sus reflexiones

FRAGMENTOS RECOMENDADOS PARA UN CONFINAMIENTO

No miré hacia atrás cuando cerraron el portón, para qué, si había llegado. De una cosa estaba seguro: mi vida, lo que quedaba de ella, había dado un giro de ciento ochenta grados. El problema no es la muerte sino creer que uno comienza a morirse. Durante el viaje tuve la sensación de este cambio. El epidemiólogo encargado de nuestros casos se había sentado junto al chofer del auto. Para culminar su trabajo nos iba a dejar en el confín de los apestados. (pág.19)

***

El problema no es de los otros, es nuestro. Adaptarse significa aceptar o asimilar, al tiempo que participas como observador de la vida que transcurre. Durante el proceso de exploración, con los ojos abiertos y los oídos atentos, escucho las anécdotas y opiniones de los internos. “Estamos encerrados los aparentemente enfermos para proteger a la población aparentemente sana”, dice Sonsoles, con razón. Las conversaciones vienen a carenar en lo mismo: el sexo, la transmisión, el miedo. ¿Por qué uno es promiscuo? ¿Por qué estamos encerrados? ¿Por qué la sociedad nos teme? ¿Por qué debo dejar de tener sexo porque otros determinen que no puedo hacerlo? Aquí introduzco el tema de la responsabilidad, tanto social como individual. Hasta el momento ha sido nuestra: encerrados cuidamos a la población. “Nos educan para no transmitir el virus, nadie parece tener más responsabilidad que nosotros”, apunta Muñequero. “Pero resulta que las medidas que yo tomo para no transmitirlo son las mismas medidas que se deben tomar para no infectarse”, añade Canguro. Divina Concepción, el médico paciente, interviene con suspicacia: “Si diez millones de habitantes se protegieran responsablemente sería más efectivo que si sólo lo hacen ochocientas personas”.  (pág.63)

 

***

La versión oficial dada en los medios es que en Cuba la epidemia sigue los mismos derroteros de otros países desarrollados (Estados Unidos o países europeos), los mismos patrones epidemiológicos. El Estado ha presentado hasta el momento a los seropositivos como homosexuales y prostitutas, obviando que una parte de los internos fueron soldados internacionalistas que cumplieron misiones en África o personas contagiadas por ellos. Tantos años alejados de sus familias, en territorios hostiles, en medio de conflictos armados y precariedades de todo tipo, reconstruían países ajenos mientras demolían, sin saberlo y poco a poco, los cimientos de su propio cuerpo. Incluso se conjetura que a lo mejor el sida había podido llegar a América por esta vía. Lo debatíamos: era una posibilidad, sobre todo si teníamos en cuenta que las primeras misiones databan de los años setenta. Pero de poco podía servirnos atar estos cabos, trazar estos mapas imaginarios en los que el virus se desplazaba, si al final, había llegado a nuestra sangre y, lo que era realmente más dramático, al final estábamos allí, encerrados, sin posibilidad de seguir trazando mapas, trayectorias. Anclados, la vida transcurría sin prisas. Evocábamos el mundo exterior mientras nos asfixiaba el aislamiento impuesto. Conversábamos, esperábamos. No sé si esperábamos volver a conversar o morir; en aquella circunstancia esas acciones eran intercambiables. Mientras, anotaba en mi diario. (pág. 68)

***

La casa de Bernarda Alba. Muñequero y Cosecose insisten en llamar así nuestra vivienda. Han repartido los nombres de los personajes por analogías. Ratón, por ser el mayor de todos y el que se encarga de las labores domésticas, es Bernarda. Arístides, el más callado y que suele aislarse y se repugna con facilidad, es Martirio. Yo soy Angustias, pues siempre ando escribiendo cuentos pesimistas y morbosos. El modisto es Amelia; y Muñequero, más jovial, es Adela. Por las noches, cuando Muñequero corre las cortinas, tanto de la puerta de entrada como las de la puerta que da al patio, repite siempre el parlamento: “¡Nadie saldrá de esta casa! ¡Carbones ardientes en el sitio del pecado!” En la noche nos reunimos en la sala para ver la telenovela. Estamos todos, excepto Ratón, que no pierde oportunidad para hacer vida social en el vecindario. Tocan a la puerta, pero como las cortinas están corridas no podemos ver quién llama. Pensamos en alguien conocido que viene a hacernos la visita, y de paso, a que se le brinde alguna merienda. Cosecose desde su butacón grita: “¡Muertas, estamos muertas!” (pág. 226)

35 narradores cubanos contemporáneos a tener en cuenta hoy

Por Rafael Vilches Proenza

 

No pierda la oportunidad de tener en sus manos o en su biblioteca personal, la obra de estos 35 narradores cubanos:

Félix Luis Viera, Amir Valle, Ángel Santiesteban, Otilio Carvajal, Armando Añel, Jorge Ángel Pérez, Alberto Garrido, José Fernández Pequeño, Luis Pérez de Castro, Mariela Varona, Nelton Pérez, Ana Rosa Díaz Naranjo, Guillermo Fariñas, Carlos Esquivel, Wendy Guerra, Faisel Iglesias, Evelio Traba, José Alberto Velázquez, Armando de Armas, Eliécer Almaguer, Félix Sánchez, Rolando Ferrer, Marcial Gala, Ronaldo Menéndez, Karla Suárez, Zoe Valdés, Pedro Juan Gutiérrez, Ena Lucía Portela, Anna Lydia Vega Serova, Delis Gamboa, Atilio Caballero, Abilio Estévez, Orlando Luis Pardo, Antonio José Ponte y Leonardo Padura.

35 narradores cubanos imprescindibles en la actual narrativa cubana escrita aquí y acullá.

La perezosa crítica nacional casi siempre se va por las ramas y olvida hablar de grupos; concentrados en mencionar con el dedo al amigo que acaba de ganar un premio o publicar su libro, pero teme tocar la masa, esa avanzada que dio el salto sin pértiga y cruzó las aguas revueltas, o derribó los muros del redil.

La perezosa crítica que ponen pies en tierra para segar la inminente cosecha, revuelve la paja una y mil veces con amanerados titubeos sin saber qué hacer con el tenedor (no el de libros), y con nerviosismo deja entre los mazos de heno, mezclado con el desecho de la maleza, el grano de trigo o arroz, que ha de dar alimento al espíritu.

35 nombres a tener en cuenta desde hace mucho tiempo, en la actual literatura escrita por cubanos. Unos con más nombre, más libros que otros en su haber, pero indudablemente, todos con la suficiente madurez en el oficio, fuerza, talento, magia a la hora de hilvanar historias para hacer que el lector se hunda en la lectura y quede atrapado en un mundo que difícil dejará escapar.

A casi todos los podrá rastrear en Google, a otros en Amazon, pero a los que no, procure no perderle el rastro, no pierda la ocasión de solicitar sus obras a algún amigo en la Isla, quienes lo hagan no se arrepentirán.

A ellos se les puede encontrar en La Habana, Las Tunas, Holguín, Miami, New York, Berlín, San Juan, Buenos Aires, Quito, Las Parras, Santa Clara, Elia, Lisboa, Madrid, Ciego de Ávila, o cruzando alguna que otra frontera para llegar a la libertad.

Entre sus novelas se encuentran, Habana Babilonia, Un siervo herido, El verano en que Dios dormía, Oh, vida, La catedral de los negros, o la vida novelada de José Martí, y hasta la del Ingenioso Cervantes.

Entre las historias contadas por estos novelistas hay una amalgama de sucesos que, hasta el lector menos avezado en la historiografía cubana, puede desandar la Isla, la propia, y la reinventada en el exilio, sin necesidad de guías turísticos.

Todos ellos escritores del siglo pasado que siguen escribiendo en el presente.

La rareza: Cuentos completos de José Lezama Lima

Índice

La rareza: cuentos completos, relatos, minicuentos y poemas narrativos de José Lezama Lima.

Cuentos clásicos

Fugados

El patio morado

Juego de las decapitaciones

Cangrejos, golondrinas

Para un final presto

Argumento para un cuento

Cuento

Poemas con valores narrativos

El guardián inicia el combate circular (Aventuras sigilosas)

Noche dichosa (La fijeza)

Censuras fabulosas (La fijeza)

La sustancia adherente (La fijeza)

Pífanos, epifanía, cabritos (La fijeza)

Peso del sabor (La fijeza)

Muerte del tiempo (La fijeza)

Procesión (La fijeza)

Tangencias (La fijeza)

Éxtasis de la sustancia destruida (La fijeza)

Cuento del tonel (La fijeza)

Invocación para desorejarse (La fijeza)

Cuentos autónomos en Paradiso

Capítulo XII

Relatos o crónicas

La mayor fineza (Tratados en La Habana)

La noche 78 (Tratados en La Habana)

Carnaval del rubio Glucinio (Analecta del reloj)

Dos familias (Fragmentos a su imán)

Bibliografía consultada

Animación: la otra narrativa del arte cubano

Publican Los flujos de la imagen, primer libro sobre animación en la isla.

POR: Iris Cepero. ARTEPOLI

La reciente publicación del libro Los flujos de la imagen. Una década de animación independiente en Cuba (2003-2013), de la comisaria, crítica e investigadora cubana Caridad Blanco, marca un hecho inédito en Cuba al ser el primero que analiza la animación como arte y como puente entre las artes visuales, el cine, la televisión, el diseño e internet.

Publicado por la editorial española Hurón Azul, el volumen parte de la exposición Las otras narraciones, inaugurada como parte del 6to Salón de Arte Contemporáneo Cubano en el 2014 y pone en su contexto el fenómeno que esta muestra, por inédita y desprejuiciada, significó en el salón mismo y en el universo expositivo de las artes cubanas de la segunda década del siglo XXI. El libro es, cinco años después, la continuidad de la visión, profundamente abarcadora, de su autora al analizar, como lo hiciera revolucionariamente la muestra en su momento, todas las creaciones donde la animación toma un rol protagónico, independientemente del formato, la generación o las militancias estéticas de sus creadores o las circunstancias en que las obras fueron creadas.

En una edición bilingüe español/inglés, con imágenes de más de 170 obras de 120 creadores cubanos, las páginas de Los flujos de la imagen incluyen videoarte, videoinstalaciones, obras interactivas, game mods, spots, mensajes de bien público, videoclips, créditos, microstock, Net.art, videoensayos, mapping y performances audiovisuales, junto a cortos animados, documentales, filmes experimentales y efectos visuales. Al también descubrir y analizar los antecedentes de la animación en Cuba y el efecto de los nuevos medios y tecnologías, el libro se convierte en una sugerente cartografía del audiovisual cubano contemporáneo; un mapa de las formas animadas en Cuba, al decir de Jorge Fernández, director del Museo Nacional de Bellas Artes al presentarlo en la XIII Bienal de La Habana el pasado mayo. “Consigue sistematizar los estudios sobre el audiovisual cubano en diferentes ámbitos de expresión, convirtiéndose en memoria de una parte ignorada de la creación experimental, desde la década del sesenta hasta el presente, reconociendo los valores (y legitimando) manifestaciones audiovisuales que han tenido dificultades para su reconocimiento artístico.“

Para Caridad Blanco (La Habana, 1961), especialista del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales de Cuba durante más de dos décadas y autora del libro, este es “… la memoria de un largo período de investigación que me ha revelado a la animación como expresión expandida, una arista fecunda de la imagen en movimiento. Con el libro me interesa compartir un proceso que se dio en Cuba de manera puntual, pero que se desborda hacia lo universal, socializar las particularidades de lo ocurrido en la Isla, así como poder dialogar en alguna medida con lo global en materia de animación independiente. Este es un intercambio posible solo ahora tras la publicación de Los flujos de la imagen por parte de la editorial madrileña Hurón Azul”.

Otro de los grandes valores del libro, como lo fue la exposición que es su punto de partida, es el análisis abarcador y desprejuiciado del género animación. En el libro la autora cataloga el fenómeno creador y valoriza este arte, pero sin pretender ser concluyente, ni planteárselo como una antología, al partir de una mirada que integra sin jerarquías expresiones artísticas disímiles conectadas a través de la animación, para ofrecer una panorámica analítica de esta expresión artística, sin prejuicios o preferencias, precisamente uno de los valores más celebrados de la muestra misma cinco años atrás.

En entrevista con Artepoli, Caridad Blanco actualiza sobre el actual momento de la animación en Cuba. “El libro Los flujos de la imagen, capta un momento excepcional de la animación como arte en Cuba, fuera del ámbito institucional, y del cine como expresión hegemónica. Ese período de excepción de florecimiento y desarrollo ha decaído a partir del 2014 por razones diversas: económicas, de preparación de los artistas, pues la formación de un animador es un proceso largo, como largo y arduo es el proceso una obra animada; agotamiento de los artistas. No obstante, se siguen creando algunas buenas obras (videoarte, cortos animados, videoclips, efectos visuales, performances audiovisuales, etc.), por realizadores que ya el libro compila y algún que otro emergente, a lo que se suman experiencias artísticas que incluyen la realidad aumentada”.

“En el último lustro, se produjo –paulatinamente- una reducción significativa en el número de los trabajos, tanto en la televisión, en los estudios de animación del ICAIC, como entre los creadores independientes, si se compara con las recogidas en el libro. Durante los años 2017 y 2018 en la Muestra Joven ICAIC se tornó muy notable esa merma y también la falta de excelencia en lo presentado a concurso. Una situación que se tornó más aguda en 2019, y fue tan escasa la participación de los artistas que los organizadores no convocaron al premio de animación.”

Varias muestras nacionales e internacionales han dado visibilidad a las creaciones animadas cubanas durante los pasados cinco años, pero será la exposición Formas animadas, ya programada en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba para enero del 2021, y focalizada en la video creación y otras expresiones experimentales, la que volverá a analizar y celebrar la animación en la isla como Los flujos de la imagen hace en este momento.

'Los flujos de la imagen'
‘Los flujos de la imagen’. Una década de animación independiente en Cuba (2003-2013), de la comisaria, crítica e investigadora cubana Caridad Blanco.

Enlace a publicación: https://artepoli.com/animacion-la-otra-narrativa-del-arte-cubano/

 

Bitácora de cine cubano. Tomo 4: Producción ICAIC (1960-2017). Volumen III

Compilar la vasta producción de cine documental del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), desde su fundación, el 24 marzo de 1959 hasta el año 2017 es la razón de ser de este cuarto y último tomo.

Los primeros títulos producidos en esta categoría con un carácter marcadamente didáctico- informativo para promover los logros y conquistas de la naciente Revolución, pronto ceden su paso a otros de mayor elaboración formal y una atinada conjunción de lo político y lo popular, reveladores de un conjunto de cineastas —formados sobre la marcha ante la inexistencia de una escuela de cine—, que llaman la atención desde que comienzan a participar en certámenes internacionales.

Ya en el temprano año de 1961 el jurado del  Festival Internacional de Cine Documental de Leipzig, República Democrática Alemana, otorgó un Premio al mejor programa al conjunto de filmes  cubanos,  exhibidos en el certamen.   A  partir de esa  edición del festival cada  año la presencia  del  documental  cubano  fue  subrayada  por  los  reconocimientos  recibidos,  en especial al ganar por primera vez el máximo galardón: la Paloma de Oro por Historia de un ballet (1962), de José Massip. El cronista del Tercer Mundo, Santiago Álvarez, documentalista intuitivo, se alzó cinco veces con el lauro por sus obras: Ciclón (1963), Now! (1965), considerada como  un  antecedente  del  videoclip,  Cerro  pelado  (1966),  Hanoi,  martes  13  (1967)  y  79 primaveras (1969). Otros creadores de la isla también atesoran el premio: Octavio Cortázar por el clásico Por primera vez (1968) y Orlando Rojas por el largometraje A veces miro mi vida (1982).

La  llamada  Escuela  Documental  Cubana,  marcada  por  una  gran  diversidad  estilística,  se impuso por derecho propio en la década fundacional de los años sesenta, fue consolidándose en los setenta y ochenta y en el 2009 alcanzaba la cifra de 1191 títulos.

El lenguaje documental ejerció gran influencia sobre el cine cubano de ficción —sobresalen en este sentido Memorias del subdesarrollo, La primera carga al machete (1969), de Manuel Octavio Gómez y De cierta manera (1974), de Sara Gómez—, al mismo tiempo que recursos del cine de ficción enriquecieron las propuestas de los documentalistas cubanos. Con gran derroche imaginativo y una inmersión en los más variados temas, la documentalística de la isla mayor de Las Antillas amerita por su envergadura y trascendencia el tomo íntegro que le concede la Bitácora del cine cubano.

 

Impresión: Offshet

Formato: 220x266mm

Interior: Papel 100 gr blanco impreso a una tinta.

Cubierta: Cartulina 30 gr impreso a 4 tintas por una cara con solapas de 100mm con plastificado brillo.

Encuadernación: Rústica cosido hilo.

Número de ejemplares: 500

Animación: la imagen que fluye. Publican Los flujos de la imagen, primer libro de animación en la isla.

'Los flujos de la imagen'

Iris Cepero

 

La reciente publicación del libro Los flujos de la imagen. Una década de animación independiente en Cuba (2003-2013), de la comisaria, crítica e investigadora cubana Caridad Blanco marca un hecho inédito en Cuba al ser el primer libro que analiza la animación como arte y como puente entre las artes visuales, el cine, la televisión, el diseño e internet.

El volumen parte de la exposición Las otras narraciones, inaugurada como parte del 6to Salón de Arte Contemporáneo Cubano en el 2014 y pone en su contexto el fenómeno que esta muestra, por inédita y desprejuiciada, significó en el salón mismo y en el universo expositivo de las artes cubanas de la segunda década del siglo XXI. El libro es, cinco años después, la continuidad de la visión, profundamente abarcadora, de su autora al analizar, como lo hiciera revolucionariamente la muestra en su momento, todas las creaciones donde la animación toma un rol protagónico, independientemente del formato, la generación o las militancias estéticas de sus creadores o las circunstancias en que las obras fueron creadas.

En una edición bilingüe español/inglés, con imágenes de más de 170 obras de 120 creadores cubanos, las páginas de Los flujos de la imagen incluyen videoarte, videoinstalaciones, obras interactivas, game mods, spots, mensajes de bien público, videoclips, créditos, microstock, Net.art, videoensayos, mapping y performances audiovisuales, junto a cortos animados, documentales, filmes experimentales y efectos visuales. Al también descubrir y analizar los antecedentes de la animación en Cuba y el efecto de los nuevos medios y tecnologías, el libro se convierte en una sugerente cartografía del audiovisual cubano contemporáneo; un mapa de las formas animadas en Cuba, al decir de Jorge Fernández, director del Museo Nacional de Bellas Artes al presentarlo en la XIII Bienal de La Habana el pasado mayo.

Para Caridad Blanco (La Habana, 1961), especialista del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales de Cuba durante más de dos décadas y autora, con el libro le interesa “compartir un proceso que se dio en Cuba de manera puntual, socializar las particularidades de lo ocurrido en la Isla, así como poder dialogar en alguna medida con lo global en materia de animación independiente.”

Otro de los grandes valores del libro, como lo fue la exposición que es su punto de partida, es el análisis abarcador y desprejuiciado del género animación. En el libro la autora cataloga el fenómeno creador y valoriza este arte, pero sin pretensiones de antología; es una mirada integradora, sin jerarquías, una visión panorámica y analítica de esta expresión artística, sin prejuicios o preferencias.

Caridad Blanco piensa que, sin embargo, en el último lustro, se produjo —paulatinamente— una reducción significativa en el número de los trabajos, tanto en la televisión, en los estudios de animación del ICAIC, como entre los creadores independientes, si se compara con las recogidas en el libro. Las razones son diversas: económicas, de preparación de los artistas, pues la formación de un animador y de una obra es un proceso largo;  agotamiento de los artistas. No obstante, se siguen creando algunas buenas obras por realizadores que ya el libro compila y algunos emergentes.

En los últimos años, varias muestras nacionales e internacionales han dado visibilidad a las creaciones animadas cubanas, pero será la exposición Formas animadas, ya programada en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba para enero del 2021, y focalizada en la video creación y otras expresiones experimentales, la que volverá a analizar y celebrar la animación en la isla como Los flujos de la imagen hace en este momento.

 

Para más información y adquirir un ejemplar:

http://huronazul.es/product/los-flujos-de-la-imagen/

 

 

 

 

HISTORIA EN DOS TIEMPOS: Una cuentinovela sobre Cuba

EDICIONES EL DRAGO Y HURÓN AZUL PRESENTAN LIBRO TESTIMONIO SOBRE CUBA

El libro supone la consecución de varios años de rescate, edición y corrección de los cuadernos personales del autor, Eddy Fernández Llanes, un periodista jubilado que entregó su vida a la Revolución y hoy nos muestra el amplio arco de vivencias entre la Cuba rural batistiana y la decadencia urbana revolucionaria del Periodo Especial.

Historia en dos tiempos es una novela fragmentada. En primer lugar, contiene la cuentinovela Huérfano, donde el autor rememora, reconstruye y por supuesto ficciona, los episodios familiares, algunos diríase que normales y otros, por el contrario, traumáticos, de una familia de origen canario en el centro de la Isla.

Cada relato de Huérfano parece crecer al mismo tiempo que su protagonista, un niño que dejará de serlo cuando, un 1º de enero de 1959, Batista abandone el país. Los capítulos van desplazándose desde la inevitable muerte del perro o la emoción por cortar la caña por primera vez, al primer enamoramiento de una muchacha habanera y, como no podría ser de otro modo, al advenimiento de la oposición a Batista y su salida del país.

La segunda parte, Memoria urbana, pretende ser una pieza teatral en pequeños actos. Una serie de personajes principales: PPG (o Pepe García), El Tío, Nora (esposa de PPG) y Migdalia (hermana de Nora) conviven en una casona de Centrohabana que tiene a la sala comedor por lugar privilegiado de encuentro, donde, al final del día, acaban todos encontrándose. Cada uno de ellos aporta una mirada diferente del gran suceso: La crisis del Periodo Especial, sobre la que todos opinan y, en no pocas ocasiones, contienden.

Esta segunda parte refiere, siempre de pasada y a través de algún personaje (lo que evita al lector o lectora tener que asimilar demasiada información en el sentido más realista), hechos de sobra conocidos por toda familia cubana, como el exilio, el matrimonio de conveniencia o la misma muerte. Memoria urbana avanza hacia un desastre familiar que, sin embargo, tendrá una inesperada (y muy cubana) resurrección.

El autor consintió en realizar una primera edición limitada a 50 ejemplares que serían repartidos, principalmente, entre colegas y amigos. Su precipitada salida de Cuba ocasionó que, la compleja relación con su editor, Jorge Carpio (quien también editó, para esta misma colección, Alamar, te amo), no llegara a buen fin, quedando, los últimos capítulos, pendientes de un último desarrollo.

En este momento, Ediciones Hurón Azul cuenta con la autorización del autor para distribuir, exclusivamente en su plataforma editorial, una docena de ejemplares. Pese a la escasa difusión realizada sobre esta obra, 4 universidades norteamericanas, con departamentos especializados en estudios cubanos, cuentan ya con Historia en dos tiempos en sus bibliotecas.

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