“He perdido a mi hijo. Hace mucho que no sé de su paradero y no recibo cartas ni llamadas suyas. Once años después de su partida, me llegó una postal. Tal vez deba decir nos llegó, pues la familia ha aumentado con los nietos que me han dado mis otros dos hijos. Miro a esos niños y pienso: No conocen a su tío. Era una postal azul, medio nublada. Mostraba una iglesia gótica en restauración. Por encima de los pináculos emergían dos grúas amarillas, con tal apariencia de fragilidad que parecía que de un momento a otro se vendrían abajo. Y, no sé por qué, me pasaba por la cabeza que en esa catástrofe mi hijo corría peligro. A veces suponía que él operaba una de las grúas, y otras, cuando ya me estaba quedando dormido, lo imaginaba diligente, bajo una sotana, inspeccionando las reparaciones del templo y corriendo de un lado a otro, hecho un sacristán viejo y famélico que subiría al cielo al desmoronarse la catedral como un castillo de arena. La postal decía al dorso: Todo bien, tranquilo. Abrazos. Mi hijo, el escritor…”
DECLARACIÓN DE AMOR ETERNO A JIM JARMUSCH