La Habana, ciudad de ventanas rotas
El tema, por más que recurrente, sigue como una herida que no cierra: en la capital cubana, la basura es una presencia que duele, irrita, agrede y desafía, ya no solo a la disciplina y las costumbres, sino a la salud, la belleza, la ética, la moral. El crecimiento indetenido de los basureros nos hace pensar en la teoría de las ventanas rotas, la que vale la pena recordar a unos y mostrar a otros.
Philip Zimpardo, profesor de la Universidad de Stanford, Estados Unidos, realizó en 1969, un experimento de psicología social: situó dos autos idénticos en dos espacios muy distintos: uno en el Bronx, Nueva York; y el otro en Palo Alto, California. El primero, fue canibaleado en muy poco tiempo, mientras el segundo permanecía intacto una semana después.
Entonces el experimento pasó al capítulo siguiente: el investigador rompió una ventanilla del auto abandonado en el barrio de ricos californianos y como consecuencia, a las pocas horas, se desató un similar proceso de vandalismo al ocurrido en el barrio de pobres neoyorkinos.
La ventanilla rota del auto abandonado envió un mensaje que se extendió rápidamente y caló en las personas, quienes asociaron desinterés, deterioro, despreocupación, desidia, abandono, ausencia de orden, ideas que encadenan reacciones de indisciplina social, de violación de códigos morales, de normas de conducta ciudadana, un proceso que crece con cada nueva acción vandálica.
Partiendo de ese experimento, James Q. Wilson y George Kelling desarrollaron la teoría de las ventanas rotas enfocada en el aspecto criminológico con la conclusión de que en contextos de desorden, suciedad y abandono, el delito aumenta, se dimensiona sistemáticamente.
Citando a Daniel Eskiber, cuyo texto hemos utilizado de fuente, “Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito.
Si se cometen ‘pequeñas faltas’ (estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja) y las mismas no son sancionadas, entonces comenzarán faltas mayores y luego delitos cada vez más graves”.¹
Sobre la base de esas enseñanzas, las autoridades de Nueva York implementaron programas de saneamiento social desde los años 1980, los cuales tuvieron continuidad en otros programas más radicales en la década siguiente. La estrategia consistía en crear comunidades limpias y ordenadas, en no permitir transgresiones a la ley y a las normas de convivencia urbana. Nueva York se tornó más limpia, más ordenada, pero también menos violenta, más segura.
El resultado fue un notable decrecimientoen todos los índices criminales de la ciudad. El decrecimiento del crimen en Nueva York en relación con la teoría de las ventanas rotas no dejó de tener críticas discrepantes, en tanto –dijeron los críticos– no se tomaron en cuenta muchos factores ajenos a la misma que incidieron –o pudieron incidir– en las estadísticas.
Pero lo que nos importa para nuestro análisis no es el aspecto criminal, sino la metáfora de las ventanas rotas en las comunidades habaneras.
¿Cuántas veces no hemos visto como se multiplica un asentamiento marginal en un abrir y cerrar de ojos? Lo mismo ha sucedido con muchos otros fenómenos sociales que han tenido lugar en la capital cubana y en la isla, tantos que enumerarlos haría una lista infinita.
El enorme crecimiento de los basureros en La Habana confirma cabalmente la teoría de las ventanas rotas. Cuando el ciclo de recogida es violado por la empresa de servicios comunales la basura desborda los tanques colectores, se extiende en todas las direcciones y el sitio se convierte en basurero, un espacio que envía mensajes de desorden y abandono hacia la comunidad.
Pero el crecimiento de los basureros en las comunidades no solo es achacable a la inconstancia de los servicios comunales, sino que se relaciona con la desidia de otros organismos del Estado. Ante el desamparo institucional, irrrumpe la indisciplina social, se quiebran las normas de convivencia, aumentan “las ventanas rotas”.
La impunidad con la que los buzos actúan en los tanques colectores, la misma con la que se vierten escombros, ramas y objetos impropios, es una de las causas esenciales para el desarrollo desmesurado de los basureros; si no hubiera esa tolerancia hacia el desorden, la historia fuera otra.
Quien se tome el trabajo de recorrer los municipios habaneros, encontrará basureros en todas partes, aunque en algunos barrios su detestable presencia es más señalada porque la negligencia institucional es mayor: mientras que en algunas zonas se recoge la basura diariamente, en otras puede demorar muchísimo; mientras que en algunos lugares los tanques son nuevos, en otros son viejos, rotos e insuficientes. ¿Qué mensaje se envía hacia esas comunidades desatendidas?
No hay que demostrar que cada basurero es una transgresión del orden, la disciplina y las buenas costumbres, una amenaza latente a la salud y un desafío a la belleza, la ética y la moral. Y cada día que pasa las consecuencias son mayores.
En algunas comunidades, las acciones de proyectos culturales han tenido éxito en el enfrentamiento a los basureros. Esa es una fortaleza que debiera ser potenciada. Una concertación de los mismos pudiera ser muy efectiva. Alguien tiene que liderar una cruzada, despertar conciencia mediante acciones concretas, y sería bueno comenzar por las comunidades más desatendidas, más vulneradas.
En su ensayo “La belleza es una necesidad básica”, la holandesa Els van der Plas, historiadora del arte, apunta que “Lo que la belleza puede traer –felicidad, esperanza, consuelo, dignidad y respeto– une a los hombres a lo largo y ancho del mundo. Cuando los hombres contemplan la belleza, se sienten vivos y sienten que, en verdad ,la vida tiene significado”.²
En el mismo ensayo, la historiadora cita al crítico teatral hindú Rustom Bharucha, quien escribió: “[e]l concepto de belleza (…) requiere ser recobrado no sólo para nuestra estética, sino también para nuestra salud”.
Y agrega la autora: “Desatendiendo la belleza, nos estamos desatendiendo también a nosotros mismos y el descubrimiento de significado en la vida”.
Desatender el incremento de los basureros es permitir que avance la agresión a la belleza con todas sus implicaciones. Cada día son más las ventanas rotas. (2014).
José Antonio Michelena
¹Daniel Eskiber: “La teoría de las ventanas rotas”, en http://www.forodeseguridad.com/artic/reflex/8090.htm
² Els van der Plas: “La belleza es una necesidad básica”, en el CD Mil y un textos en una noche, editorial Criterios, La Habana, 2006. Traducción del inglés de Desiderio Navarro.
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